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Crítica de Libro: Pensar Europa

Escrito por Edgar Morin hacia finales de la Guerra Fría, este libro está dividido en tres partes claramente diferenciadas. Una primera parte se dedica a una rápida narración del proceso de creación de una “identidad europea” desde la Edad Media, a partir de los conflictos científicos, religiosos, y políticos de estos quinientos últimos años; es quizás la parte más válida hoy por hoy. La segunda se dedica a la situación actual de esa identidad, pero al ser escrito durante la Guerra Fría es una parte que básicamente está enormemente obsoleta, aunque siga conteniendo una buena dosis de los elementos de la filosofía federalista que siguen siendo válidos hoy en día. La tercera, como es lógico, corresponde al futuro, y aunque tiene buenos conceptos e ideas, también el tiempo ha desmentido algunas de las aproximaciones que Morin propone, y muchas otras jamás siquiera se intentaron con fuerza. Sin embargo, para este post, voy a recuperar un elemento que encuentro interesante, precisamente de esta tercera parte.

Morin está analizando a lo largo de todo el libro, como dije, la idea de la especificidad de la cultura europea. Y aunque llega a la conclusión de que la mayor parte de lo específico europeo es, hoy en día, global (los derechos humanos, la ciencia, la Ilustración, el arte…), lo que persiste de específico en nosotros y que ha dado lugar a todo eso es la aceptación de una mentalidad de pensamiento dialógico. Me explico. Es el hecho de que la cultura europea está formada sobre los conflictos, y no sobre las seguridades: la religión se opone a la ciencia, el comunismo al fascismo, la democracia a la monarquía… A diferencia de otras partes del mundo donde se impone una única aproximación al mundo (pensemos en China, por ejemplo, durante la era imperial), en Europa se impone la oposición, la crítica, el debate. El relativismo.

Esto genera un cierto “sentirse como europeo” entre los habitantes del continente, aunque normalmente sean más conscientes de sus identidades nacionales y estatales que de la europea. Y este sentimiento europeo, que solía basarse en el dominio imperial del mundo, es hoy en día consciente de su enorme debilidad: Europa ya no es el centro del mundo y tiene numerosas vulnerabilidades (depende de la protección militar americana, del petróleo árabe,…). Ambas son cosas que nos atañen a todos los europeos por igual, y ante lo cual los Estados no tienen poder suficiente para defendernos.

Así pues, el sentirse europeo actual no se basa, como el sentimiento español o americano o inglés, en un pasado, unos héroes, una historia común. Por el contrario, el sentimiento europeo se basa en la percepción de que el futuro pasa por ir juntos, pues separados somos incapaces de enfrentarnos al mundo. Y que hemos de aceptar todas las visiones y mezclarlas, debatirlas, y analizarlas para poder madurar con ellas.

Autores como Ulrich Beck han señalado ya cómo la sociedad moderna se basa cada vez más en el futuro (en la prevención de riesgos, en la planificación estratégica…) y menos en las certezas del pasado (historia, tradición…). Así pues, podríamos decir que los sentimientos nacionalistas tradicionales están, lentamente, quedando desfasados en una perspectiva que, cada vez, encaja menos con el mundo, pues cada vez el pasado importa menos; por el contrario, es el futuro el que condiciona el mundo, y la percepción de un futuro común como el centro de una identidad (y no sólo como una consecuencia de una identidad común basada en un pasado, como en el resto de los nacionalismos) es el indicativo de que la identidad europea es una identidad plenamente del siglo XXI, en sintonía con la percepción social contemporánea de las sociedades y del funcionamiento del mundo.

Costán Sequeiros Bruna

Y a ti, ¿qué te parece este libro?

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