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Reflexiones personales

La autoestima es una trampa

El otro día hablaba sobre cómo la autoestima es una cuestión relacional y es hora de dedicarle un post a cómo se construye. La base de la autoestima es que nosotros no sabemos cuánto valemos en términos absolutos, no tenemos encima de nuestras cabezas un indicador que dice nuestro nivel ni nada por el estilo, como ocurre en los videojuegos. Por ello, a la hora de establecer nuestro valor nos miramos en los demás para ver quien es mejor que nosotros en esto, quien es peor en aquello, etc. por el camino, distorsionado por nuestra visión de nosotros mismos, llegamos al punto en el que creemos que nos encontramos, se ajuste este a la realidad de donde deberíamos estar o no.

El problema es que el juego está trampeado. Nosotros nos comparamos con los demás en las categorías y en las formas que nos han dicho que debemos compararnos. Así, los hombres debemos ser fuertes, guapos, ricos, con buenos trabajos, seguros, posesivos, ambiciosos, inteligentes, seductores, fríos, líderes… mientras que las chicas deben ser bonitas, listas pero no inteligentes, emocionales, sumisas, hogareñas, maternales… si, es un mundo heteropatriarcal al fin y al cabo.

Pero este post no va de la brecha de género, la quería usar para ilustrar como las categorías que usamos para compararnos con las demás nos vienen impuestas desde fuera, a menudo con referentes claros sobre qué se supone que es la máxima puntuación en cada uno. Unos referentes trampeados también porque suelen ser irreales o sesgados, modificados por la prensa, el photoshop y la exposición controlada a los demás: nosotros no vemos a George Clooney cuando se levanta y se pone cómodo para estar en casa, sino que lo vemos en el momento en que maquillado, con cámaras y efectos especiales, está interpretando el personaje que queremos ser, el héroe guapo, elegante y seguro que siempre tiene la frase correcta. Inevitablemente, es imposible que nadie llegue a ser ese personaje y por tanto nuestro icono a imitar es inalcanzable.

Así que, sobre unos referentes comunes para todos, se construyen unos pocos modelos de lo que se entiende por ser “genial” y, cuanto más cerca se está más seguros y más autoestima tenemos. Pero como en el día a día no aparece el personaje de George Clooney, siguiendo su ejemplo debemos construir nuestra autoestima en relación con quienes nos rodean: pues soy más guapo que menganito, fulanita es más inteligente que yo, etc. Y así, en cada relación generamos un cómputo de nuestra posición con respecto al otro, y del conjunto de todos esos cómputos sale nuestra auto-imagen, que a la vez condiciona a todos los cómputos presentes y futuros.

Por ello, alguien que ha llegado a una baja autoestima por las vueltas de su vida, tiende a considerar que los demás poseen unas virtudes que él valora pero no alcanza. Al pensar que la mayoría de sus relaciones se dan con gente que merece más autoestima que él mismo, lo que hace es confirmar su propia visión como alguien que no merece autoestima, que está en la parte baja de la escala. Al hacerlo verá más claros sus propios defectos y más fuertes las virtudes de los demás, potenciándose el proceso en bucle.

Einstein dijo una vez, en relación a la educación, que no se puede juzgar a un pez por su capacidad para trepar un árbol (el video de debajo explora eso). En el caso de la autoestima ocurre un poco lo mismo. No nos podemos juzgar a nosotros mismos en base a lo que nos han dicho que debemos ser, sino que debemos hacerlo en base a lo que queremos ser. Si un hombre no quiere ser un líder, ¿por qué está obligado a serlo para tener autoestima? ¿Y por qué tiene una mujer que ser maternal y hogareña si no quiere?

La autoestima es una parte central de nuestra vida pues condiciona todos los elementos de la misma, pero debemos aprender a deconstruirla y elaborar nuestros propios baremos de lo que merece ser fruto de autoestima. Yo lo siento, pero me niego a considerar como digno de autoestima el que alguien lleve ropa de marca o que mire a los demás con una seguridad más cercana a a la soberbia que otra cosa, por ejemplo.

El problema de esto es que, como dije al principio, el juego está trampeado. Por mucho que cada uno pueda querer medirse en otras escalas, el mundo entero y la sociedad que lo rodea van a decirle que se equivoca, que esas escalas no valen, que es demasiado pequeño como para cambiar eso. Y lo normal es que, bajo esa presión, todos nos rompamos y aceptemos los baremos comunes que usan todos los demás, o como mucho alguna de las pequeñas variantes que existen para algunos colectivos concretos. Y, aún en caso de que nos mantengamos firmes en otros valores y otras escalas que nos gustan, los demás con los que tratemos a menudo nos seguirán juzgando en base a las escalas que han aceptado, lo cual llevará a choques de indentidad y de interpretación de quien es quien y por qué.

El resultado es que estas escalas buscan la uniformización y la conformidad de los habitantes de la sociedad. En la medida en que tienen que acercarse a lo que hemos dicho que es deseable, se comportarán de ese modo y serán adecuadamente sumisos en el sistema social en el que viven. Se amoldan a lo que se espera de ellos, no protestan, no luchan por cambiarlo, viven tratando de ser los más populares y queridos sin darse cuenta de que eso los vuelve dóciles en el sistema. Si tu autoestima depende del coche que conduces, la ropa que usas o a dónde vas de vacaciones, entonces necesitarás un empleo a toda costa donde te explotarán por unos márgenes de beneficio exorbitantes pero que tú aceptarás porque a cambio has comprado una tele que es la envidia de tus amigos; da igual que hayas tenido que pedir un préstamo e hipotecado tu futuro para ello, o que vayas a tener que hacer horas extra porque no da el salario que tienes para cubrir ese “capricho” y a la vez las necesidades de vivir. No, no pienses en eso, se bueno, se dócil y podrás tener una autoestima alta que te haga creer que eres feliz.

Pero estas dificultades y artimañas, como todas en la sociedad, se pueden salvar. Lleva tiempo, lucha, conflicto y dolor, pero el mundo cambia si se empuja lo suficiente. Ahora nadie se sorprende de que una mujer quiera conciliar trabajo y familia (¡eso si, que no quiera avanzar mucho su carrera, que seguimos esperando que tenga hijos aunque ella no quiera!), y eso es fruto de los cambios en las escalas que han ido teniendo lugar con los cambios sociales. El problema es que lo que han cambiado son los valores que se miden, pero no hemos aprendido a hacer escalas más flexibles y adaptadas a cada persona, a sus necesidades, deseos, personalidad y virtudes. Esa es una de las muchas tareas que tenemos por delante para hacer de este mundo un lugar mejor para vivir, y para vivir mejor con nosotros mismos y quienes nos rodean.

Costán Sequeiros Bruna

Y tú, ¿qué opinas de la autoestima?

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