Categories
Reflexiones personales

Cortoplacismo, Democracia y Cambios Estructurales

A menudo, se oye a las distintas instituciones señalar que hace falta realizar cambios estructurales profundos en la economía, en la organización del Estado del Bienestar, o en cualquier otro aspecto de la sociedad. Y que estos cambios, cada vez, son más urgentes. El Fondo Monetario Internacional, la Comisión Europea, la ONU… todos ellos se pronuncian frecuentemente en este sentido. Sin embargo, al final nunca se producen. ¿Por qué?

La respuesta es porque vivimos en una democracia electoral donde a los partidos lo único que les importa es ganar las siguientes elecciones. Los cambios estructurales requieren muchos esfuerzos, sacrificios y, sobretodo, tiempo, con lo cual no dan votos en las elecciones siguientes, o incluso pueden reducirlos. Son cambios importantes y, sin embargo, nadie los hace porque no están dispuestos a pagar el precio: al fin y al cabo, en Europa ser político es una profesión de carrera y ninguno quiere perder el sueldo que les da el escaño (no contando con otros privilegios menos legítimos…).

Así que se instaura el cortoplacismo: osea, la visión de que lo único que importa es lo que da resultados a corto plazo. ¿Por qué? Porque este año hay elecciones europeas, el año que viene son elecciones generales, autonómicas y municipales; el año después ya vendrá algo y, si no es el año siguiente, será el de después. El calendario electoral siempre está lleno y prácticamente en todo momento hay elecciones en algún lado. Con lo cual, teniendo en cuenta que sólo importa ganar las elecciones de turno, lo que importa es obtener resultados rápidos que permitan ganar esas convocatorias, no hacer los cambios estructurales que son realmente necesarios.

Además, este cortoplacismo se encuentra con otro elemento que complica la posibilidad de hacer las reformas realmente necesarias: al estar el gobierno a todos los niveles siempre a juicio y siempre cambiando, es difícil poder sacar adelante reformas estructurales que requieren mucho tiempo para tener efecto. Así, cada gobierno que entra reforma el plan de estudios, la última ley del aborto parece que no va a durar ni una década, etc.

Poder llevar adelante reformas estructurales de calado y profundidad requiere un único y vital elemento que, desgraciadamente, parece que cada vez se pierde más en política: la capacidad de crear pactos y generar consensos a través de las distintas fuerzas políticas. Estos pactos, si son honrados como deben, consiguen generar la voluntad entre las distintas fuerzas electorales, de modo que independientemente de quien gane unas u otras elecciones sus efectos y procesos pueden continuar. Los Pactos de Moncloa, o el Pacto Antiterrorismo son prueba de que se pueden conseguir generar estos pactos entre fuerzas políticas muy dispares y que después estos pactos se mantengan y honren.

Pero la democracia actual no sólo es cortoplacista porque hay elecciones muy rápidamente, sino porque continuamente tenemos sondeos de opinión e intención electoral en los grandes periódicos y televisiones. Es como si hubiese elecciones todos los días y, en esto, es más útil generar confrontación que cooperación. Al fin y al cabo, si se consigue un pacto sobre un tema importante, los beneficiados serían todos los partidos que participen del mismo (a poder ser todos los partidos), de modo que no va a cambiar el panorama electoral de cara a las siguientes elecciones porque todos se benefician. Es más útil, en cambio, destrozar al rival, ahondar en sus errores, oponerse a él incluso cuando se traten temas sobre los que se podrían alcanzar acuerdos trabajando conjuntamente. Vivimos así en una guerra continua entre los partidos, que van al combate día a día sabiendo que tienen que mejorar sus rendimientos del sondeo del mes pasado, no ya los de las elecciones del año anterior.

Se hacen así continuos gestos a la galería y a las bases sociales que sostienen ese partido y, al centrarse en política para “su gente”, inevitablemente chocan con los gestos que hacen los otros partidos hacia sus bases. Si uno autoriza el matrimonio homosexual, el otro saldrá a la calle a protestar contra él; si uno solicita un cambio electoral, el otro lo mandará callar; si se pide que el Presidente comparezca para explicar alguna cosa, el partido en el gobierno tratará de evitarlo, acotar el debate, o tener suficiente basura que echarle encima a la oposición. Y así, con cualquier cosa.

Vivimos así en una democracia en guerra interna, donde todo acuerdo es imposible o muy costoso. Así es imposible construir nada productivo, nada nuevo, nada conjunto. Nada que sea de todos y para todos. Luego la gente se sorprende de que países como China, que básicamente es una dictadura, crezcan y funcionen: cuando no se divide un país en guerras intestinas puede lograr muchas cosas. Aquí sólo nos queda el conflicto interno, la oposición eterna e irresoluble.

Lamentablemente, hoy en día parece que ganar las elecciones es lo más importante y que hay que hacerlo a cualquier coste. Se olvidan de que muchas democracias, la española la primera, se construyeron sobre acuerdos de todas las partes. Se olvidan de que el servicio público no debería ser únicamente un trabajo, sino una vocación; y una centrada en construir algo nuevo y más grande entre todos.

Costán Sequeiros Bruna

Leave a Reply

This site uses Akismet to reduce spam. Learn how your comment data is processed.