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Reflexiones personales

Las Manifestaciones

Unos centenares de personas inundan una calle con gritos y pancartas. Consignas vuelan con ritmo, y los periodistas retransmiten los mensajes en tiempo real y con entrevistas selectas. Es una estampa a la que todos estamos muy habituados. Sin embargo, una manifestación es mucho más que pasear, gritar y contar el número de asistentes.

Son la versión moderna de los levantamientos de la antigüedad. Son un derecho que ha costado mucho conseguir. Son subversivas. Son un fenómeno complejo, con múltiples niveles y objetivos simultáneos.

El primero de estos, y acaso el más obvio, es que las manifestaciones transmiten un mensaje. Dan a conocer al Gobierno (o a quien corresponda) la opinión de un sector de la población. Y lo hacen de una manera clara y directa, sin usar intermediarios que puedan mediatizar sus posiciones para alcanzar otros fines.

Pero acaso, más importante que el mensaje, es el hecho de que las manifestaciones buscan cambiar algo que el pueblo ve como injusto o inadecuado. Así, son demostraciones de poder a muchos niveles: son votos que pueden o no apoyar a un Gobierno en las siguientes elecciones, son ciudadanos descontentos que pueden recurrir a la desobediencia civil, etc.

Por tanto, como es obvio, las manifestaciones son uno de los mecanismos básicos de poder del pueblo. Especialmente si se ponen en marcha con la otra cara de su moneda: la huelga. Una huelga es un parón de un sistema o unidad dentro de ese sistema (una empresa, un ministerio, una universidad…), cuyo parón supone un daño al funcionamiento del mismo (pérdidas económicas, incapacidad a la hora de cumplir objetivos, insuficiencia en un servicio,…).

El problema con todo esto es que se está olvidando que las manifestaciones son, por tanto, una lucha: hay manifestaciones contra Israel y su abuso en Gaza, contra la Ley de Bolonia, etc. Por justas que sean, lo que ocurre con ellas es que estas manifestaciones son inútiles, carecen de consecuencias reales o relevancia alguna: a Israel no le importa un pimiento que se reúnan unos cuantos cientos (con suerte) de ciudadanos españoles para protestar por su política en Gaza, igual que a la UE le da igual que unas decenas de estudiantes se encierren todas las semanas a beber alcohol y reírse.

Son, por tanto, manifestaciones completamente carentes de poder real, porque carecen de modo alguno de forzar a los otros a escuchar su posición y hacerle caso. Son como moscas para un elefante: con suerte resultan molestas. El problema que surge de esto es que el Poder se habitúa a ignorar las manifestaciones, y el Pueblo se habitúa a que sean ignoradas sin consecuencias. Con ello, todos perdemos una importante herramienta política, y dejamos al Gobierno actuar más libremente y con menos control.

¡Es hora de pararse un momento! Es necesario repensar todo esto, y volver a los orígenes: hace falta que haya menos movilizaciones para que perdamos el hábito de verlas a todas horas; y hace falta que sean más grandes y socialmente relevantes para que el Poder no pueda ignorarlas.

Si no son tenidas en cuenta, dentro de veinte o treinta años manifestarse será como ir al fútbol: entretenido y sin consecuencias. Pan y circo.

Costán Sequeiros Bruna

Y tú, ¿qué opinas de las manifestaciones?

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