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Reflexiones personales

Entendiendo la plusvalía

Imagen de un taller gremial medieval, donde nuestra historia sobre la plusvalía comienza.
Nuestra historia de la plusvalía arranca con los antiguos talleres gremiales.

Plusvalía es un término originalmente acuñado y extendido por Karl Marx, a lo largo de sus estudios, análisis y críticas del sistema capitalista. Y es que el concepto de la plusvalía es un concepto central en el sistema económico que vivimos, porque de hecho todo se sustenta sobre él. Pero en vez de explicarlo en detalle desde un punto de vista sesudo, lo que voy a hacer es contaros una historia “totalmente ficticia” para que sirva para que veáis el modo en que se originó y gestó la plusvalía y cómo ha ido evolucionando en el tiempo hasta llegar a ser el monstruo que es.

Nuestra historia arranca hace mucho tiempo, en uno de los talleres gremiales de finales de la Edad Media o quizas a comienzos del Renacimiento. En ese taller encontramos a los primeros protagonistas, la familia del maestro constructor de sillas y su hijos, que son sus aprendices. Van al mercado de su ciudad y se gastan 10$ en comprar materiales, principalmente madera así como clavos y alguna herramienta. Llegan a casa y dedican 1 día de trabajo a esos materiales, transformándolos en una silla. Así que la llevan al mercado donde convencen a alguien de que su silla es algo que solo ellos pueden fabricar, de modo que la persona está dispuesta a pagar 50$ por esa silla.

¡Y voilá, magia! A través de un día de trabajo y una inversión inicial en materias primas, el taller gremial ha generado un valor añadido de 40 $ que se transforman en sus beneficios. Esta es la plusvalía, al fin y al cabo, literalmente se traduce algo así como “más valor”. Así que, colorín colorado, nuestro cuento se ha acabado, ¿o quizás no?

Avanzamos un poco el tiempo al periodo de comienzos de la Revolución Industrial y veremos aparecer a otro de los protagonistas de nuestra historia, quizás podríamos decir que nuestro villano: el burgués, que hoy llamaríamos empresario. Él no tiene una gran capacidad de trabajo o unas habilidades para transformar cosas y generar valor, como tiene el maestro gremial, pero tiene una cosa muy importante: capital. Y va a usar ese capital para entrar en el juego.

De modo que hace lo siguiente: empieza él a comprar las materias primas, pagando los 10$ que cuestan. Y busca a gente con habilidad para transformarlas en sillas pero que no pertenecen a un taller gremial y les dice: me da igual que la silla se venda o no, no os tenéis que preocupar de eso, yo os daré un salario de 10$ al día. Alguna le gente le dice que sí y surge la función del trabajo asalariado, que se basa en que los operarios y trabajadores no son dueños de los medios de producción, solo una pieza de los mismos. Ellos ofrecen su trabajo transformador a cambio de esa paga. ¿Qué significa esto? Que el empresario paga 10$ de materiales, 10$ del salario de un operario y a lo largo de 1 día ese operario genera una silla, que luego vende el empresario por 50$, quedándose con un beneficio de 30$ para si mismo sin haber hecho realmente ningún trabajo transformativo, simplemente apropiándose del trabajo de aquellos que son sus asalariados.

Imagen de un taller de principios del siglo XVIII.
Surgimiento de los primeros talleres masivos, a principios del siglo XVIII, y el aumento de la plusvalía.

El cálculo siguiente para el empresario es fácil: invirtiendo 20$ obtiene unos beneficios de 50$ por cada día de trabajo y por cada trabajador. Y es que la plusvalía siempre es una proporción de la cantidad de trabajo que requiere generar ese aumento de valor. Pero claro, si invirtiendo 20$ pago mi inversion y tengo 30$ de beneficio, ¿por qué limitarme a un empleado? Y así, el pequeño taller gremial se ve sustituido por las primeras fábricas, donde el empresario invierte 100$ en materiales, paga 100$ a diez trabajadores, y fabrica 10 sillas al día, que luego vende en el mercado a 500$. ¡Beneficios!

Pero claro, todo eso implica que la gente prefiere la silla de la fábrica a la silla del taller gremial, y no hay ninguna razón para que eso sea así. De modo que el empresario va al proveedor de su materia prima y le negocia que, como compra cantidades mucho más grandes, le haga un descuento en el precio total. De modo que para las 10 sillas en realidad solo paga 80$ en materiales. Y luego en el mercado, sus sillas las vende a 40$ en vez de a 50$. En esto ha perdido beneficios (40 de ganancia – 8 de materiales – 10 de mano de obra = 22 de beneficios). ¿Por qué lo hace? Porque eso saca del negocio a los talleres gremiales, que no pueden competir a precios con la producción de la fábrica, que saca adelante mucha producción a menor coste, de modo que la gente prefiere comprar las sillas a 40$ que a 50$. Y con esto, se inventa la tendencia acaparadora de las empresas, que buscan hundir a la competencia en su intento de tener un monopolio. ¡Más beneficios!

Imagen de una fábrica de principios del siglo XX.
Y con el siglo XX llega la producción en cadena y la automatización, ¡una revolución para la plusvalía!

Pero comienza la revolución industrial, y con ello llegan las fábricas con producción maquinizada y en serie. Esto hace que el empresario esté dispuesto a invertir 100$ en total para llenar su fábrica con las nuevas herramientas disponibles, porque sabe que esto consigue que sus trabajadores sean más productivos. De este modo, cada día de trabajo, los trabajadores fabrican 2 sillas en vez de 1, pero siguen teniendo el mismo sueldo. De modo que el margen de beneficio aumenta (2 sillas cuestan 16$ en materiales, 10$ en mano de obra, una pequeña parte de la inversión en maquinaria = y dan 80$ al ser llevadas al mercado). De este modo, cuanto más aumente la productividad de los trabajadores, más crece la plusvalía que generan. ¡Capitalismo!

El surgimiento de las fábricas lleva a que mucha gente abandone el campo y se mude a las ciudades buscando trabajo. Y realmente, para operar una fábrica del siglo XVIII no hacen falta todos los conocimientos que tenía un artesano de las sillas, solo hay que saber mover una fábrica o hacer una tarea sencilla. Así que llega mucha mano de obra que no tiene dinero para invertir, habilidades especiales y sigue necesitando vivir. De modo que el empresario dice que solo está dispuesto a pagar 6$ de sueldo a sus trabajadores, que trabajarán más horas y sin ningún tipo de protección social. Habrá muchos que se nieguen, pero como hay tantos buscando trabajo, siempre hay el suficiente número como para que la fábrica tenga su plantilla llena… y el margen de beneficios ha aumentado, porque ya no se paga esa habilidad especial del artesano, su valor es simplemente como una pieza más e intercambiable de la maquinaria. Una vez más la plusvalía aumenta, porque los costes de producción (en mano de obra) se han reducido, igual que se redujeron en el pasado al comprar al por mayor. ¡Progreso!

Pero la lucha por conseguir mayores beneficios no acaba ahí, porque los operarios se resienten, organizan sindicatos y negocian una mejora de sus condiciones laborales, horas de trabajo menores, etc. Así que llega la automatización, cuando podemos empezar a sustituir a los trabajadores por máquinas que hacen sus labores, como los robots de una fábrica de coches. Esto permite hacer el mismo trabajo con menos gente, de modo que aumenta la productividad, ¡y con ello la plusvalía! Por supuesto, hará falta contratar a un técnico o ingeniero (a menudo con mayor sueldo que los operarios) para vigilar que las máquinas funcionen bien, programarlas y demás, pero la cantidad de mano de obra que se ahorra la empresa hace que el ahorro general sea mayor que el coste de ese trabajador especializado.

Y entonces, con los nuevos medios de comunicación, se inventa el marketing. Y a través de él, se convence a la gente de que la silla, por la que pagaban 40$, ahora vale 80$ porque es una silla de marca, es especial. Así surgen las “sillas” Nike, o Iphone, o la marca que queráis, que no necesariamente son mejores que las alternativas, solo tienen un logo que va asociado a status, respeto, etc. Claro que eso implica añadir 10$ de coste a la producción en un equipo de marketing, pero una vez más, como hemos aumentado la plusvalía (la diferencia entre lo que la gente paga y lo que el coste de producción ha sido) sigue valiendo la pena. Además, sirve para diferenciarnos de las otras fábricas de sillas, de modo que la gente compre nuestras sillas y no las de la competencia.

Imagen de una fábrica actual, automatizada y con pocos trabajadores.
Y así, la plusvalía llega a su máximo exponente con el modelo actual capitalista.

Y así llegamos más o menos al presente en nuestra historia. La plusvalía actual se basa en que una serie de personas invierten una cantidad relativamente pequeña de dinero en materiales, mano de obra y procesos de aumento de la productividad, y a cambio se quedan con todos los beneficios de esa venta. ¡Y no hemos añadido las complejidades ajenas a la fórmula como la contabilidad creativa, la evasión de impuestos, o el mercado financiero! Simplemente en el acto de generar riqueza, el hecho de que lo que se produce no es propiedad de los que lo fabrican sino del dueño de los medios de producción (en términos marxistas) hace que surja una clase cuyo beneficio se basa en una única cosa: la explotación de los demás.

Así, para aumentar los beneficios de una empresa, esta puede hacer tres cosas: reducir el coste de los materiales que paga; reducir el sueldo de sus empleados; o bien, aumentar la productividad de los mismos. ¡Y lo bueno es que no son excluyentes! Obviamente, también puede subir su precio en el mercado, como en el ejemplo del marketing, pero eso puede ser arriesgado si hace que la gente se vaya a la competencia (por ejemplo, los productos de marca blanca de un supermercado).

De este modo, Jeff Bezos o cualquier otro millonario no tienen ninguna capacidad o virtud especial o única a la hora de crear trabajo, o inventar cosas nuevas. Lo que importa, lo que realmente tienen, es un capital que pueden traducir en un sistema para transformar el trabajo de los demás en beneficios propios, un sistema donde cuanto más exploten a esos trabajadores más yates podrán comprarse, porque con todo esto se han convertido en los dueños de la plusvalía con la que se construye el sistema económico capitalista. Y así tenemos grandes corporaciones, con enormes prácticas monopolísticas, que tienen un valor mayor que el PIB de muchos países, que concentran una enorme proporción de la riqueza y hacen todo lo posible por corromper a los poderes que estaban creados para controlarlas: tanto los partidos políticos (¡hola, puertas giratorias que llevan al consejo de Endesa!), como los sindicatos (hora de financiar su actividad para que ellos también acepten su “lugar en el mundo”), como cualquier otro actor que busque ponerles riendas.

Por supuesto, no siempre tienen éxito porque los otros sistemas no siempre son tan manipulables y, a menudo, cosas como la opinión pública juegan un papel importante. Por ejemplo, el crecimiento del ecologismo como ideología ha llevado al surgimiento de impuestos y leyes que obligan a que las empresas inviertan en contaminar menos, por ejemplo. Pero lo bonito del mercado capitalista es que esto rápidamente es una oportunidad de negocio. Surgirán empresas que se dedican a poner filtros ecológicos en las chimeneas de las fábricas, por ejemplo, mientras que otras empresas añadirán el valor de ser ecológicas en sus campañas de marketing y sus etiquetas, como manera de aumentar sus compradores o fidelizarlos. Así que, al final, se haga lo que se haga, mientras no se les quite el control de la plusvalía, el resultado es que las empresas y los empresarios salen ganando… a costa de todos los demás.

Costán Sequeiros Bruna

Y tú, ¿qué opinas de la plusvalía?

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