A menudo, se escucha el argumento de que, cada vez más, la política importa poco; así, el argumento continúa, en lugar del peso de esta, cada vez más la que manda es la economía. Los centros de decisión políticos se inclinan ante las bolsas, ante las primas de riesgo y las agencias de rating, que cada vez más dominan el mundo, desdemocratizándolo en el camino. Y todo con el simple objetivo de aumentar sus ganancias privadas y enviarlas a paraísos fiscales por todo el mundo.
Aunque hay mucho de cierto en el argumento que acabo de resumir, lo que no es cierto es el modo en que este mecanismo funciona o, lo que es similar, el por qué.
Por tanto, cambiemos un poco el prisma. Vamos a jugar al juego de “dónde se deciden las cosas”. La respuesta tradicional desde el siglo XVI en adelante es que la decisión se toma en el seno del Estado (monárquico o democrático), y que es el poder político el que decide cómo y cuando actuar. Si observamos el hoy en día, lo que encontramos es que, en efecto, el poder político sigue siendo el que decide, el que hace las leyes, el que aprueba medidas. Sin embargo, si comparamos las medidas que se toman con su efectividad, lo que vemos es que existe un abismo: las medidas de reforma del mercado laboral, por ejemplo, siguen sin reducir el paro, ni las medidas económicas están paliando la crisis. Se deciden cosas, pero estas son incapaces de detener o modificar la voracidad de los mercados financiero, del poder económico desatado que ha iniciado esta crisis. Así que, si se decide, pero importa poco.