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Reflexiones personales

¿Es Europa, inevitablemente, un Continente de Estados?

La más sencilla de las respuestas parte de un punto de vista histórico: no hay que remontarse demasiado en el tiempo para ver a Europa dividida, pero no entre Estados. Así, por ejemplo, ocurría durante la Edad Media, cuando el modelo feudal era el dominante. Y, si era así en el pasado, nada nos puede hacer creer que no pueda volver a serlo en el futuro, en esa u otra forma. Ni el determinismo más rancio puede asegurar cómo va a ser el futuro, pues a medida que nos alejamos del presente cada vez las cosas se vuelven más difíciles de prever y entender.

Sin embargo, en un corto plazo, el hecho de que Europa como continente sea uno de Estados dependerá en gran medida del futuro de la Unión Europea, y esta se halla en el proceso de escoger entre tres palabras muy similares: dependencia, interdependencia, o independencia. Y aunque las palabras se parezcan mucho, tienen consecuencias radicalmente diferentes.

Al menos de momento, las cosas se inclinan por la vía de la interdependencia. En ella los Estados ceden parte de sus competencias (con lo cual no surge una Unión completamente dependiente de ellos) pero no todas (impidiéndose la aparición de unos Estados Unidos de Europa). El progreso y funcionamiento de la Unión depende de negociaciones entre sus miembros, negociaciones que se llevan a cabo en base a cada uno de los asuntos que se tratan, y no necesariamente como un conjunto completo. Esta continua negociación descentraliza el funcionamiento de la misma en una enorme cantidad de organizaciones diferentes, cada una destinada a una misión específica y fundada sobre acuerdos específicos sobre su financiación, medios, objetivos…

Esto se une a la política europea de re-construcción de las regiones, no sólo basada en las regiones previamente existentes sino además en la construcción de nuevos tipos de regiones adicionales, como son las eurorregiones y las eurociudades. Esto pone en jaque a uno de los sostenes tradicionales del Estado, como es la supuesta existencia de una única etnia en el mismo, y por tanto de un único nacionalismo, ya de por si debilitados por sociedades donde ya convivían históricamente más de uno (como España); la razón es que muchas de estas eurorregiones o eurociudades no están limitadas a un único país, sino que cubren varios (por ejemplo, la eurorregión del noroeste de la Península Ibérica va desde la costa norte de la misma, hasta la zona alrededor de la ciudad de Oporto, cubriendo así parte de España y Portugal), y el desarrollo que se espera de estas regiones llevaría a un aumento de los intercambios culturales, económicos y de todo tipo entre dos países, sin pasar por sus instituciones estatales.

Esto es parte del vínculo que se está estableciendo entre la Unión Europea y organismos locales sin pasar por el Estado, así como a los crecientes vínculos entre las regiones (y sus nacionalismos, que además pasan a desarrollar objetivos e intereses comunes con nacionalismos de otros países) y la propia Unión a través de organismos creados para ello.

Toda esta articulación de la Unión como algo que no es estrictamente un Estado, pero que tampoco es completamente dependiente de los Estados que la forman (aún cuando, al menos de momento, sean muy importantes en su funcionamiento), la dirige claramente en la dirección de crear una Europa donde los Estados no sean el único motor explicativo de su evolución, ya que la continua extensión de la UE hará que los Estados que permanezcan fuera de la misma cada vez se vean más impelidos a escoger entre convertirse en miembros o bien quedarse en terreno de nadie entre la Unión, Rusia y Turquía (partiendo del supuesto de que esta no logre entrar, lo cual el tiempo dirá), y por tanto relegados al juego de estados muy menores y con limitada capacidad de actuación internacional e, incluso, nacional en muchos sentidos debido a los procesos globalizadores.

Así pues, lo que se está articulando es la creación de una Europa que combine Estados tradicionales que no se hayan querido unir a la UE, así como los estados “postmodernos” que formarían parte de la misma, y la propia estructura transestatal de la Unión. No será ya un continente de Estados, regidos por las luchas abiertas por el poder, la seguridad y los recursos que derivó en dos Guerras Mundiales (y una infinidad de otras más pequeñas), sino una nueva estructura basada en la red que conecte Estados, organizaciones transestatales, ciudadanos, mercados, etc, a través de un nuevo conjunto de fronteras, y una nueva forma de entender las mismas. El Espacio Schengen, por ejemplo, ya contiene países que son miembros de la Unión Europea, así como otros que no lo son (Suiza, por ejemplo), integrados todos dentro de un marco específico que regula ese espacio. Y este modelo de cooperación y vinculación probablemente se extienda cada vez más por el continente, tanto para el interior de la Unión, como para sus relaciones con países que decidan permanecer al margen de la misma.

Costán Sequeiros Bruna

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