Categories
Reflexiones personales

El revisionismo histórico

El revisionismo histórico muestra que el pasado es parte activa del presente.
El revisionismo histórico muestra que el pasado es presente.

La historia es un elemento vivo de nuestro presente. De hecho, muchos de los dichos comunes la incluyen de un modo u otro: “quien no conoce la historia está condenado a repetirla”, “la historia la escriben los vencedores”, etc. Esto implica una cuestión central de la misma: que cuando miramos hacia atrás no lo hacemos de modo objetivo.

La razón de esto es que precisamente porque es en el presente cuando miramos hacia atrás, lo hacemos con una mirada condicionada por los prejuicios y nociones del presente, que busca en el pasado respuestas, ejemplos y casos que nos sean útiles ahora. Por ello, el revisionismo histórico es inevitable, es algo que no es ni de lejos nuevo y nos va a acompañar probablemente durante mucho tiempo.

Pongamos primero un ejemplo de revisionismo histórico que es, en principio, neutral hoy en día: la historia del Rey Arturo. En las versiones más antiguas de la leyenda, muchos de los elementos que hoy consideramos habituales no están presentes, y fueron introducidos en versiones posteriores de la misma. Por ejemplo, toda la trama de Lancelot y Ginebra no se introduce en la historia hasta que Chretien de Troyes lo introduce cuando en el siglo XIII está en auge el amor cortés. Reinventa, con ello, la historia de Arturo para introducir en ella las sensibilidades y preocupaciones que en sus tiempos plagan a su sociedad y, al hacerlo, cae dentro de lo que hoy consideraríamos revisionismo histórico. Y si sigues avanzando la historia de Arturo como en el video del link, otros elementos son añadidos posteriormente como la espada mágica Excalibur, el Santo Grial o muchos de los caballeros de la tabla redonda. Especialmente interesante es cómo, con la caída de prestigio del amor cortés y el ascenso de la visión de la infidelidad como algo malo, la propia historia de Lancelot es reconstruida para que no sea el caballero perfecto y sea castigado por enamorarse de Ginebra.

Arturo, Ginebra y Lancelot... un drama fruto del revisionismo histórico que todavía encandila en el presente
Arturo, Ginebra y Lancelot… un drama fruto del revisionismo histórico

Como se ve, por tanto, el revisionismo histórico no es nada nuevo, lleva con nosotros desde el principio de los tiempos y probablemente nos acompañe hasta el final. Porque uno podría pensar que, a mayor cantidad de pruebas, restos y evidencias, más improbable es caer en el revisionismo histórico. Al fin y al cabo, si quedan cronologías, diarios, pruebas, etc. sólidas de cómo fueron los momentos históricos, las figuras que en ellos aparecen serán más claras y más inequívocas. Pero esto tampoco es cierto. Basta con echar un vistazo a la cantidad de películas sobre Robin Hood que se hicieron en el siglo XX y cómo destacan y narran de distinta forma al personaje para ver que seguimos con la misma capacidad de reinventar las historias del pasado incluso cuando, como en el caso de Drácula, la historia original está perfectamente conservada y es accesible a cualquiera que quiera leerla.

Reconstruimos las ficciones del pasado para encajar con nuestros intereses y sensibilidades modernas. Para hacerlas más emocionantes, más trágicas, más “auténticas”, etc. Y si lo hacemos con la ficción, ¿por qué no hacerlo con la historia real?

Toda figura del pasado es objeto continuo de revisionismo histórico. Esto se debe a que todas ellas tienen personalidades complejas que encajaban en el tiempo y contexto en que vivieron, pero que normalmente son demasiado amplias como para transportarse por el tiempo. Es improbable que mucha gente sepa de los amores de adolescencia que pudo haber tenido Hitler, por ejemplo, aunque eso probablemente afectó a su personalidad y trayectoria vital; del mismo modo que no recordamos habitualmente cual era el esclavo favorito de Washington. Las figuras del pasado se narran en relación con los momentos clave de los que fueron parte, no en base a lo que fue el conjunto completo de sus vidas: Hitler y el nazismo, Washington y la guerra de independencia norteamericana. Y esos eventos se narran desde el punto de vista de los intereses del presente. ¿Consideramos el nazismo como algo malo? Entonces Hitler será narrado como un villano. ¿Y consideramos la libertad americana algo bueno? Entonces Washington será pintado como un héroe.

Pero la realidad es que en ambas figuras, como en todas las demás, hay la infinidad compleja de matices que toda persona va desarrollando a lo largo de toda una vida. Y son esos matices los que hacen que cada persona se pueda ver de diversos modos, según donde ponemos el énfasis.

Si en vez de fijarnos en la guerra de independencia nos fijamos en la esclavitud, la narración de Washington será la de un villano; y si nos fijamos en la trayectoria artística narraremos a Hitler como alguien normal frustrado por no poder ser un pintor. Así, cambiando el punto de vista desde el que mira nuestra cámara, cambia por completo el retrato de la persona que estamos mirando porque reinterpretamos su vida y sus hechos en base a un marco diferente.

El revisionismo histórico pone énfasis en dimensiones que la narrativa original había ignorado acerca de los personajes del pasado.
El revisionismo histórico pone énfasis en dimensiones que la narrativa original había ignorado.

El presente está siempre lleno de batallas por el pasado que hemos vivido y cómo lo narramos, porque la legitimidad de una sociedad a menudo se basa en la historia y la tradición. Cambiando su historia y tradición, cambiamos qué se considera válido, lo cual abre la puerta al campo de batalla continuo en torno al revisionismo histórico y la forma “correcta de contar lo que pasó”. Estados Unidos tiene hoy en día abierto ese frente, por ejemplo, con todo el movimiento de Black Lives Matter y la lucha por cambiar la narrativa de los generales del bando confederado a base de derribar sus estatuas o rebautizar las bases militares. Pero no es cosa solo norteamericana aunque ahora llene las pantallas. La lucha en España en torno a sacar los cadaveres de las cunetas o el uso y legitimidad de los símbolos franquistas sigue perfectamente abierto y es un campo de batalla sobre cómo narramos nuestro pasado y cómo lo recordamos.

El revisionismo histórico es, por tanto, parte natural de nuestra sociedad. Incluso los historiadores más profesionales con sus esfuerzos por lograr descripciones objetivas del pasado se encuentran con que a menudo sus trabajos son sesgados por ellos mismos o por aquellos que los leen, de modo que su objetividad se pierde rápidamente al llegar al debate público.

Y, aunque pueda parecer superficial, cosas como luchar sobre si una estatua se mantiene en la plaza central de un pueblo o no, es una cosa importante. Es una muestra de la lucha continua en torno a los símbolos del pasado y lo que ellos representan en el presente. Los símbolos nunca están muertos en una sociedad, sino que identifican ideas, colectivos, formas de vida, de modo que son extremadamente importantes. Cuando usamos el revisionismo histórico sobre ellos, lo que hacemos es narrar de modo diferente lo que esos símbolos significan, con la intención de cambiar el modo en que impactan en la sociedad presente. Véase por ejemplo la continua discusión sobre la bandera franquista usada por ciertos colectivos, frente a la bandera republicana usada por otros colectivos diferentes y, en el medio, la discusión sobre la bandera constitucional actual (que, en el fondo, es la búsqueda de un cierto compromiso entre las otras dos).

Muchos debates presentes importantes, por tanto, se basan en cómo entendemos el pasado y cómo lo narramos. El nacionalismo catalán por ejemplo, ha extendido en ciertos círculos la idea de que Cataluña lleva siglos oprimida por España, que es una ocupación, etc. cuando la realidad histórica es que Aragón se une a Castilla por matrimonio. Pero reabrir ese campo de batalla histórico es útil para construir la narrativa de que Cataluña merece “recuperar su independencia robada” lo cual tiene un impacto importante en el presente de la política catalana y el movimiento independentista, al margen de su acertada o errada descripción de los eventos históricos de los que habla.

Además, los símbolos no son neutrales en base al sitio donde se encuentran. Cuando antes hablábamos de la estatua en la plaza central del pueblo, lo que ahí tendríamos es un caso donde la figura ensalzada en esa estatua está en una posición de respeto, de reverencia, de importancia en el imaginario de ese pueblo. Igual que se les dan nombres de personas importantes que hicieron cosas relevantes a las calles y plazas, para recordarnos sus historias. Es algo en lo que incluso estamos dispuestos a gastar dinero porque creemos que es importante socialmente: y así, el aeropuerto de Madrid se renombró de Barajas a Adolfo Suárez.

La posición de honor y respeto de ciertas figuras es un reflejo del ideario de la sociedad. Ningún americano se sorprendería de ver una estatua de Washington encima de un caballo en una plaza pública, pero sin duda se sorprenderían de ver una de Hitler. Pero a la hora de escoger la posición central, ¿tomamos a Washington, o tomamos a Lincoln? Son dos presidentes, dos generales, ganaron las dos guerras más importantes de la historia norteamericana según su punto de vista… y significan cosas distintas.

El modo en que interpretamos a los personajes del pasado es la clave del revisionismo histórico.
El modo en que interpretamos a los personajes del pasado es la clave del revisionismo histórico.

La realidad es que el revisionismo histórico está continuamente trabajando en este tipo de dilemas. No se trata de olvidar el pasado, porque el pasado tiene lecciones importantes, pero si que es importante analizar y tener en cuenta el punto de vista desde el que miramos el pasado. Sacar a Franco del Valle de los Caídos es un acto de revisionismo histórico, pero también es un acto de justicia para aquellos que murieron obligados a construir ese valle, por ejemplo. Y dice mucho de nuestra sociedad el hecho de que se haya tardado tanto en mover ese cadáver y aún no se hayan desenterrado otros para moverlos a sitios más dignos. No se trata de destruir las cosas del pasado, sin duda, porque destruir el pasado no lo cambia, solo nos quita conocimiento; pero si que hay que hacer un trabajo por ajustar los lugares de prestigio y la interpretación que de ciertos pasajes del pasado se hacen y cómo encajan en el presente. Probablemente no haya que derribar las estatuas de figuras del pasado que podamos considerar negativas hoy en día, pero sí que hay que quitarlas de posiciones de prestigio y moverlas a sitios como museos o así donde se puedan incluir en su contexto y entender en su complejidad temporal.

Así que, cuando alguien proteste porque se está atentando contra el pasado, o la tradición, o cualquier cosa similar (como los toreros defendiendo que el toreo es tradición y cultura española, en lugar de entender que es tradición y “cultura” para cierta sociedad española y no para toda), tened en cuenta que en realidad está haciendo trampas. El pasado no está escrito en piedra, no hay un mensaje claro y unívoco ni figuras perfectamente comprendidas. Al contrario, el pasado es un entorno ambiguo cuyas percepciones confusas son fruto de la construcción que de ese pasado hacemos en el presente.

Costán Sequeiros Bruna

Y tú, ¿qué opinas del revisionismo histórico?

Leave a Reply

This site uses Akismet to reduce spam. Learn how your comment data is processed.