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Sociología

Hablo, Luego Existo

En efecto, el sabio Descartes se quedó un paso por detrás de la verdad con su célebre afirmación “pienso, luego existo” . Cuando pensamos, no lo hacemos en el vacío cerebral, o con una materia abstracta de pensamiento, sino que pensamos con palabras. Así de sencillo. Con sintaxis, con adjetivos, con conceptos que conocemos. Irónicamente, no significa que pensemos en un único idioma, y por ello el conocer muchos idiomas (y la variedad de conceptos que ellos tienen) nos da una mayor rapidez y profundidad mental.

Pero es de esa variedad la que me corresponde hablar a mi. ¿Por qué los idiomas son unos diferentes de otros? Porque todos hemos oido hablar de las cienmil palabras que tienen los esquimales para definir “blanco”, por ejemplo. ¿Por qué?

La razón es sencilla. Como cualquier cosa en nuestra sociedad, el idioma es producto de la cultura que lo genera, y por ello de sus necesidades. Los esquimales tienen necesidad de esas palabras para definir una realidad donde la diferencia de matiz de blanco puede ser la diferencia entre la seguridad de un hielo grueso, o el peligro de uno muy débil. Sumemos a ello los cambios políticos de la historia, las corrientes de la cultura y los gustos populares, la influencia de personas clave y el simple avance esporádico y no previsto y tenemos la evolución de los idiomas como productos culturales.

De hecho, son uno de los más importantes productos culturales de todos. Como Emilio Lamo de Espinosa señalaba en el último congreso de Sociología, el lenguaje es la base de la cultura/nación, y esta es la base del Estado, según la visión tradicional política. Un Estado, con su nación, con su lenguaje. Así que el idioma se politiza, porque sus propios conceptos son una de las claves con las que construimos la sociedad, al mismo tiempo que son construidos por esa misma sociedad. Así, la diferencia entre un idioma “minoritario” (una realidad estadística que alude a su menor cantidad de hablantes con respecto a otro) y “minorizado” (que alude a un idioma que ha sido dañado y restado de influencia y privilegios) es una distinción que, aunque siendo términos en principio “objetivos”, en realidad aluden a cuestiones políticas candentes en todas las sociedades modernas.

Y es que el idioma, y el anterior mencionado triángulo de claves, en las sociedades actuales se ha roto. En un mismo Estado se pueden hablar varios idiomas (gallego, español, catalán y eusquera, por ejemplo) pero al mismo tiempo se puede hablar el mismo idioma en varios países (España, Chile, Méjico…); y una nación/población puede compartir el territorio de su Estado con otras venidas de fuera, o puede encontrarse repartida entre varios Estados diferentes por medio de migraciones. Finalmente, un Estado se puede encontrar compartiendo territorio con otros (los modelos federales, por ejemplo, o el más conflictivo ejemplo de casos como Israel) o puede encontrarse proyectado al exterior por medio de organismos transnacionales (empresas, organismos de colaboración entre gobiernos…).

Así que cuando la discusión sobre el uso del catalán, o del gallego, o del castellano, sea discutida la próxima vez en torno a una mesa de café, recordad que no es en realidad lo que se discute. Nadie discute que se use tal o cual conjunto de léxico o normas sintácticas, sino que lo que se discute es el mismo tejido de la sociedad, del Estado. De lo que somos. Por eso despierta tantas pasiones, y por eso es un tema tan importante.

Costán Sequeiros Bruna

Este es el comentario que había en el antiguo blog:

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