A menudo, los partidos políticos situados en torno al centro del espectro usan el término “antisistema” como un arma arrojadiza que lanzar contra sus enemigos. Por su tono y su gesto al usar esa palabra, antisistema equivale a traidor, a rebelde, a poco menos que el Demonio encarnado en actor político. Y parte de razón tienen, pero a la vez también se equivocan profundamente.
Tomando parte del argumento de Linz en “La Quiebra de las Democracias”, los antisistema son básicamente un conjunto de actores y partidos deseales con el sistema en el que viven. O sea, que no respetan la legitimidad del mismo y rechazan un sistema que, bajo su punto de vista crítico, es inadecuado para los fines sociales que consideran más importantes. El resultado es que los desleales, o antisistema, se oponen al sistema en el que viven de modo directo, lo cual en buena medida los convierte en el anatema de cualquier grupo político leal con el sistema.