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El segundo impeachment a Trump

El proceso de impeachment a Trump empezó con su aprobación en el Congreso.
El proceso de impeachment a Trump empezó con su aprobación en el Congreso.

El Senado norteamericano acaba de cerrar el segundo impeachment a Trump, una especie de moción de censura a la americana, y su historia es relevante para algunas de las cosas de las que hablamos en este blog, y tiene implicaciones más amplias que son interesantes. Por eso, vamos a echarle un ojo, en relación además con un post que escribí en otoño acerca del modo en que mueren las democracias, que es particularmente relevante ya que, aunque la norteamericana sobrevivió a Trump (al menos de momento) estos eventos ilustran un proceso peligroso que se puede dar en cualquier democracia y en cualquier momento, y para el cual ya tenemos otros exponentes como Bolsonaro en Brasil.

Os voy a contar toda la historia, resumida, del impeachment para aquellos que puedan no estar familiarizados con ella y lo que llevó a que tuviera lugar. Aquellos que si lo estéis podéis saltar directamente a la sección de Consecuencias.

La historia

El relato del impeachment a Trump (versión 2) empieza en verano de 2020 (una fecha que elijo un poco arbitrariamente, pero hay que empezar por algún sitio). Por aquel entonces, las encuestas electorales llevaban meses señalando que Joe Biden iba a ganar las elecciones, entre otras cosas por el nefasto manejo de la crisis del COVID en Estados Unidos por parte de Trump, de modo que el entonces Presidente pasó a la ofensiva y cambió el relato.

En evento tras evento (porque no se cortó a la hora de juntar a todas las personas que pudo en los meetings electorales, aunque no llevasen mascarillas), el relato que puso sobre la mesa Trump fue el siguiente: somos la fuerza política más querida de Estados Unidos, si perdemos es que los demócratas nos han robado las elecciones. Unas elecciones que, ya desde ese verano, definió como las elecciones más corruptas de la historia de Estados Unidos, olvidando cómodamente la injerencia rusa que le llevó a ganar en 2016. Evento tras evento, él y el resto de candidatos republicanos (pues había también elecciones al Senado y Congreso en algunos distritos) se hicieron eco de esta historia, la cual fue amplificada por canales de televisión y noticias como Fox, AON, etc.

Avanzamos hasta la noche de las elecciones, cuando los resultados a pie de urna daban vencedor a Trump (como se esperaba, ya que el grueso del voto demócrata era voto por correo, que en muchos estados clave se contaba después del voto presencial). Muchos canales de noticias llevaban días avisando que sería una noche electoral cuyos resultados no se sabrían durante días, precisamente por el voto por correo, de modo que la gente tenía que tener paciencia. Sin embargo, para el 4 de noviembre, con los resultados de varios Estados clave todavía en el aire, Trump salió en rueda de prensa a decir que había ganado las elecciones y se las habían robado con votos surgidos de ninguna parte:

Trump: “we were getting ready to win this election, frankly we did win this election”.

Desde entonces comienza el relato de la lucha de Trump por cambiar el resultado de las elecciones que, eventualmente, serían confirmadas como una victoria de Biden. Primero fue una batalla legal, donde él y sus abogados presentaron 60 casos ante los tribunales alegando diversas irregularidades, y perdieron todos menos 1 que era un caso menor que no tenía impacto. Incluso lo intentaron llevar ante el Tribunal Supremo con apoyo de numerosos republicanos importantes y el Tribunal Supremo (con tres miembros elegidos por el propio Trump) desestimó el caso.

Introduzcamos en la historia a sus seguidores. Ya durante ciertas partes del recuento, sus seguidores más acérrimos se habían movilizado bajo el lema “Stop the steal” (les gustan los gritos de tres sílabas, como veréis). Amenazas a los que estaban contando votos en Estados clave, denuncias, testimonios de irregularidades que nunca se confirmaron que fueran ciertos, etc. Todo esto en el medio del apoyo tradicional de ciertos sectores extremistas (como los Proud Boys, o los supremacistas blancos en las manifestaciones donde “había gente buena en ambos lados”). Y Qanon, claro, una teoría conspiratoria absurda (que entre otras cosas habla de grupos de la élite de Hollywood y demócratas que se dedican a comerse niños) que tiene elegido a Trump como su mesías, el salvador que todo lo iba a arreglar cuando llegase The Storm.

Avanzamos los meses y vemos que este caldito que nos estamos preparando de cena, cada vez está más caliente, así que le vamos a subir un poquito más el fuego. Lenguaje cada vez más inflamatorio, presiones a dirigentes literalmente para que cambien votos (como la llamada al representante de Georgia por parte de Trump), denuncias que se hacen por parte de su equipo legal pero fuera de las Cortes de justicia para que no puedan ser verificadas (lo cual llevaría a que la compañía Dominion, de voto electrónico, denunciase a Giuliani por 1,3 mil millones de dólares por defamación), etc. Una lucha tan absurda que llevaría al partido republicano a perder el control del Senado cuando los dos candidatos republicanos de la runoff de Georgia perdiesen sus escaños en el Senado frente a los candidatos demócratas, cambiando con ello la mayoría en la sala.

El asalto al Capitolio el 6 de enero podría haber salido mucho peor de lo que finalmente fue.
El asalto al Capitolio el 6 de enero podría haber salido mucho peor de lo que finalmente fue.

Lo cual nos lleva al día del centro de los hechos, el 6 de enero de 2021. Habiendo fracasado todo, Trump solicita a Mike Pence (su vicepresidente) que anule la certificación de votos que se tiene que dar en el Senado, un evento que es meramente ceremonial. Según recuentos, se lo llega a pedir/ordenar una docena de veces, ante la negativa de Pence a incumplir con su deber constitucional (tras cuatro años de decir que sí a todo lo que Trump quería). Por ello Trump anuncia una manifestación importante para ese 6 de enero en la cual alienta a la gente que atiende a defender américa, a luchar, a marchar hacia el Capitolio… la base del caso de impeachment.

La gente en efecto marcha, asaltan el Capitolio, mueren 7 personas (3 de ellos policías) y hay más de un centenar de heridos, se saquean las salas, se hacen selfies posando en los despachos… y no sirve de nada. Cuando finalmente el orden se restablece en el Capitolio, los Senadores certifican el resultado de las elecciones y proclaman a Biden el próximo Presidente, aún con unas cuantas objeciones. Se siente Qanon, pero tu profecía de la Tormenta no se ha cumplido, como era obvio.

Avanzan los días, buena parte de los republicanos que dijeron que los eventos del 6 de enero eran inaceptables se retractan pasados unos días, el Presidente es sustituido y los demócratas del Congreso plantean exitosamente un impeachment.

El impeachment

El procedimiento de impeachment, resumido, es el siguiente: el Congreso vota que se produzca un impeachment, y si sale adelante, el juicio se celebra en el Senado. En caso de que fuese favorable el resultado en el Senado, al Presidente (o al cargo que se juzgue) se le expulsa del cargo y se le prohibe de nuevo ejercer una oficina de servicio público. El encargado de la mayoría en el Senado, todavía republicano, Mitch McConnel dice que no se puede juzgar tan rápido cuando recibe el caso del Congreso el día 15 de enero, con Trump todavía como Presidente.

Así que el impeachment comienza el 9 de febrero, en un clima muy diferente al que el Senado tenía en enero, con los eventos del día 6 todavía recientes. Durante una semana, los managers del Congreso (que hacen de “fiscales” en el caso) plantean un caso muy sólido por el cual Trump habría incitado y movilizado a la multitud para asaltar el capitolio no solo con la charla del día 6 sino con los meses anteriores incluso, creando ese estado de ánimo. En respuesta, el caso de los defensores de Trump (el tercer equipo, después de que el primero se negase y el segundo abandonase antes del juicio) fue más bien débil, centrado en una cuestión de procedimiento: si se podía o no hacer un impeachment a un ciudadano que ya no tenía cargo.

La diferencia en la calidad de ambos argumentos fue tal, que varios de los defensores de Trump reconocieron que los argumentos de los managers eran muy buenos. Lo cual, sin duda no es una cosa que los abogados defensores suelan hacer en los juicios.

El comienzo del impeachment, con el primer discurso de los House Managers.
El comienzo del impeachment, con el primer discurso de los House Managers.

Sin embargo, se buscaba un juicio lo más rápido posible, porque mientras el impeachment estuviese en marcha el Senado se estaba dedicando a eso en exclusiva, lo cual paralizaba la puesta en marcha del nuevo gobierno. A mayores, numerosos de los republicanos del Senado (14 tenían que votar a favor) ya habían señalado de diversos modos que, dijeran lo que dijesen los managers, ellos iban a proteger a Trump. Llegaron incluso al punto de no prestar atención al juicio sino estar dibujando o leyendo otras cosas mientras este se celebraba, una actitud que sin duda no encaja con su papel como jurado.

Llegamos a ayer, sábado 13 de febrero cuando, tras el sobresalto de unas revelaciones, parecía que el caso se iba a alargar, pero al final quedó solo en eso. Se añadieron esos testimonios a la larga lista de pruebas de negligencia e incitación de Trump a la violencia (bajo el grito de “hang Mike Pence” los asaltantes llegaron a levantar una horca frente al Capitolio) porque Kevin McCarthy le dice en esa llamada que esa es “su gente”, a lo que Trump responde que “será que esa gente está más preocupada por el resultado de las elecciones que tú” mientras el propio asalto al Capitolio se producía y McCarthy solicitaba ayuda para controlar la situación. El caso es que, al final, 7 republicanos votaron a favor del impeachment, pero no los 16 que eran necesarios (conste que es la vez que más gente “del otro bando” a votado a favor de un impeachment en la historia americana).

Así que Trump ha sido absuelto y Mitch McConnel tiene los arrestos para, después del juicio (en el que él votó en contra del impeachment) salir a la palestra para decir, muy resumidamente: todo lo que han dicho los managers es cierto y Trump es culpable de todo eso, pero no se podía hacer así porque es anticonstitucional ya que nos hemos pasado de fecha y ya no se le puede echar de la oficina porque ya no es Presidente. Se ha pasado la fecha porque el propio McConnel retrasó el juicio, y no puede ser anticonstitucional porque en el primer día del juicio el propio Senado votó a favor de la constitucionalidad del mismo.

Consecuencias y la muerte de la democracia

Pero, a lo que importa, porque que Trump iba a salir inocente era algo sabido desde hace días, cuando los republicanos demostraron que nada les haría cambiar de opinión (bueno, si no contamos como cambiar de opinión coger el avión a Mar-A-Lago a pasar unos días con Trump…). ¿Qué significa todo esto y por qué es importante más allá de Estados Unidos?

Cuando escribía en otoño acerca de la muerte de la democracia, decía que normalmente estas no mueren por un golpe de estado o un alzamiento militar (aunque a veces si, véanse los recientes eventos en Myanmar). Las democracias, como todo sistema político, económico o social, mueren cuando se combinan ciertas cosas, la primera de las cuales es la deslegitimación del sistema.

Una crisis sanitaria, una crisis laboral y económica generan fuertes energías destructivas. Combinadas con el aislamiento hacen que la gente tenga mucho tiempo para investigar en internet, pero como usamos círculos de información restringidos, el resultado es que nos alimentamos de un cierto tipo de fuentes. Cuando no lidiamos con gente de modo habitual porque estamos aislados, es fácil que todas las fuentes que usamos se retroalimenten, creándonos la sensación de que ciertas cosas son muy reales. Si eres un consumidor de noticias de Fox, por ejemplo, llevan meses diciéndote que los demócratas iban a robar tus elecciones, que te iban a robar el país, que vienen inmigrantes y les iban a abrir las puertas… lo cual te acerca a las posiciones e ideas de Qanon y otros grupos, que proceden a llevarte más lejos en tu radicalización.

Durante el asalto al Capitolio, numerosa gente llevaba banderas americanas.
Durante el asalto al Capitolio, numerosa gente llevaba banderas americanas.

El resultado es que puedes creer que el acto más patriótico que puedes hacer, es asaltar el Capitolio para defender tu país, tu democracia y tu mundo. Cuando, en realidad, esa es una insurrección contra el gobierno democráticamente elegido por la mayoría de los ciudadanos americanos (hay más de 7 millones de votos de diferencia entre Trump y Biden).

Este salto entre deslegitimación del sistema y violencia no se da en el aire, simplemente. Los nazis tuvieron a Hitler animando a dar ese salto antes de la noche de los cristales rotos, igual que los fascistas italianos tuvieron a Mussolini organizando a los camisas negras. En este caso, la incitación a la violencia (que es la causa primaria del impeachment) la hicieron Trump y sus allegados al reforzar continuamente la idea de que las elecciones habían sido robadas y que la única forma de recuperar el país era, en sus palabras, “fight like Hell”. En la convocatoria de la manifestación del 6 de enero se prohibía expresamente la marcha sobre el Capitolio y, sin embargo, Trump les dijo que marcharían hacia allí y que él iría con ellos (cosa que, obviamente, no hizo y se quedó viendo los eventos en la televisión).

La deslegitimación funciona, entonces, como un montón de hojas secas. Trump, o el líder de turno, lo que hacen es encender una cerilla y lanzarla sobre esas hojas, dejando que la deslegitimación se convierta en violencia contra el sistema.

Pero es que hay un tercer pie a esta historia, que se vio claramente en el impeachment: la importancia del relato. La cerilla tiene que tener ciertos elementos que hacen que la gente de el salto y se lance a la acción. Y el tercer elemento en esta ecuación, en línea con la deslegitimación, es la sensación de que te están robando algo: tu país, tu identidad, tu cultura, tus privilegios… Si eres un hombre blanco protestante americano de la zona rural, es fácil ver como el discurso de ciertas élites te están quitando privilegios: el discurso de la igualdad (sea en términos de género, raciales, de riqueza o cualquier otro) es, por definición, una lucha contra los privilegios de los que no son iguales. Pero no solo eso sino que la globalización está poniendo en jaque muchas identidades locales, que se ven influidas cada vez más por ideas traídas de fuera a través de la migración, de las redes sociales e internet, etc.

El mundo de alguien que se ancla a la tradición, es un mundo que lentamente está desapareciendo, y eso genera miedo, rabia, angustia. Y, con ello, la necesidad de actuar. Esta necesidad de actuar, que hará que se transformen en hojas secas listas para el incendio, se alimenta con ciertos discursos: “nosotros (los hombres americanos blancos conservadores heterosexuales protestantes, por ejemplo) somos los buenos y ellos (los negros/los migrantes/las mujeres/los ateos/los progres…) son los malos”. Esto se oye en cualquier discurso político del planeta si buscas a los partidos adecuados, como Vox en España, Le Pen en Francia, etc.

Esto divide cada vez más a la población entre un nosotros bueno y un ellos malo, se definan cada grupo como se defina. La polarización es una herramienta muy útil políticamente para aquellos que piensan estratégicamente: si tienes un electorado muy polarizado, tus fieles van a seguirte hasta las últimas consecuencias (por ejemplo, asaltando el Capitolio). Da igual lo que hagas una vez en el poder o de camino al mismo, el fin (defender esa identidad amenazada, sea nacional o de otro tipo) justifica los medios por radicales que estos sean. “Estamos en guerra contra…”, “debemos luchar por defender las tradiciones…” y otras frases del estilo son típicas en estos discursos, que pintan un mundo en blancos y negros.

Al radicalizar a tus bases, lo que consigues es movilizarlas hasta en puntos y extremos inesperados, como por ejemplo el grupo que intentó derrocar/secuestrar a la gobernadora de Michigan en Octubre. Y esto es clave en el impeachment porque lo que se trataba de demostrar es que Trump activamente incitó a la violencia. La incitación a la violencia no se hace a base de decir a la gente “id a saquear el Capitolio” sino que se hace creando un estado de ánimo, una ideología y una situación donde grupos independientes lleguen a la conclusión de que algo tan extremo es necesario. Es como funciona el terrorismo islámico post-ISIS por ejemplo.

Si la gente cree que las elecciones han sido robadas, que las crisis en las que viven no tienen solución, que les están robando el país… entonces, actuar con fuerza puede ser una conclusión natural a la que diversos grupos extremos puedan llegar por si mismos. No tienes que decirles que lo hagan, lo van a hacer, sea en octubre como en el caso de Michigan, o en enero como el asalto al Capitolio.

Esta radicalización se nutre de los cálculos políticos y económicos de quienes deberían oponerse a la misma. A Fox le interesa seguir alentando ese estado de ánimo porque le asegura una audiencia fiel, aunque tenga que defender en un jurado que uno de sus presentadores principales no hace noticias, y todo el mundo tiene una razón clara para saber que lo que dice en antena no es cierto (como ocurrió en el caso de Tucker Carlson). Pero saben que no es verdad, que gran parte de los espectadores de Tucker Carlson lo ven precisamente porque creen que él es el que está diciendo las verdades que otros callan, llevando a un incremento del radicalismo de esa base, la lealtad a la cadena y, con ello, la audiencia (no en vano Trump podía llamar al programa Fox & Friends cuando quisiese y siempre le ponían).

Pero el cálculo político es casi más insidioso, porque el económico es obvio. En política, radicalizar a tu base sirve para dos cosas: garantizar que voten por ti, y garantizar su movilización. A menudo, ganar unas elecciones no depende de ser el grupo cuyas ideas estén más extendidas, sino el grupo al cual sus seguidores vayan a votar y no se abstengan por pereza, falta de motivación, etc. De hecho, en España siempre se dice en politología que “la derecha no gana, es la izquierda la que pierde” porque demográficamente, España solía ser un país de centro-izquierda (aunque empiezo a pensar que cada vez menos).

Si tus votantes creen que les roban el país, van a ir a votar en masa. Y da igual que tu no tengas un plan político, una campaña con objetivos claros o que seas la persona más corrupta del mundo, van a ir a votar porque a sus ojos la alternativa es peor, son los malos. Por eso estas últimas elecciones han tenido el mayor número de votantes de la historia americana.

Los extremistas pueden acabar pensando que algo extremo es "natural", "correcto" o "inevitable".
Los extremistas pueden acabar pensando que algo extremo es “natural”, “correcto” o “inevitable”.

Con este cálculo en mesa, el partido Republicano lleva años radicalizando a su base, hasta el extremo de que en muchas circunscripciones hablar en contra de Trump o con un republicanismo clásico (como el de Bush, ni siquiera digo alguien con el que yo pueda estar de acuerdo) son vistas como traiciones por el electorado, gente que no habla de lo que a ellos les preocupa: el robo del país, de su estilo de vida. El último discurso de McConnel tras el impeachment refleja precisamente esto, que él dijo en voz alta aunque seguro que otros callaron opinando lo mismo: sabemos que Trump es culpable, pero no tenemos el valor de actuar en consecuencia por temor a que nuestras bases se vuelvan contra nosotros ahora que se han radicalizado. Y eso cuando no nos vamos a casos como el de Ted Cruz y similares, que tienen todas las papeletas para intentar presentarse en 2024 y quieren que esa base les apoye.

Este uso tacticista de lo que es, básicamente, un polvorín a punto de explotar está en la base del cambio de la mayoría de los republicanos durantes estos 4 años de trumpismo. El propio partido republicano se ha vuelto una presa de la base que ellos mismos radicalizaron, hasta el extremo que muchos de los que denunciaron a Trump antes de su elección han sido sus más fervientes defensores tras la misma: el monstruo puede ahora devorar al creador. Y Trump es el que, en buena medida, sostiene las riendas del mismo en este momento, de modo que dentro y fuera del poder, sigue controlando el partido. Así, los intereses de los políticos republicanos se anteponen e incluso se oponen a lo que saben que es correcto, y la mayoría claudican ante esta situación como llevan años haciendo.

La claudicación tacticista llega en el caso de McConnel al mayor extremo cuando dice que Trump ha salido absuelto del impeachment pero ahora se abre a todos los procesos legales que puedan surgir (por ejemplo, ya hay uno importante en marcha en Georgia por interferir en las elecciones). Esto es algo obvio, McConnel no tiene que decirlo en su discurso para que sea verdad, pero le sirve como escudo para delegar la responsabilidad de controlar a Trump a instituciones ajenas al juego político, donde el partido republicano no tenga que mancharse las manos a la hora de controlar a la base de seguidores que ellos han radicalizado. ¡Que otros limpien nuestro desastre, que nosotros queremos poder seguir cobrándonos los réditos de su apoyo incondicional!

Cerrando este tocho

En resumen, que si nos vamos al núcleo de la historia de Trump y el impeachment lo que nos encontramos es una base que es común en todo el mundo: una serie de condiciones materiales (crisis económica, COVID, etc.) permiten que ciertas ideologías extremas se extiendan (nacionalismo, supremacismo…) y si la gente permanece en sus burbujas informativas, resulta una sala de eco que repite esas ideas. Esto crea un estado de ánimo en un grupo que cada vez se va radicalizando más dentro de esa sala de eco, a menudo en contraposición al resto de colectivos de esa sociedad. Y esto, finalmente, crea el caldo de cultivo necesario para que los líderes que movilizan a ese grupo puedan prender la mecha de cambios y revoluciones en un sentido u otro.

De hecho, muchos de los asaltantes al Capitolio el 6 de enero lo hacían defendiendo que eran verdaderos patriotas, que esto era una revolución para devolver América a donde tenía que estar, que era una repetición de 1776. Muchos alardearon de sus actos en redes sociales (así se encontró a muchos de ellos) porque no entendían que lo que hacían “porque el Presidente se lo ha pedido” era ilegal o incluso anti-patriótico.

Estas salas de eco, este proceso de deslegitimación, este crecimiento del extremismo no es algo exclusivo de Estados Unidos. Aquí y allá a lo largo del texto he puesto ejemplos de otros sitios, como Le Pen, Vox o Bolsonaro, pero hay infinidad más. Desde la Liga Norte en Italia a grupos más fuertes y extremos con mayor poder, asentados incluso en el gobierno de diversos países como Polonia (y su lucha contra la independencia del poder judicial, por ejemplo) o Turquía (y su transformación de república más o menos laica como la veía Ataturk en la república islámica de Erdogan). Vivimos en tiempos interesantes, como decía la antigua maldición china, y esto abre la puerta a procesos sociales muy complicados, convulsos y que sacan lo mejor y lo peor de las sociedades en las que se dan. Según salen los equilibrios y balances podemos encontrarnos motivos para la esperanza (como los movimientos pro-democráticos en algunos países) al mismo tiempo que otros para la desesperanza (como el resultado de la Primavera Árabe en Siria).

Al final, el impeachment no ha podido con la democracia norteamericana como no pudo con ella el golpe del 6 de enero que lo alimentó. Pero, en última instancia, este ejemplo ilustra procesos que se están dando por todo el mundo, a medida que las crisis y los discursos se van globalizando y las sociedades del presente deben buscar nuevas respuestas para viejas y nuevas preguntas.

Costán Sequeiros Bruna

Y tú, ¿qué opinas del segundo impeachment a Donald Trump?

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