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Mi Concepción del Poder

Al hilo del último post sobre mi concepción de la sociedad, me toca ahora finalmente exponer mi concepción del poder. Como señalé en aquel post, ambas cosas van inevitablemente unidas, de modo que es posible que este post quede muy en el aire para aquellos que no hayan leído el precedente. Como rápido resumen de aquel, la sociedad está compuesta por infinidad de actores (con voluntad propia) conectados en una vasta red social y organizados en multitud de campos y entre todos negocian permanentemente sobre la sociedad en su conjunto.

Para entender el poder y mi visión del mismo, lo primero es centrarnos en cada campo social. La sociedad está organizada en infinidad de estos, que aglutinan a una serie de actores que comparten algo en común: una empresa, un colegio, una familia,… un tipo o conjunto de vínculos específicos que estructuran sus relaciones. Todos esos mini-campos se vinculan con otros similares hasta constituir los grandes campos sociales: el campo económico (suma de las empresas, las cooperativas, los autónomos…), el campo político (partidos, organizaciones, instituciones…), el campo cultural, etc. Por tanto, cada uno de los campos es una vasta red de relaciones en si mismo, construidas en torno a círculos más pequeños de relaciones (cada una de las unidades de ese campo, o minicampos).

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Mi Concepción de la Sociedad

Parece que el post de ayer sobre la resistencia al poder levantó bastante debate sobre el poder y mi concepción del mismo. Así que es hora de dedicarle un post, pero antes necesito dedicarle un post a mi concepción de la sociedad, porque uno va inextricablemente unido a la otra. Así que, vamos allá.

Empecemos pues, por el principio. La sociedad está compuesta por actores sociales, que son aquellas personas que la componen, las instituciones de su interior, etc. Los actores sociales interactúan los unos con los otros, se condicionan y se relacionan de modo continuo, cada uno luchando por avanzar sus propios objetivos.

Y este es un punto importante: sus objetivos implica que tienen voluntad. Y que el resultado de esas interacciones es, inevitablemente, el conflicto porque distintos grupos y sectores de la sociedad (especialmente en sociedades plurales como la que tenemos hoy en día). Pero el conflicto no necesariamente es algo malo, al contrario, es de su interior de donde a menudo sale lo mejor de los seres humanos, las ideas más avanzadas que permitan solucionar problemas, y las fuerzas que a menudo nos llevan a trabajar unidos. Por supuesto, el conflicto también es destructivo, de modo que ambas tendencias coexisten en el núcleo de la sociedad y de todas las interacciones entre actores.

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Resistirse al Poder

fight_the_power1_1El otro día expuse, junto con Marta Lizcano, el texto del Ojo del Poder en el LI Congreso Internacional de Filosofia; a raíz de él, y del resto de ponencias de la mesa, surgió un debate del cual hoy quiero rescatar un punto concreto. Ya hemos hablado muchas veces de legitimidad y lo que pasa cuando un sistema se deslegetima pero, ¿qué pasa mientras tanto?

El poder debe ser legítimo si quiere que el pueblo lo acepte y no se rebele contra él, y para eso requiere de toda su capacidad para seducir y convencer de su idoneidad para manejar los asuntos comunes. ¿Por qué? La razón base de esto es que el poder no es algo natural en si mismo, es fruto de la negociación colectiva de toda la sociedad, producto de las transferencias de poder de todas las personas que la componen y el marco intersubjetivo de interpretación de todo. En resumen, el poder surge como consecuencia de las relaciones de todas las personas, algunas de las cuales consiguen posiciones más centrales en los campos donde todo el mundo interviene, convirtiéndose en centrales y, al hacerlo, ganando capacidad de condicionar a todos los demás en ese aspecto (económico, político, social, la empresa…).