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Reflexiones personales

La Hegemonía del Dollar (2)

Hace no mucho escribía aquí sobre la influencia global en el sistema social de las tres esferas de poder: política, económica y social/cultural. Y hoy empecé a leer el nuevo libro de Naomi Klein, La Doctrina del Shock. Y resulta que entre las reflexiones que me despertó, se me ocurrieron unas cuantas que van al hilo de aquel post, así que voy a continuarlo. Pero bueno, al tema.

Si antes hablábamos desde el punto de vista de la competición de los tres poderes “puros”, esta vez voy a discutir acerca de las élites que los gobiernan, en especial el económico y político. Klein, como muchos otros, ya señala que ambas élites se han fusionado para tomar el control del país con un grupo de gente que son al mismo tiempo políticos y líderes de empresas (como muestra la taryectoria de Bush padre, por ejemplo). Por tanto, diferenciar claramente una de otra será sólo un ejercicio teórico, que no debe entenderse como una realidad empírica estrictamente.

En cualquier caso, la toma del poder por parte de una élite depende de una serie de elementos básicos, entre los que destaca la cohesión de esa élite, unos objetivos claros y, por supuesto, el uso combinado y estratégico de unos recursos a su disposición. Y si la élite económica es preponderante sobre la política es precisamente porque sabe manejar mejor todos estos elementos.

La cohesión de la élite es la que le da fuerza para avanzar contra las demás sin enfrentamientos internos, de manera que pueden maximizar sus resultados externos. En este sentido, la élite económica está mucho más unida que la política, debido a que los miembros de la élite económica comparten todos los mismos intereses. Ciertamente, las empresas compiten entre si, pero eso no quita que a todas ellas las benefician ciertas políticas económicas y las perjudican otras, de modo que están unidas al respecto. Por el contrario, la élite política (como no se hartan de demostrar Rajoy y Zapatero) está profundamente dividida en partidos que se oponen unos a otros, y que dedican la mayor parte de sus esfuerzos no a construir, sino a destruir lo que el otro ha construido. Y eso es así porque los objetivos e intereses de los partidos no sólo no son los mismos, sino que a menudo están contrapuestos.

En cuanto a los objetivos, la élite económica los tiene muy claros (beneficios monetarios) y la política también (ganar elecciones). La diferencia estriba en que, mientras el objetivo económico principal se articula en una serie de objetivos concretos muy claros (aumento de ventas, mejor publicidad,…), en política los objetivos son mucho más difusos y difíciles de medir y alcanzar, ya que sólo se manifiestan “de golpe” durante las elecciones. Así que avanzar hacia ellos es muy nebuloso, ya que cada acción que se toma no está clara exactamente las consecuencias y el grado de efecto que tendrá en la sociedad.

Y todo esto se articula por medio de recursos, entre los que destaca el grado de organización y el poder de las organizaciones. Y lo cierto es que las organizaciones económicas son mucho más poderosas que las políticas. ¿Por qué? Porque su estructura está mucho más evolucionada y cuenta con muchos más organismos sólidos de combinación de sus recursos. Cierto, el poder político tiene el Estado, pero el Estado no es el partido, y sólo se tiene durante cuatro años de cada vez. Y la coordinación entre Estados es, cuanto menos, poco efectiva si comparamos el poder de la ONU (incapaz de evitar que Estados Unidos iniciase la Guerra de Irak) con el del Fondo Monetario Internacional o el Banco Mundial, capaces de dictar la política de países enteros por medio de sus préstamos.

De hecho, todo esto se resume muy gráficamente en el modo en que ambos poderes se manifiestan en el tercer poder (los medios de comunicación). Así, las empresas aparecen con anuncios de sus marcas, únicos, cohesas, sin cabezas ni individuos realmente visibles sino como organismos que trabajan unidos para un objetivo; por su parte, los partidos políticos aparecen como una cierta cantidad de individuos más o menos débilmente unidos (a menudo se contradigan dentro de un mismo partido, cambien de partidos, etc.) que aunque en teoría buscan el triunfo de su partido en las elecciones, a menudo pasan más tiempo luchando contra sus propios compañeros de partido y los otros partidos que consiguiendo ningún objetivo visible real. Es irónico, sin embargo, que teniendo mucha más cobertura mediática los partidos, sean las empresas las que disfrutan de mejores imágenes públicas gracias a un control mucho más estricto y detallado de sus campañas publicitarias, sus comparecencias y acciones. Quizás los políticos deberían aprender un poco de ello, y la economía no intentaría comernos a todos.

Costán Sequeiros Bruna

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