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Reflexiones personales

La Constitución

Tras trentaicinco años desde que se promulgó la actual Constitución, y aprovechando el final ahora del Puente de la Constitución, creo que es buen momento para hacer un balance de cómo ha sido el papel de la misma, sus luces y sus sombras. Y lo cierto es que un vistazo a nuestra historia reciente, y no tan reciente, a la forma en que se utiliza y maneja, rápidamente muestra una buena cantidad de ambas cosas.

Primero, para entenderla, hay que echar un vistazo al momento en que fue fraguada. En plena Transición, con la muerte reciente de Franco, los padres fundadores se sentaron con el plan en mente de crear una Constitución que convirtiese una España de dictadura a una de democracia, moderna y occidental. Es una época con una población insegura y dividida entre las formas tradicionales y los que apoyan a los clandestinos partido socialista y, especialmente, el comunista. Todos estos grupos son los que se sientan a la mesa a negociar una Constitución, y esto es vital: el resultado de esas negociaciones no buscaba ser la mejor Constitución que se pudiese hacer, o la defensa de los intereses de los más poderosos, sino ser un articulado que sirviese y sentase las reglas de un juego que todos pudiesen aceptar. Así, las distintas partes cedieron cosas (por ejemplo, la derecha quería una España católica, gran parte de la izquierda la quería laica, y se quedaron en un punto intermedio de aconfesional). El principal éxito de la Constitución es precisamente haber logrado ese objetivo, que nos aleja de modelos de transición como el que podemos observar en Egipto actualmente, y de modelos constitucionales mucho más inestables como todos los que España tuvo con anterioridad.

Por tanto, como primera virtud tenemos el equilibrio. El precio, una imperfección que todos conocían y aceptaban, y esperban solucionar durante el discurso de la democracia. De hecho, gran parte de la estructura de nuestra carta magna es tomada de la alemana, con la que comparte muchos elementos del sistema político como el federalismo (por mucho que nos neguemos a llamarlo así, y que el federalismo español sea imperfecto) o cómo funcionan las mociones de censura. Se tomaba así una constitución modelo que, a esas alturas, ya había demostrado su estabilidad y la capacidad de manejar una transición de una dictadura a una democracia, por mucho que las situaciones fuesen diferentes.

Esta estructura estable y fiable, sin embargo, construyó un sistema electoral que favorecía la construcción de gobiernos estables debido al uso de la circunscripción provincial. Y, por interés de la UCD (un partido con gran tirón rural), se sobrerrepresentó a las provincias con menor población. Así que desde entonces tenemos un sistema político estable, capaz de generar mayorías con pocos partidos, pero que a la vez favorece un bipartidismo y unos partidos nacionalistas que realmente no representan los equilibrios y opiniones de la población española.

Pero no sólo eso, sino que el sistema de división de poderes está mal hecho, de modo que al final construye un sistema donde los partidos tienen un poder transversal capaz de condicionar directamente el Legislativo, el Ejecutivo y el Judicial, y con mucha influencia en los medios de comunicación teóricamente independientes. Se construye así el principal defecto de nuestra constitución, que en vez de un estado democrático ha elaborado una partitocracia contra la que he hablado a menudo.

Unos partidos que, al estar constituidos de forma centralizada (en mayor o menor medida, según el partido) se convierten también en mecanismos que dificultan el buen funcionamiento del federalismo/autonomismo en España. Así, la junta central es la que decide a menudo las alianzas en los gobiernos autonómicos y condiciona el funcionamiento de los mismos con sus directrices, llevando así el poder central a las Autonomías fuera de los cauces establecidos en la Constitución.

Un federalismo que también adolece de un error muy grave: el Senado. Al escogerse los congresistas con una fórmula basada en el territorio (es de base provincial, al fin y al cabo) el resultado es que los resultados en el Senado y el Congreso son demasiado similares. Al ser esto así, el Senado deja de funcionar como la cámara de representación territorial que se supone que es, y pasa a ser simplemente una mala copia del Congreso, incapaz por tanto de equilibrarlo. Lo cual, huelga decirlo, carece de todo sentido.

Estos son los elementos que considero principales de nuestra Constitución pues, los buenos (su estabilidad y la capacidad de generar gobiernos que funcionen) y los malos (la partitocracia en sus diversas formas, y la mala implantación federal). Y aquí quiero retomar una de las ideas mencionadas antes: la Constitución nunca fue escrita en piedra.

Al contrario, la idea es que se fuese actualizando y modificando a medida que pasaban los años, se veían sus fuerzas y flaquezas, y qué hacía falta. El problema es que sus problemas a la hora de distribuir el poder son, precisamente, los que hacen fuertes a los que pueden decidir si modificarla o no… lo cual, innegablemente, lleva a que no se modifique a menos que sea estrictamente necesario.

Actualmente, sólo los ciudadanos a partir de más o menos 45 años han tenido ocasión de votar si les gustaba o no la Constitución, y lo hicieron en una situación profundamente diferente a la actual. La España de la Transición no es la España de principios del Siglo XXI, ni sus necesidades ni sus opciones. En un contexto de grave pérdida de legitimidad de todos los modelos democráticos tradicionales a lo largo de todo occidente, y la dificultad de implantarlos en muchos otros sitios, va siendo hora de que España mire de nuevo su Constitución y abra la caja de los truenos que supone ponerla al día. Y no me refiero a una reforma a marchas forzadas como la que tuvimos al final del gobierno de Zapatero, sino una profunda donde la ciudadanía tenga ocasión de exponer sus necesidades y deseos, debatir en profundidad los elementos de la carta magna reformada, y aceptar sus nuevas condiciones. Mucho me temo que, de no ser así, la crisis de legitimidad o no será sanada o curará mal, y nuestras reglas del juego continuarán quedándose más y más anticuadas.

Costán Sequeiros Bruna

Y tú, ¿qué opinas de la Carta Magna?

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