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El mundo

Egipto: una Historia desde el Poder

En su momento ya charlamos de la situación en Siria, y cómo ha evolucionado esta. Pero aquella la analizamos desde la perspectiva internacional. No soy un experto en Egipto, pero si me gustaría usarlo como ejemplo de lo complicado que es el equilibrio de fuerzas en un entorno rápidamente cambiante. Así que veamos un poco al país del Nilo, en torno a la época de la Primavera Árabe y desde entonces. ¿Qué claves tenemos?

Un equilibrio de poderes es, siempre, un equilibrio entre actores: instituciones, facciones, personas. Cada una con un poder asignado (legítimo o no) que ejerce sobre los demás y el sistema para conseguir los fines que desea en la medida que puede. Todo el mundo tiene cierto poder, pero desde luego no en igual cantidad.

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Reflexiones personales

La Historia es un Cementerio de Élites

La frase que da título a este post es de Wilfredo Pareto, uno de los grandes teóricos de las élites que ha habido en sociología. Y refleja la imagen habitual del proceso de cambio social que ha imperado durante gran parte de la historia: un grupo con el poder debe defenderse contra los grupos de advenedizos que se lo quieren quitar. Es el caso de la burguesía sustituyendo a la nobleza como el centro del poder a partir del Renacimiento, por ejemplo. Sin embargo, ¿sigue siendo válida en el siglo XXI?

Lo cierto es que responder a esta pregunta requiere dos respuestas distintas, aunque complementarias. Primero, desde luego, las élites siguen teniendo que defender su poder contra los grupos de potenciales élites que se lo quitarían tan pronto les diesen ocasión. Así, unos sectores económicos siguen teniendo que defenderse de otros, los partidos políticos siguen teniendo que mantener sus votantes, etc. La lucha de las élites sigue en buen estado de salud, y noticias de la misma siguen llenando las portadas de periódicos y telediarios.

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Actualidad

La Guerra por los Servicios de Inteligencia: el Dominio de la Información

Cuando Castells nos habló de la Era de la Información, nos expuso cómo cada vez la creación de valor económico va a depender más del conocimiento, y cómo este va a moldear las empresas, el trabajo, e incluso la forma de interactuar de la gente. Han pasado casi dos décadas desde que esos libros fueron publicados, dos décadas que no han hecho más que confirmar que gran parte de su visión es cierta. Y hoy, cada día, lo vemos en la particular guerra que se lucha sobre los servicios de inteligencia de los distintos países. Pero, ¿a qué se debe este reciente interés por los mismos?

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Ocio

Crítica de Serie: House of Cards

Primero Aaron Sorkin nos mostró cómo debía ser la política en su Ala Oeste de la Casa Blanca, que ilustraba perfectamente el funcionamiento del sistema político americano y cómo debían comportarse sus diferentes piezas si fuesen más o menos ideales. Tras él, Berlanti nos ofreció la breve Political Animals, que bien podría ser considerada el Ala Este de la Casa Blanca, y que nos mostraba el precio personal del poder.

Ahora, un nutrido grupo de guionistas y directores nos ofrecen House of Cards, la puesta al día americana de una mini-serie anterior británica, y que bien podría llamarse las Cloacas de la Casa Blanca.

En gran medida, House of Cards es el opuesto al Ala Oeste de la Casa Blanca, ya que nos ofrece lo contrario al mundo ideal. Ya desde su planteamiento (es una historia de venganza), lo que nos aleja es del mundo ideal de la política y la negociación de los partidos en el marco de las instituciones. Al contrario, lo que nos lleva es a encontrarnos de cara con los aspectos más cínicos y descarnados de la política: la presión, el chantaje, la manipulación, la ambición…

Es importante recalcar que no es realista, en la misma medida que el Ala Oeste no lo era. En política, ni todo es negro ni todo es blanco. Pero el discurso que se puede entresacar de la serie si es realista, y si es aplicable perfectamente al mundo en el que vivimos, porque el poder en su perspectiva más cínica si que existe, y la visión maquiavélica del mismo no está demasiado alejada de la verdad de muchos políticos.

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Reflexiones personales

No ver, no hablar, no oir

El Emperador se sube a su caravana fastuosa, la gente dispara los fuegos artificiales y la comitiva se pone en marcha con gran pompa y circunstancia. La gente aclama a su paso, le vitorea, le anima. Hasta que, entre toda la gente, un niño dice “¡el Emperador va desnudo!”.

Eso es lo que nos narran los cuentos, cómo la inocencia puede vencer el boato del poder. Sin embargo, en el mundo real, al niño le habrían hecho cuatro chequeos antes de que pudiese hablar y, eventualmente, le habrían arrancado la lengua antes de que el Emperador se subiese a su caravana.

Tomemos la visión de Maquiavelo sobre el poder, tal como la describe en El Príncipe. Según él, la única función de quien está en el poder es mantener y aumentar ese poder, por los medios que sean necesarios, sea la violencia, el miedo, el amor… Cualquier cosa vale. Cuando tomamos las teorías de las élites, desde Marx a Pareto, las élites deben protegerse continuamente del ataque de quienes querrían tomar su lugar.

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Reflexiones personales

La Constitución

Tras trentaicinco años desde que se promulgó la actual Constitución, y aprovechando el final ahora del Puente de la Constitución, creo que es buen momento para hacer un balance de cómo ha sido el papel de la misma, sus luces y sus sombras. Y lo cierto es que un vistazo a nuestra historia reciente, y no tan reciente, a la forma en que se utiliza y maneja, rápidamente muestra una buena cantidad de ambas cosas.

Primero, para entenderla, hay que echar un vistazo al momento en que fue fraguada. En plena Transición, con la muerte reciente de Franco, los padres fundadores se sentaron con el plan en mente de crear una Constitución que convirtiese una España de dictadura a una de democracia, moderna y occidental. Es una época con una población insegura y dividida entre las formas tradicionales y los que apoyan a los clandestinos partido socialista y, especialmente, el comunista. Todos estos grupos son los que se sientan a la mesa a negociar una Constitución, y esto es vital: el resultado de esas negociaciones no buscaba ser la mejor Constitución que se pudiese hacer, o la defensa de los intereses de los más poderosos, sino ser un articulado que sirviese y sentase las reglas de un juego que todos pudiesen aceptar. Así, las distintas partes cedieron cosas (por ejemplo, la derecha quería una España católica, gran parte de la izquierda la quería laica, y se quedaron en un punto intermedio de aconfesional). El principal éxito de la Constitución es precisamente haber logrado ese objetivo, que nos aleja de modelos de transición como el que podemos observar en Egipto actualmente, y de modelos constitucionales mucho más inestables como todos los que España tuvo con anterioridad.