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Reflexiones personales

Breve Historia de las Relaciones Internacionales

La historia de las relaciones internacionales es una historia que empieza antiguo, tan temprano como los primeros imperios porque, tan pronto hubo un “nosotros” nació un “ellos” y, al hacerlo, la necesidad de dialogar con esa otra parte. Al principio, los gobiernos hacían poco en relaciones internacionales, normalmente se limitaban a declarar guerras, favorecer el comercio que pudiese surgir, o enviar emisarios ocasionales. La Hélade, la alianza de las ciudades-estado de la Grecia antigua, fue la primera gran alianza y, con ella, nacieron muchas otras formas diplomáticas como podían ser los juegos olímpicos.

Sin embargo, en gran medida los primeros en plantear de modo serio y concienzudo el tema de las relaciones internacionales fueron los romanos. La política de expansión imperial, y sobretodo la relacionada con el mantenimiento de las fronteras, se basó en la creación de relaciones sólidas con las tribus bárbaras colindantes, en la creación de alianzas con ellas y el fortalecimiento de sus enfrentamientos internos. El clásico “divide y vencerás”. Junto a esto el comercio (muy vinculado al espionaje militar), las redes de postas para enviar mensajes, las carreteras, etc. todos contribuyeron a reducir el tamaño del mundo enormemente y, al hacerlo, abrir las posibilidades diplomáticas de Roma con el entorno.

Pero el mundo de las relaciones internacionales no alcanza su verdadera dimensión hasta la Edad Media. Es en esta época donde la aparición de la cristiandad, como civilización opuesta a la musulmana, permitió crear una serie de reglas de juego compartidas que todos los miembros aceptaban: el papel de árbitro que tenía el Papado, la necesidad de “casus belli” para que las guerras fueran justas, las alianzas forjadas por medio de matrimonio, las normas de vasallaje… Se construye así todo un aparato normativo no escrito pero si aceptado por la mayoría de los participantes que, en muchas de sus dimensiones (como el vasallaje), incluso se extendió a los califatos musulmanes. Y estos, a su vez, respondieron introduciendo enormes elementos como el desarrollo de las matemáticas y la recuperación de la cultura clásica que permitieron en conjunto la emergencia del Renacimiento.

Y es durante este periodo que surge el Estado moderno y, con él, el actor central de las relaciones internacionales. Surge en gran medida con Isabel y Fernando los Católicos y con Carlos I, ya que son ellos los que aplastan a la nobleza de su Reino y, por primera vez desde los tiempos de Roma, comienza a surgir un modelo de gobierno centralizado. Surge el Estado, y con él los primeros servicios dependientes del mismo: los ejércitos profesionales ya no basados en las levas feudales, los recaudadores de impuestos a escala estatal, así como las primeras identidades nacionales (aunque el nacionalismo no llegaría hasta mucho después). Es también la época de la “conquista” del mundo por parte de Europa, que cambiará las reglas globales a medida que los estándares comunes creados fruto de la civilización occidental-cristiana se extienden mucho más allá de sus nidos originales, especialmente adentrándose en América (África seguirá siendo una incógnita en gran medida durante mucho tiempo, y el poder de China, India y otros estados en Asia hará limitada la entrada occidental allí).

De especial importancia en el Renacimiento está la obra de Bodino, que construirá una noción que aún hoy en día es central en el ordenamiento de las relaciones internacionales: el concepto de soberanía. Según Bodino, en el interior de cada país, el único poder que podía actuar era el gobierno de ese territorio, los otros países debían respetarlo y mantenerse al margen. Huelga decir que esto ha sido violado muchas veces, pero como principio sigue considerándose el centro que constituye el orden mundial en relaciones internacionales.

¿Por qué? Porque en 1648 se firmó la Paz de Westphalia que pone final a las Guerras de los Treinta Años (en Alemania) y de los Ochenta Años (entre España y los Países Bajos). Pero, más importante que el fin de esas guerras, en esa paz se decidió que todo el orden internacional se basaría en el respeto a la soberanía nacional. Y, con ello, surge el modelo moderno de relaciones internacionales: lentamente los Estados van desarrollando embajadas permanentes, consulados, acuerdos de comercio y control de aduanas, etc. Y, con todo este entramado, el campo de la acción internacional va creciendo cada vez más en importancia y acumulando peso.

Saltamos de nuevo un par de siglos en el futuro para encontrar, en 1815, la fundación de la Comisión Central Para la Navegación del Rin, la primera organización internacional. A esta le seguirían las organizaciones internacionales para telégrafos y servicios postales, a la par que se difunden los conceptos de democracia recientemente creados en las revoluciones americana y francesa. Con todo ello, surgen nuevos actores en la arena internacional que se suman a los Estados (las organizaciones internacionales) y se crea la base para decidir cuando los Estados y las organizaciones son legítimas (aquellas que representan realmente al pueblo, según los estándares democráticos). Esta es también la época del surgimiento de las grandes ferias mundiales y los grandes congresos mundiales, que fuerzan a un creciente contacto entre los mandatarios que permite crear nuevos vínculos entre Estados. Y el nacimiento del nacionalismo, que trata de crear culturas homogéneas en el interior de los Estados (con más éxito en unos que en otros) y crear una sensación de unión entre los ciudadanos y sus gobiernos.

Con el final de la I Guerra Mundial tenemos el primer intento de crear una organización que traiga la paz al mundo y organice las relaciones internacionales: la Sociedad de Naciones. Pero fracasará y será una de los millones de bajas de la II Guerra Mundial. Es de las cenizas de esta de la que surge el campo interestatal moderno, con la aparición de la ONU como árbitro mundial de las acciones internacionales de todos los países y, en especial, de las declaraciones de guerra. Y bajo el paraguas de la ONU, una miríada de organizaciones surgen para crear este nuevo orden mundial: el FMI, el Banco Mundial, las rondas GATT de comercio y (mucho después) la OMC; pero no sólo en el interior de la ONU, sino que en Europa veremos el nacimiento de la Comunidad Europea del Carbón y el Acero (que, eventualmente, se transformará en la Unión Europea) y, en relación con la creciente Guerra Fría, surgirán la OTAN y el Pacto de Varsovia.

Desde entonces, el juego ha seguido desarrollándose pero con nuevas reglas. La entrada de las organizaciones internacionales en la arena de juego ha permitido la creación de un nuevo elemento: el derecho internacional, cuyo mayor exponente es la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Y de la mano de este nuevo código legal surgen los tribunales internacionales, capaces de juzgar a los Estados y a los individuos cuando compete, como hace el Tribunal Penal Internacional. Todo esto ha supuesto una ruptura con el pasado, dominado por los conflictos entre Estados, la guerra y la lucha por la hegemonía, y el crecimiento en importancia de la diplomacia y el soft power, que permiten crear acuerdos de colaboración así como condicionar el funcionamiento de las organizaciones internacionales.

El último giro de tuerca llega recientemente, sobre la cresta de la última ola de globalización fruto de Internet: la creación de una sociedad civil global. Cada vez más, la gente se da cuenta de que tiene problemas y situaciones en común con gente de la otra esquina del mundo (el cambio climático, por ejemplo) y surgen iniciativas de acción conjunta. Con ello nacen las grandes ONGs (Green Peace, por ejemplo) así como multitud de otras agencias (como UNICEF, que es parte de la ONU) o movimientos sociales (los movimientos feministas y de igualdad de derechos propios de finales del XIX-mediados del XX evolucionan a nuevas y más complejas maneras de lucha por la igualdad no sólo de género y raza, que también, sino también igualdad democrática, la desigualdad por edad o por exclusión financiera, etc.). Y toda esta nueva sociedad civil cada vez reclama más voz en los asuntos internacionales, porque considera (acertadamente) que le corresponde, allí también, ser la voz cantante. Al fin y al cabo, de eso va la democracia.

Esta historia, que he presentado aquí acelerada y resumidamente, puede parecer un proceso inevitable, confluencia de avances y desarrollos tecnológicos y culturales, pero no lo es ni de lejos. Detrás de cada uno de estos cambios hay conflictos, hay luchas, hay ganadores y perdedores. La democracia necesitó una Revolución Británica, una Revolución Americana y una Revolución Francesa para ponerse en el mapa de los modelos políticos, y aún así aún no está asentada de todo en el mundo; los movimientos sociales aún no tienen demasiada voz en las organizaciones internacionales, siendo el centro todavía para los Estados, y se encuentran reprimidos en muchos países (China por ejemplo, como muestra el caso de los movimientos pro-democráticos en Hong-Kong). Y, como estas dos referencias muestran, al ser esto todo una historia de conflicto entre los nuevos órdenes mundiales que han ido emergiendo y los viejos órdenes mundiales que han ido muriendo, es también una historia de lucha de élites (en términos de Pareto, Veblen o Marx) y, por todo ello, también una historia de cambios que pueden ser revertidos, paralizados o modificados. Nada está ganado para siempre, y nada asegura que la sociedad civil vaya a convertirse en el actor central del orden internacional si no sigue luchando para conseguir su asiento en la mesa.

Pero, más importante, no sólo es una lucha entre grupos de personas, sino entre ideas de cómo debe ser el mundo. El orden internacional en el que vivimos es fruto de una imposición de Occidente sobre el mundo y, en especial, de la visión de Roosevelt en los Estados Unidos justo después de la II Guerra Mundial. Es una visión muy concreta del orden del mundo que no necesariamente casa con otras visiones (como pueda ser, por ejemplo, la oriental que tan bien ejemplifica China y su Estado “comunista”), y aún falta mucho por luchar en estas áreas de camino a crear un modelo de mundo que permita que todos vivamos en igualdad.

Esta es la historia, resumida, de las relaciones internacionales. Pero, por ello, también es nuestra historia resumida, de los éxitos y fracasos de las generaciones que nos precedieron, y de los conflictos que quedan por delante de aquellas generaciones que actualmente vivimos o que vivirán en el futuro. Queda mucho camino por hacer, y la emergencia de un campo de las relaciones internacionales realmente independiente sólo es un paso más en la lucha por una nueva identidad global y una forma nueva de manejar los conflictos planetarios y los riesgos que un mundo globalizado plantea para todos.

Pero ya se sabe que, como dijo Antonio Machado:

“caminante, no hay camino,
se hace camino al andar”
.

Y, en lo que a historia se refiere, somos la vanguardia, los que deben inventar cada paso, tratando de que los conflictos y problemas que plantea no sepulten las buenas ideas y beneficios que nos pueda traer a todos.

Costán Sequeiros Bruna

Y tú, ¿qué opinas de esta historia?

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