Tras años de tiras y aflojas, de desencuentros y choques de trenes, el pueblo catalán se ha expresado del modo más cercano posible a un referéndum. Y el resultado es, en el mejor de los casos ambiguo, en el peor complejo. Los números están a la vista, pero abren muchos caminos por delante, los límites entre los cuales no necesariamente están claramente diferenciados. Lo que sí está claro, y hay que señalar desde el principio, es que con más del 77 % de participación, la sociedad catalana ha expresado claramente sus conflictos internos y divisiones pero, sobretodo, la importancia que le da a la cuestión.
Empecemos con el vencedor, al menos a nivel teórico: el nacionalismo independentista se alzó con la victoria en escaños con mayoría absoluta (si pactan Junts y CUP) lo cual hace que el hemiciclo vaya a ser claramente independentista. Su victoria, sin embargo, cumple los pronósticos: mayoría de escaños pero no de votos, asentada sobre una barrera entre las dos provincias de mayoría independentista (Lleida y Girona) y las dos de mayoría no independentista (Barcelona y Tarragona, aunque esta última por poco), lo cual remarca la diferencia entre las grandes provincias muy pobladas y las menos habitadas. Por tanto, una victoria sin duda en términos de elecciones autonómicas (escaños) pero no en términos plebiscitarios y de apoyo ciudadano (votos).