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La trampa del amor

amor 1Empezaré por decir que el amor está muy bien, hace a la gente feliz, les da sentido a sus vidas, etc. Sin embargo, como siempre sucede cuando se empieza una frase por ahí, este post no va sobre esta parte sino sobre lo que viene después del inevitable “pero”.

Es importante señalar desde ya que el amor no es un hecho, no es algo objetivo, no es algo natural. Al contrario, el amor es una construcción social que, sobre la base de las personas, construye una serie de formas adecuadas de interacción entre personas. Es algo que se construyó con el tiempo y, tal y como lo entendemos hoy en día, en buena medida es un producto del siglo XIX (de ahí que lo relacionado con lo amoroso sea “romántico”, el nombre del periodo histórico correspondiente en cultura, que construyó ese concepto). Por tanto, es parte de la respuesta decimonónica al racionalismo del siglo de las luces que le precedió y se articula, como corresponde, sobre la base de la irracionalidad.

Así, cuando pensamos en amor, rápidamente acuden a nuestras mentes las “mariposas del estómago”, los flechazos, la pasión, la locura, la entrega, las noches en cama dando vueltas pensando en el otro, etc. Todo el abanico habitual de las emociones fuertes que asociamos al amor es inevitablemente el producto de la vinculación entre amor e irracionalidad.

Pero este nexo va mucho más allá de cómo lo sentimos, porque se basa en la construcción de infinidad de mentiras que lo articulan. “El amor lo puede todo”… ¿Cómo? Si el amor lo pudiese todo, no habría hambre en el mundo, ni problemas, ni nada. Pero, incluso si aceptamos la obvia limitación de ese tipo de frases, lo que ocultan es un trozo muy importante de la realidad de una relación de pareja. Las relaciones de pareja exitosas no se construyen sobre que el amor lo puede todo porque si, por si mismo, si no sobre la base de conocerse el uno a otro profundamente, negociar los puntos en que se está en desacuerdo, esforzarse por ponerse en el sitio del otro, construir puentes y elementos compartidos, respetar las diferencias y las cosas exclusivas de cada uno… pero claro, se supone que el amor de verdad (único, por supuesto), es eterno.

En última instancia, el primer problema surge de la máxima de que cada uno tiene su media naranja perfecta en algún lugar del mundo y, si no la encuentra, es un fracaso como persona. Las personas actuales tienen un miedo atroz a la soledad porque nos han enseñado que somos seres incompletos sin ese otro trozo que nos falta. Pero lo cierto es que no lo somos, cada persona es una naranja en si misma, una pera, una manzana, una sandía, o lo que quiera ser. Y esto implica que cuando un melocotón construye una relación con una fresa debe aprender a entender las diferencias que hay entre ambos y a trabajar en ellas, no asumir que el otro va a amoldarse a él mismo directamente.

amor 2Pero el miedo a la soledad y el poder del amor nos lleva también a precipitarnos. Demasiado a menudo, la gente se mete de lleno en relaciones muy fuertes con gente a la que apenas conoce, porque “es lo que le pide el cuerpo”. Lo siento, pero mal va el cuerpo que pide a su dueño que actúe de forma irracional e ilógica, sin pararse a entender el mundo y las consecuencias. Sin embargo, la gente se lanza directamente a esas relaciones por miedo a que alguien le “levante” a la persona que le gusta (ah, el amor monógamo también es construido socialmente ;)) o cegado (ese amor ciego) a la otra persona, a la cual solo le ve lo bueno.

¿Por qué solo ve lo bueno de la otra persona? Porque no se ha molestado en conocerla, solo se ha lanzado por un impulso, una descarga de hormonas en sangre, etc. Dado que con ese poco tiempo no ha podido ver detrás de la máscara que el otro lleva puesta (todos la llevamos, al fin y al cabo), lo que hace es inferir que bajo la máscara hay una serie de cualidades que extrapola de lo que ve fuera de la misma… Osea, voluntariamente, la gente ignora a la persona real para centrarse en el fantasma que construyen con lo que imaginan que la otra persona realmente es. Y luego, claro, vienen los “yo no imaginaba eso de él” o “es que ella ha cambiado”. Si en vez de los impulsos se hubiesen dedicado a conocerse habrían visto que ni la gente cambia tanto ni la imaginación es una buena herramienta para concer a otra persona.

Otra de las importantes falacias que sustentan esta concepción del amor es la idea de que la otra persona debe ser el centro de nuestro mundo, casi su único punto pivotal: él/ella lo es todo. Para nada. Una persona no puede reducir su universo personal a otra, somos mucho más que una relación de pareja: somos gente con ideas, trabajos, amigos, ocio, inquietudes, familia… La otra persona sin duda será una persona importante en nuestras vidas, pero no puede serlo todo. Pero el amor romántico rápidamente dirá que, sin la otra persona, no somos nada, que es la otra la que nos hace estar completos, etc. Las clásicas tonterías sobre las que se asientan a menudo fuertes vínculos de dependencia que a menudo son más que capaces de destruir cualquier relación.

Así que surgen las inevitables dificultades en una pareja para las cuales ninguna de las dos partes están listas porque a menudo no conocen realmente al otro y además, esperan que el amor lo pueda todo. Así que se discute, se pelea y, a menudo, se rompe. Todo ello porque se reduce en importancia el esfuerzo que conlleva cultivar y cuidar una relación con cualquier persona (independientemente del tipo de relación), los problemas que entraña la convivencia, las sorpresas que existen cuando conocemos a los demás, etc. Pero claro, desde la perspectiva irracional que nos han dicho que es la adecuada para lidiar con el amor, todo eso son elementos menores.

Los elementos importantes son la pasión, el amor loco, el querer al otro en exclusividad… Desde luego, como corresponde, desde esa perspectiva cosas como la confianza y la seguridad en la pareja dan igual. “Los celos, al fin y al cabo, son la demostración del amor”… cuando no, lo cierto es que solo demuestran la falta de confianza en uno mismo y en el otro.

Todos estos problemas suelen llevar a una de dos soluciones. Por un lado, la más sana, romper para poder buscar otro amor irracional y loco con el que fracasar de nuevo. Y, por el otro, la solución más peligrosa que supone que la solución al problema sea avanzar más fuerte buscando que un vínculo exterior (el acuerdo del matrimonio, un hijo, una hipoteca…) pueda servir para mantener atado lo que en realidad no funciona pero nos da miedo perder (que, al fin y al cabo, implica que volvemos a la soledad terrible de la que tener miedo, el peculiar hombre del saco que ha creado la sociedad).

amor 3Y claro, sobre esa base irracional, el capitalismo se ha encargado de construir máquinas saca-cuartos. San Valentín, el festejo del aniversario, día de la madre/padre, etc. todos esos días se basan en el mismo elemento: comprar el amor. Como hemos construido un amor irracional que no se demuestra comprendiendo al otro y trabajando juntos, hemos aprendido a demostrarlo comprando cosas (a más caras, mejor) para la otra persona, en busca de ese “regalo romántico” que refuerce el amor que la otra persona siente por nosotros.

Y luego nos extrañamos de que las tasas de divorcios sigan subiendo, que las parejas rompan al poco de “dar el siguiente paso” porque lo dieron por las razones equivocadas, o que la gente resulte ser distinta de cómo esperábamos/creíamos que eran porque no los conocíamos realmente. Sin embargo, es inevitable que todo este post sirva de poco a la hora de cambiar eso, porque al fin y al cabo son argumentos racionales para algo que Hollywood va a encargarse de recordarnos continuamente que es como aparece en las películas de amor adolescente: inmaduro, irracional, inseguro, tendiente al drama, apasionado y sin sentido.

Pero, lo que Hollywood nunca muestra es el lado malo de su visión. Si, cierto, la película acaba con el beso romántico del chico y la chica (¡nada de homosexualidad o de otras formas de entender la pareja, que eso no es natural ni adecuadamente heteropatriarcal!), lo que no te dicen es qué pasa a los dos años entre ellos. ¿Han conseguido seguir juntos una vez que la relación ha tenido que profundizarse? Probablemente, si el amor era tan irracional y apasionado, no haya sido el caso… al fin y al cabo, ni el amor de Han Solo y Leia Organa sobrevivió hasta el Episodio VII.

Costán Sequeiros Bruna

Y tú, ¿qué crees de la irracionalidad del amor?

PD: gracias por cierto a Héctor Puente Bienvenido, por las muchas conversaciones que llevan a este post.

4 replies on “La trampa del amor”

Da la impresión leyendo el post de que lo escrito se adscribe a una visión parcial y limitada del amor. El amor no es sólo un constructo social, aunque evidentemente es innegable su importantísima faceta social, pero también es una cuestión emocional/psicológica y biológica (tanto desde el punto de vista fisiológico como reproductivo). El post tan sólo se ocupa de una parte específica del constructo “amor”, haciendo una crítica, más que justificada, a una corriente en particular del imaginario colectivo sobre el mismo. En mi opinión, se ha tomado la parte por el todo haciendo una generalización y extensión de la primera que no se puede aplicar como única regla de medir al segundo.
Sería muy interesante que se cogieran partes específicas del mismo y se desarrollasen conversaciones sobre ellas, que dan para muchos y muy amenos post y debates (influencia del romanticismo en el constructo social del amor actual, el uso de fantasías irreales por parte de ciertos sectores económicos para provecho de los mismos, posibles cambios que puediesen implementarse para una mejor salud psicológica/emocional en las relaciones de pareja, etc).

Parcialmente estoy de acuerdo en que es una visión sesgada desde la sociología, pero es que lo cierto es que las otras partes son menores. A la hora de amar, la parte biológica da unas señales concretas que cada sociedad administra y concreta de diferentes formas, de modo que la forma en que amamos poco importa la faceta biológica (cuya duración, además, es escasa). Y la psicológica no deja de ser producto de una educación, formación y vivencias que son consecuencia de la sociedad en la que se insertan, de modo que como toda psicología es construida socialmente.

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