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Reflexiones personales

La muerte de la democracia

Franco y Hitler son historias muy distintas sobre cómo se produce la muerte de una democracia.
Franco y Hitler son historias muy distintas sobre cómo se produce la muerte de una democracia.

La imagen más habitual de cómo se produce la muerte de una democracia suele tener que ver con un general inspirado, que saca los tanques a las calles y da un golpe de estado. Ejemplos de esto hay numerosos, desde Franco en España a Pinochet en Chile. Sin embargo, aunque el final pueda ser por medios militares, la realidad es que esas democracias ya estaban heridas de gravedad antes de los eventos que llevaron a su final.

La democracia, como sistema, es al mismo tiempo muy fuerte y muy frágil, y ambas cosas por la misma razón: la legitimidad. La legitimidad, si lo resumimos mucho, es el conjunto de razones que llevan a que la población de un Estado acepte que el gobierno que tiene en un momento dado es válido y aceptable. Sea por motivos tradicionales o motivos legales, porque ha sido elegido por el pueblo o cualquier otra razón, la legitimidad es clave para todo sistema político si no se quiere estar enfrentando a continuas revueltas y disturbios.

Si alguien trata de dar un golpe de estado contra un gobierno legítimo a ojos de su pueblo, lo normal es que se encuentre con que el golpe es fallido porque la sociedad no le sigue. Es el caso del golpe de Tejero, por ejemplo, que ni de lejos logro producir la muerte de la democracia que buscaba. Pero esta dependencia de la legitimidad es la razón por la que la democracia es fuerte y frágil a la vez. Cuando otro sistema político se deslegitima, por ejemplo el autoritarismo, el gobierno tiene otras herramientas para mantenerse en el poder: normalmente, el recurso a la violencia y el terrorismo de Estado. Véase como ejemplo de represión la Plaza de Tiananmen o los numerosos desaparecidos de la dictadura de Jorge Rafael Videla que dieron lugar a la existencia de la asociación de las Madres de la Plaza de Mayo. Sin embargo la democracia no puede recurrir a esas medidas sin agravar su situación de deslegitimidad y, con ello, su propia fragilidad, de modo que debe buscar formas de recuperar el apoyo de la opinión pública, lo cual no suele ser fácil.

El camino que lleva a la muerte de la democracia

Por ello, el camino que lleva a la destrucción de una democracia empieza antes de su final, incluso mucho antes, y este final no siempre se produce de manera violenta. Hitler llegó al poder en Alemania a través de unas elecciones y Mussolini lo hizo por medio de una revolución apoyada por la ciudadanía. Por eso es tan importante la legitimidad, y tan interesante la existencia de estas otras vías.

Cojamos la historia del crecimiento de la Alemania nazi por ejemplo. Hitler y su partido no surgen en 1823 ni en 1907, surgen en 1920 en una coyuntura histórica muy concreta. Por un lado, Alemania se enfrentaba al peso de pagar las brutales reparaciones de guerra impuestas por los vencedores de la Primera Guerra Mundial. Esto generó una situación de enorme malestar en una parte amplia de la sociedad, que exigía cambios a su gobierno y al sistema de cara a generar empleo y riqueza para la mayoría. También estaba creciendo la influencia comunista en toda Europa y este crecimiento aumentaba la sensación de miedo e inseguridad de la población alemana, no en vano Alemania debería haber sido la primera en pasarse al socialismo según la tesis marxista y su materialismo histórico.

La Guerra de las Galaxias ilustra muy bien el modo en que se produce la muerte de una democracia.
La Guerra de las Galaxias ilustra muy bien el modo en que se produce la muerte de una democracia.

El partido nacional socialista se alimenta de esta situación para diagnosticar la sociedad alemana y ofrecer una respuesta, un enemigo contra el que volcarse: los judíos, los comunistas, etc. Hindemburg nombra a Hitler canciller y en 1933 se produce la prohibición de otros partidos y la concentración de todo el poder en manos de Hitler. La democracia desaparece ante el sonoro aplauso de la población alemana que ve en Hitler su salvador ante los males que les aquejan. Esa es la clave para entender la diferencia entre el totalitarismo y el autoritarismo: Hitler no es un dictador porque tenga el poder militar y destruya al gobierno legítimo, Hitler tiene un régimen que se sustenta en un masivo apoyo y movilización ciudadana. Porque transforma el malestar de la ciudadanía (o una parte significativa de ella) en una fuerza que puede manejar y orientar contra las instituciones de gobierno, que se ven como incapaces de solucionar los problemas de la gente.

Y este camino que he simplificado mucho, es el que se produce siempre antes de la muerte de una democracia: el sistema se deslegitima, crece el miedo y la inseguridad, se buscan enemigos exteriores… El golpe de estado en España, por ejemplo, originalmente no buscaba destruir la democracia sino deponer a un gobierno y colocar en su sitio otro, hasta que llega Franco y toma el control del golpe. Y la razón por la que querían cambiar de gobierno a la fuerza es porque veían que la situación española era “insostenible”, que España se estaba rompiendo ante los nacionalismos, que se perdían los valores tradicionales, etc. Seguro que os suena de discursos más “modernos” como el de Vox, y es un pilar central a la hora de movilizar a la ciudadanía, pues necesitan una ideología que les de una explicación del mundo que les valga como válvula de escape. La mayoría de las muertes de la democracia a manos de la derecha se suelen amparar en discursos sobre la defensa de los valores tradicionales y ese tipo de cosas, pero también se han producido desde la izquierda como respuesta a otras ideologías como la sublevación del proletariado o la nacionalización de la riqueza (en cierta medida, de hecho, el ideario de Hitler era bastante “de izquierdas” en sus medidas sociales… para los arios).

El proceso en si, por tanto, se basa en el juego con la opinión y la imagen pública del sistema político. La publicidad, la propaganda y los medios de comunicación se convierten en los vehículos para la transmisión de mensajes sociales. Pero transmiten mensajes que son respuestas a unas condiciones materiales que hacen que los ciudadanos se sientan inseguros. Sea por pobreza, paro, la percepción de una corrupción rampante, etc. las condiciones materiales de la mayoría de la gente se van degradando (o al menos eso creen los ciudadanos) y los medios de comunicación se usan para difundir mensajes que respondan a esas crisis. Si los mensajes que se envían son reforzadores del Estado es posible que no se produzca la deslegitimación o que esta se encauce por vías reformadoras en vez de revolucionarias (como es el caso del 15-M, por ejemplo, que transforma la crisis económica dominante en el momento en una demanda de renovación política democrática, no una crítica a la democracia en si); si, en cambio, lo que se articula es un mensaje que traduce este miedo/inseguridad en ira contra el sistema, lo que se abre es el camino a la destrucción del mismo de modo directo.

Trump y la posible muerte de la democracia norteamericana

El caso de Trump en Estados Unidos es un ejemplo perfecto de todo esto, o como lo llamarían los grillinos en Italia “la antipolítica”. Es posible que no se produzca una muerte de la democracia norteamericana como la conocemos (incluso se podría decir que es improbable que ocurra), pero a falta de un par de días para sus elecciones, es interesante el modo en que Trump lleva gobernando para ver el modo en que un sistema se puede deslegitimar a si mismo.

Trump está llevando a cabo acciones que debilitan la democracia norteamericana.
Trump está llevando a cabo acciones que debilitan la democracia norteamericana.

Empecemos por el principio, Trump se presenta a si mismo como un candidato desde fuera de la política ya en las elecciones que gana en 2016. En ellas, se enfrenta a “crooked” Hillary y se postula como un modo de limpiar el pantano corrupto que es Washington. Todo esto sobre un mensaje populista que articula el miedo en torno a un enemigo común: el inmigrante. De ahí el muro, por ejemplo, que permite conectar con una población que teme el efecto de la globalización en su país que, cada vez, ve que se aleja más de sus valores tradicionales y de ser un país controlado claramente por los hombres blancos, anglosajones y protestantes (los llamados WASP).

Sin embargo, Trump postula esto en un mundo donde ha heredado el buen hacer y el crecimiento económico que dejó Obama. Así que durante tres años mantuvo las cosas tranquilas, con una excepción: la prensa. Tres años después y, tras los numerosos informes de corrupción que llevaron incluso a su moción de censura (impeachment) Trump ha tenido un montón de asesores que han dimitido debido a numerosas cuestiones. Para contrarrestar eso, desde el principio el Presidente ha lanzado una ofensiva brutal contra los medios de comunicaciones no afines (osea, todos menos la FOX, en buena medida), acusándolos continuamente de fake news. Incluso en casos absurdos, como en la ceremonia de su toma de posesión, cuando las fotos claramente muestran un aforo mucho menor que a la de Obama, aún cuando él afirme que fue la que más asistencia ha tenido en toda la historia.

Y este es el comienzo del proceso legitimador central. Como decía antes, la muerte de la democracia requiere que se cree un estado de ánimo generalizado contraria a ella, una opinión pública negativa. Para hacer esto, Trump lo que hizo continuamente es construir un relato concreto (el mal de los inmigrantes, de China, etc.) y atacar con toda la fiereza de sus tweets a cualquiera que narrase otro punto de vista diferente. Por muy cierto que fuese. Esto sirve para crear un universo alternativo para sus seguidores, donde las fuentes de información que dicen lo contrario a lo que él quiere siempre están obedeciendo a otros intereses ocultos, que quieren evitar que América sea grande de nuevo. Se convierte a los medios de comunicación en un enemigo, en lugar de un cuarto poder que crea transparencia.

Pero durante tres años no necesitó ir más allá. Le bastó con crear problemas con otros países a la hora de demostrar “que él no hacía la misma política que los predecesores y realmente defendía los intereses de los americanos”. Aunque obviamente era mentira, la imagen pública estaba bien entre sus seguidores. Pero entonces entra en escena el COVID-19 y todo cambia porque, de pronto, su reelección se pone en entredicho: los buenos datos económicos se pierden, el miedo al inmigrante desaparece en buena parte de la sociedad ante el miedo al contagio, etc.

En lugar de enfrentarse de modo eficaz al COVID como medio de ganar puntos en la opinión pública, él prefirió negarlo aún cuando sabía de sobra la severidad de la enfermedad, como atestiguan las grabaciones. Para eso tuvo que destruir activamente la imagen de los médicos y especialistas epidemiológicos, con Fauci a la cabeza, y empezar a proponer respuestas alternativas: se irá como un milagro con el calor, que si te inyectas detergente se muere, que lo tenemos bajo control… El problema es que esta narrativa falsa choca frontalmente con la experiencia de los americanos que están viendo gente cercana enfermando y muriendo.

Así que la lucha por la opinión pública se acrecenta cuando decide politizar el uso de mascarillas. La ciencia se convierte en un problema, como él mismo ha dicho en alguna ocasión, y no usar mascarillas se vuelve un emblema de ser un auténtico americano, en lugar de un cobarde liberal. Como las camisas negras que identificaban a los seguidores de Mussolini, los de Trump se identifican por sus viseras MAGA (make America great again) y la ausencia de mascarillas y distanciamiento social. Y para que esto funcione bien lo adobamos con una buena dosis de propaganda, de testosterona y de defensa de “que somos americanos libres”. Y se enrosca en la lucha contra un enemigo común: los liberales, antifa, los negros que destrozan mobiliario y “lanzan latas de sopa”. Un enemigo que permite ordenar a su alrededor, en respuesta al movimiento Black Lives Matter, la respuesta policial (por brutal que fuese, como en la plaza de Lafayette en Washington) y definirse como el Presidente de “la ley y el orden”. Lo cual abre la puerta a la represión violenta de aquellos que se oponen a su posición, como cuando desplegó tropas federales sin identificar en diversas ciudades para aplastar las manifestaciones, y llamaba a los gobernadores a “dominar las calles”.

Pero desde entonces la posición se ha ido encarnizando más, a medida que veía cada vez más claro que las encuestas le daban perdedor en sitios donde había ganado con anterioridad. Así que la democracia misma se volvió su enemiga, y la votación de la ciudadanía se convirtió en su objetivo político. Primero, a través de buscar diversas medidas para dificultar el voto a distancia y adelantado (¡en medio de una pandemia!) por medio de su intervención en Correos (poniendo a un financiador de su campaña a la cabeza), y haciendo que los jueces del Tribunal Supremo sentencien en la medida de lo posible del modo más restrictivo en torno al voto por correo (que se supone que favorece a los demócratas). Pero no solo eso, sino que en paralelo lanzó una campaña de deslegitimación del proceso de voto por correo, aduciendo que estaba lleno de corrupción y falsificación de votos (cuando la historia electoral americana demuestra que no) e inventando escándalos como que se habían encontrado cientos de votos adelantados favorables a Trump tirados en un río. ¿Qué río? Nunca supo decirlo.

Trump usa su imagen mediática como herramienta para deslegitimar la democracia.
Trump usa su imagen mediática como herramienta para deslegitimar la democracia.

Y la siguiente piedra fue deslegitimar directamente el voto social, diciendo que si perdía las elecciones es que había habido fraude. Ya ha dicho públicamente que si pierde no se compromete a aceptar la derrota y permitir una transición pacífica y que va a llevar a los tribunales a que dictaminen sobre las elecciones en la medida en que pueda (no en vano ha apresurado la confirmación de Amy Coney Barret al Tribunal Supremo hace unos pocos días). Y, después de decir en un debate que los supremacistas blancos estuvieran “a la espera” ahora anima a sus seguidores a “vigilar las votaciones” en un claro gesto de supresión del voto.

No se si estas elecciones realmente llevarán a la muerte de la democracia norteamericana, no lo creo, pero si que ilustran muy bien que el proceso se puede seguir dando en el presente, que no es cosa de ejemplos pasados.

Conclusiones: la muerte de la democracia en el siglo XXI

A menudo, se habla de derivas autoritarias. Es el caso de Erdogan en Turquía, o de algunos de los países del este de Europa. Muchos de los medios de comunicación americanos lo dicen de Trump.

Y en todos los casos se producen los mismos caminos: un ataque a la prensa que defiende otros puntos de vista, una apropiación de los tribunales para garantizar sus medidas, una llamada a un líder fuerte y carismático para guiar al pueblo… Todo construido sobre una situación de miedo e inseguridad ante la cual se crea un enemigo exterior o interior que permita articular a la opinión pública en contra de él y movilizarla: antifa en el caso de Trump o Europa en el de Erdogan, por ejemplo.

La clave, al final, como siempre ocurre en la democracia, es la construcción que hacemos del relato del mundo en el que vivimos. La democracia es especialmente vulnerable a los relatos que crean enemigos y que dinamitan su viabilidad y legitimidad, los cuales a su vez se nutren de situaciones negativas socialmente y situaciones de crisis.

Así pues, la muerte de una democracia no ocurre a golpe de cañón o de voto, sino que es el resultado de un proceso largo (a menudo de varios años) de erosión de la convivencia social y de la unidad en torno al proyecto democrático. Deslegitimando los medios de comunicación y usándolos para canalizar el malestar en cambios sociales abruptos, buscando enemigos contra los que enfocarse y desestabilizando las instituciones, se la debilita hasta el extremo que colapsa por su propio peso. Dicen que el mal solo triunfa cuando las personas buenas no hacen nada; en el contexto democrático, habría que sacar a colación esa frase atribuida a Jefferson que dice que “el arbol de la libertad debe ser regado de vez en cuando con la sangre de patriotas y de tiranos” o, lo que sería dicho de modo menos violento, que la libertad y la democracia se deben defender activamente contra aquellos que buscan destruirla.

Costán Sequeiros Bruna

Y tú, ¿qué opinas sobre la muerte de la democracia?

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