La historia es un elemento vivo de nuestro presente. De hecho, muchos de los dichos comunes la incluyen de un modo u otro: “quien no conoce la historia está condenado a repetirla”, “la historia la escriben los vencedores”, etc. Esto implica una cuestión central de la misma: que cuando miramos hacia atrás no lo hacemos de modo objetivo.
La razón de esto es que precisamente porque es en el presente cuando miramos hacia atrás, lo hacemos con una mirada condicionada por los prejuicios y nociones del presente, que busca en el pasado respuestas, ejemplos y casos que nos sean útiles ahora. Por ello, el revisionismo histórico es inevitable, es algo que no es ni de lejos nuevo y nos va a acompañar probablemente durante mucho tiempo.
Desde tiempos inmemoriales, la guerra es algo a lo que los humanos nos hemos dedicado con ahínco, habilidad e ingenio. Y como corresponde a estas situaciones tan extremas para el futuro de todos los colectivos involucrados, ha capturado la imaginación de la gente desde el principio de los tiempos, como muestran historias como la Ilíada.
Pero cuando avanzamos en el tiempo y llegamos al siglo XX, nos encontramos con que es el siglo en el que más gente ha muerto debido a la guerra. Y, consecuentemente, la opinión pública ha ido cambiando su forma de entenderla y racionalizar sobre ella. El resultado es que surgieron numerosas narrativas sociales al respecto, contraponiendo dos discursos principales: por un lado la perspectiva que describe la guerra como algo heroico e importante como se hacía antiguamente (con ejemplos como Top Gun) y la perspectiva contrapuesta donde se describe la guerra como algo brutal y terrible y se busca una denuncia al respecto (como en las películas de la guerra de Vietnam, como Apocalypse Now). Incluso surgieron las narrativas centradas en los civiles capturados en la guerra, como ocurre en la novela de H. G. Wells La Guerra de los Mundos.
Parece increíble que tengamos que hablar de esto en este momento. Racismo, en el país más afectado por el coronavirus. Un país que ha tenido una de las peores respuestas y planificaciones al respecto, que acumula más muertos por la enfermedad que durante toda la Guerra de Vietnam, que tiene un presidente que prefiere no hacer nada o recomendar cosas absurdas a realmente planificar y tratar de solucionar un problema tremendo. Y, sin embargo, pese a todo ello, desde hace unos días, la noticia es el racismo.
El 25 de mayo de 2020, George Floyd fue asesinado en Minneapolis. El asesino, un policía blanco, mantuvo su rodilla sobre su cuello con la colaboración de otros compañeros, durante nueve minutos, aunque Floyd señalaba que no podía respirar y ya estaba totalmente reducido. El “crimen terrible” por el que Floyd perdió la vida es que, supuestamente, compró un paquete de cigarrillos con un billete de 20 $ falso. La policía, cuyo lema en Estados Unidos es “servir y proteger”, mató a un hombre negro que estaba cooperando y estaba inmovilizado, sin que hubiera ninguna razón para ello. Y las calles de Estados Unidos estallaron a medida que se extendieron las protestas y escalaban en fuerza y violencia, pese a la pandemia presente. Sus últimas palabras, tal y como salen reflejadas en el video de su asesinato, son “no puedo respirar”, que actualmente se han vuelto uno de los lemas de las protestas, junto con el slogan “las vidas negras importan”.