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Reflexiones personales

Deslegitimación del Sistema y Revolución

En su momento ya hablamos de la legitimidad, pero ¿qué pasa cuando no queda ya? ¿Qué pasos da de ahí a la revolución y qué implica esta? El desapego por lo público, la corrupción, el rechazo de los partidos políticos y las formas sistémicas, la oposición contra las élites… todo ello son el caldo de cultivo óptimo para una deslegitimación del sistema y si, ¡sorpresa! Hoy en día rápidamente avanzamos por ese camino a nivel global, con todo lo que ello implica.

Lo primero que ocurre en una situación de deslegitimación del sistema político, económico y social es que aumentan los discursos que el sistema hubiera considerado extremos. Estos discursos radicales ofrecerían nuevas lógicas y formas de hacer las cosas completamente diferentes a las que imperan en el momento en el sistema, sosteniéndose sobre el fracaso percibido por todos de las políticas imperantes en ese momento. Esto no tiene por qué ser malo al igual que cualquier cambio social y la Revolución Francesa y la Norteamericana son ejemplos de esto, pero también lo es el ascenso de Hitler, el de Mussolini o la Revolución Rusa (con todas sus luces y sombras). Una desligitimación del sistema actual podría extenderse de modo global (la Primavera Árabe es un ejemplo perfecto de esto), de modo que todo el sistema internacional se viese cuestionado en su funcionamiento y organización, cambiando los paradigmas que lo guían o desapareciendo en su conjunto.

Y ante esta situación se nos plantea un problema crucial: ¿cómo funciona? John Rawls inventó la teoría del velo de la ignorancia, según la cual aquellos que van a cambiar la sociedad se juntan antes de hacerlo (metafóricamente) y pactan las condiciones de la sociedad por venir; como no saben qué lugar ocupará cada uno en la nueva sociedad, pactan entre todos las condiciones mínimas lo más altas posibles, para garantizarse una vida lo más cómoda posible en el mundo nuevo. Es una teoría que, por muchas razones, me parece una estupidez.

La principal es que la gente no llega en igualdad de condiciones, sino que llegan con distinto grado de poder, de conocimiento, de capacidad de acción. Yo prefiero el concepto de la fase de eclipse, propio de la medicina, que se refiere a ese tiempo en que uno incuba una enfermedad inconsciente de que la tiene. Así, la gente de antes de la fase del eclipse desconoce el mundo que viene (la enfermedad) y no puede prepararse aunque las condiciones ya se estén dando en su interior. Esto es lo mismo, antes del gran cambio la gente no sabe el mundo que viene, e incluso durante el periodo de deslegitimación nadie realmente acepta que el mundo entero se va a sacudir ante ellos. Y el mundo después del cambio ya es diferente, alienígena para quienes se encontraban antes del mismo. Los ciudadanos que tomaban la Bastilla no podían imaginarse que lo que seguiría al poco sería el Terror, igual que los ciudadanos comunistas que depusieron al Zar no imaginaban que la Vanguardia del Proletariado crearía un nuevo estado dictatorial.

Así, la deslegitimación del sistema siempre supone un riesgo, en la medida que conocer el resultado de antemano es imposible y, normalmente, todo parto viene con dolores. Nunca sabes si al final habrá un mundo mejor, o uno peor. Incluso en el caso de los cambios que siguen los caminos ya recorridos por otros (como el caso de la Transición española, que buscaba instaurar una democracia como muchas de las que la rodeaban), donde los problemas siempre son menores y el resultado más conocido, las fuerzas de cambio desatadas son tan fuertes que siempre hay un fuerte componente de desconocimiento. Así tenemos el ejemplo de la Primavera Árabe, donde transitando hacia democracias representativas y desde un punto relativamente similar, las historias de Túnez, Libia, Siria y Egipto han sido completamente diferentes, y sólo una de ellas ha sido relativamente exitosa al manejar la transición.

Es por todo esto que la deslegitimación total de un sistema siempre debe ser aproximada con mucho cuidado, porque nunca podemos estar seguros de que vaya a ir en el camino deseado. Puede que sea necesaria, ciertamente, pero debe tomarse con precaución igualmente. El resultado final puede ser un avance inmenso para la sociedad que la inicia, pero también puede suponer un retroceso en la calidad de vida de los ciudadanos que sea impagable. Pero, desgraciadamente, no existe una bola de cristal que nos diga antes de que se desaten las fuerzas qué resultado tendrán.

Cada sociedad debe elegir, ante la situación, si le vale la pena o no. Y, si lo vale, cómo desea manejarla.

Costán Sequeiros Bruna

Y tú, ¿qué opinas de esta situación?

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