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Crítica de Libro: La Era de la Información, Vol II

Subtitulado “El Poder de la Identidad”, la segunda parte de la famosa trilogía de Manuel Castells es un buen libro. Aunque, en mi opinión, no tan bueno como la primera. La razón de ello es que para mi gusto pasa demasiado tiempo con estudios de caso de distintos movimientos sociales, que si los estás estudiando en concreto son muy buenos, pero sino son muchas páginas para justificar una parte muy concreta de su argumentación. El más interesante, para mi gusto, es el análisis del movimiento antiglobalización del que ya hablé aquí. El resto del libro está mejor, con un profundidad teórica y analítica mayor, y con un análisis más amplio y profundo de la comunidad internacional, el “estado red” (aunque aún lo deja demasiado esbozado) y el desarrollo de la política y la democracia. Precisamente de esto último es de donde voy a sacar la reflexión que quiero compartir con vosotros.

La arena de la política en cada país se lucha siguiendo las reglas de los partidos, los debates y demás. Sin embargo, a partir de los años 60 (con la elección de Kennedy en los Estados Unidos), esta arena está cada vez más dominada por los medios de comunicación. La televisión y sus noticias se ha vuelto el medio principal de información de la gente, y por ello los medios de comunicación ganan influencia y poder que canjean directamente en beneficios económicos por medio de la publicidad. La clave para que esto funcione es que deben aparentar ser independientes (Castells habla siempre de ser independientes directamente, pero yo creo que lo que importa es la percepción de la independencia, no la independencia real), de modo que su información sea considerada fidedigna. Una vez que tienen la independencia, lo que deben hacer es renatabilizar su tiempo y captar entretenimiento, de modo que le prestan atención especialmente a las noticias dramáticas, con tensión, escándalo, lucha, conflicto y a poder ser sexo y violencia.

Ante esta situación, los partidos políticos han ajustado su forma de actuar. Por un lado, potencian los mensajes cortos y claros, que puedan ser traducidos fácilmente en titulares. Por otro, potencian la confrontación con los rivales, el sacar a relucir los trapos sucios, porque eso son cosas que siempre atraen la atención y permanecen en la memoria de los espectadores. Finalmente, desdibujan las líneas del partido y se personalizan en torno a sus líderes, de modo que sea el líder el individuo con el que el público empatice y se vincule, y no el programa electoral que nunca genera tanta adherencia como la figura humana del líder.

Todo esto, por medio de las tecnologías más avanzadas (encuestas en tiempo real, análisis de impacto, grupos de estudio, etc.) son lanzadas al público por medio de la televisión, perfectamente ajustada a lo que los canales quieren emitir. De este modo, lo que se consigue es que el conjunto del campo de la política acepte como terreno de juego y lucha ya no las urnas y los encuentros, los hechos y los programas electorales, sino a los propios medios de comunicación, que se convierten en el sosten de todo el proceso de transmisión de la actividad política a la población, forzando a que sus reglas sean respetadas.

Como es obvio, y Castells lo deja muy claro, esto no implica que la política en si sea lo mismo que los medios de comunicación, ni que una posesión de los medios de comunicación implique un triunfo en política. Lo que significa es que el medio en que se produce gran parte de ese juego es en los televisores de los espectadores, lo cual implica que se deben seguir unas normas que, hoy por hoy, los partidos siguen a rajatabla. Por no mencionar el alto coste que la publicidad tiene en televisión, y que lleva a que los partidos se vean forzados a recurrir a medios ilegales de financiación para poder costearlos.

Obviamente, Castells desarrolla todo esto mucho más en los últimos capítulos del libro, pero espero que os sirva para llevaros unas cuantas ideas interesantes sobre las que reflexionar, al menos mientras os conseguís un ejemplar del texto. Libro desde luego recomendable, aunque no tanto como su impresionante primera parte.

Costán Sequeiros Bruna

Y tú, ¿qué opinas de este libro?

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