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La Transición

Me acabo de leer un muy interesante artículo de Tery Lynn Karl y Philippe C. Schmitter en el que analizan comparativamente los diferentes medios en que muchos países del mundo (principalmente Europa del Sur, Europa del Este y Latinoamerica) han regresado a la democracia a lo largo de la segunda mitad del siglo XX, y las consecuencias que ello tiene para sus estabilidades. Y creo que puede ser intersante rescatar aquí lo que dicen respecto de la Transición Española. Para empezar, construyen un modelo analítico basado en dos posturas antagónicas.

Por un lado, una transición a la democracia puede ser iniciada por las elites o bien por las masas. En el caso español, lo que tenemos es una del primer tipo, ya que lo que se hizo fue pactar entre los partidos políticos, instituciones de poder, ejército y otros elementos los pasos que debía darse para alcanzar esa nueva situación democrática.

Por el otro lado, las transiciones pueden darse de modo violento, o pacífico. Como todos sabemos, la española fue pacífica, lo cual hace que generalmente sea más estable, pero también implica que suele llevar menos cambios y rupturas con el pasado.

Si juntamos ambas cuestiones, lo que tenemos es que nuestra transición fue un proceso de élites, hecho porque decidieron que era la mejor forma de que las debilitadas élites franquistas (carentes de legitimidad tras la muerte de Franco) mantuviesen parte de sus poderes y prerrogativas, a cambio de ceder otros a las nuevas élites que estaban surgiendo. Por tanto, no hubo grandes cambios y rupturas con el pasado menos en lo que se refiere al procedimiento político en si (las elecciones) y algunos derechos, pero se respetaron los sistemas de producción anteriores, las definiciones de propiedad, y los privilegios de aquellos que ya los tenían para evitar confrontaciones posteriores. El mayor ejemplo de esto es la ley que establece el “borrón y cuenta nueva” y que prohibe que los crímenes cometidos durante la dictadura sean juzgados como tales en el presente.

Al ser un pacto con el mayor número de fuerzas posibles implicadas, es estable, pero tiene al mismo tiempo el objetivo implícito de restringir el alcance de la representación política para garantizar a las clases dominantes tradicionales que se respetarán sus intereses vitales. Por tanto, en lo esencial (y esto es la clave de todo el asunto) son mecanismos antidemocráticos, negociados por las élites, que tratan de establecer un contrato socioeconómico y político explícito que desmovilice a las masas (cada vez más rebeldes e importantes), al tiempo que deciden en qué medida y forma podrán los actores participar y ejercer su poder en el futuro que se está creando. Todo esto es más o menos una cita literal del texto, aunque algo resumida.

Y la cuestión clave, que surge de este análisis es: ¿puede una democracia real nacer de un acto antidemocrático? En teoría, la democracia es, precisamente, el dominio del pueblo, su gobierno, su capacidad de controlar al resto de poderes y forjarlos en base a sus intereses… pero si está excluido de su formación, es obvio que no se le van a conceder esos poderes, al menos de salida. Pero, una vez que se crea y consolida lentamente la nueva democracia, ¿se puede trabajar para hacerla de mayor calidad? ¿Es posible transferir ese poder al pueblo?

Obviamente, posible es, pero no hay muchos interesados en ello. Con la constitución de una nueva democracia, lo que ocurre es que nuevas élites toman el poder y se establecen en paralelo con las anteriores. Y una vez que tienen poder, no suelen estar interesadas en compartirlo con los demás. Un ejemplo claro de esto es el sistema electoral español, que con la regla D’hondt, y teniendo la Provincia como circunscripción, lo que facilita enormemente es al bipartidismo, porque los terceros partidos tienen mucha dificultad para transformar sus votos en escaños (sólo hay que ver los últimos resultados nacionales de Izquierda Unida y compararlos con los de otros partidos para ver que no hay demasiada relación entre votos recibidos y escaños obtenidos).

Así que, la clave es, ¿realmente es posible la reforma? El famoso “trabajar desde dentro”, ¿es una posibilidad o un espejismo? Una democracia de verdad, no representativa sino participativa y directa, requiere que mucho poder sea pasado a manos del pueblo (que se supone que “es inadecuado para gobernar”, o que “no sabe”), y darle los medios a ese pueblo de que gobierne efectivamente. No es un ideal, es algo que se puede obtener, es caro, lleva tiempo y esfuerzos por parte del poder del Estado y de los propios ciudadanos, pero no es una utopía. Pero es bastante improbable que cualquiera de dentro del sistema esté interesado en usar ese camino, porque en el proceso estaría perdiendo el poder que ya ha obtenido.

Es curioso, según los autores (y la historia), se da una curiosa paradoja: los cambios democráticos del siglo XX que se produjeron por medio de revoluciones han sido los que más profundamente han remodelado el país (cambios en las leyes de la propiedad, en la tenencia de la tierra, nacionalizaciones de industria, derechos, etc.), y sin embargo suelen ser los menos democráticos de todos pues suelen desembocar en modelos inspirados en el leninista donde un Partido Único gobierna (véanse la Unión Soviética, China o Cuba, por ejemplo).

Así que, si la revolución no es el camino, ni lo es la reforma desde dentro, ¿qué nos queda? ¿Es posible conjugar ambos caminos para que nos den un tercero, nuevo? La historia supongo que se encargará de resolver la cuestión, pero sólo si todos permanecemos involucrados, esforzándonos por buscar ese nuevo camino que nos lleve a una democracia de verdad plena, en todos los sentidos.

Costán Sequeiros Bruna

Y tú, ¿qué opinas de la Transición?

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