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Reflexiones personales

No ver, no hablar, no oir

El Emperador se sube a su caravana fastuosa, la gente dispara los fuegos artificiales y la comitiva se pone en marcha con gran pompa y circunstancia. La gente aclama a su paso, le vitorea, le anima. Hasta que, entre toda la gente, un niño dice “¡el Emperador va desnudo!”.

Eso es lo que nos narran los cuentos, cómo la inocencia puede vencer el boato del poder. Sin embargo, en el mundo real, al niño le habrían hecho cuatro chequeos antes de que pudiese hablar y, eventualmente, le habrían arrancado la lengua antes de que el Emperador se subiese a su caravana.

Tomemos la visión de Maquiavelo sobre el poder, tal como la describe en El Príncipe. Según él, la única función de quien está en el poder es mantener y aumentar ese poder, por los medios que sean necesarios, sea la violencia, el miedo, el amor… Cualquier cosa vale. Cuando tomamos las teorías de las élites, desde Marx a Pareto, las élites deben protegerse continuamente del ataque de quienes querrían tomar su lugar.

Hoy en día, esa visión ha sido parcialmente actualizada a la democracia y teoría de partidos. Así, a menudo se señala en ciencia política que la única función de un partido político es funcionar como la maquinaria que logra salir elegida al final. En cierta medida, como el Príncipe, cualquier cosa vale con tal de ser el partido que al final de las elecciones detenta el poder. Por supuesto, en una sociedad actual y democrática eso requiere matizaciones, pero en cierta medida el poder todavía a menudo funciona con esa lógica (como tan bien retrata House of Cards, de la que hablaré pronto probablemente).

Por tanto, si el objetivo de los políticos es tomar y conservar el poder, y para ello deben usar las estructuras de los partidos (que son los que tienen los recursos para ello), lo que se logra es que, por el camino, los políticos queden encajados y encasillados en el partido. Deben favores a unos, pueden presionar o chantajear a otros, tienen capacidad de maniobra contra otros porque conocen sus debilidades, etc. El mundo sórdido de la política se basa en esto, en lo que ocurre detrás del escenario que diría Goffman.

Y en este mundo, una vez que se llega al poder, lo más importante no es rodearse de gente eficaz que permita un buen gobierno… sino de gente leal. Es más importante saber que tu pilar de apoyo no te va a clavar un puñal que asegurarse de que ese pilar de apoyo va a ser un eficaz político en su área. Al fin y al cabo, el pensamiento cínicio del poder descarnado diría algo como “total, de aquí a las siguientes elecciones, al pueblo ya se le habrá olvidado, ya les mentiremos de nuevo, ya les venderemos sueños que no se cumplirán”.

Por tanto, el amiguismo no sólo es una forma de devolver los favores debidos para llegar a una posición de poder, también es una forma fundamental de mantenerse en el poder. Sino, las purgas se suceden, ya las hizo Stalin en la Unión Soviética, y en la democracia se producen igualmente, pero de forma más sutil, como cuando un político se retira “por causas personales”. Esperanza Aguirre es un buen ejemplo de una purga política interna del PP, tras tratar infructuosamente de adelantar o maniobrar alrededor de Rajoy.

Así que, alrededor del Emperador, todos sus consejeros alabarán sus fastuosos ropajes. Al fin y al cabo, si hablas en contra, eres candidato a enfrentarte a la siguiente purga, o de ser usado como turco tras el próximo fiasco. Pero si eres leal, ciegamente leal, el partido te proveerá mientras tenga el poder, y te protegerá incluso cuando resulta obvio que no debería, como ocurre con Bárcenas (bueno, ser leal y, a poder ser, tener una buena cantidad de trapos sucios que echar encima de los demás).

Pero no sólo conviene ser ciegos, sino también asegurarse de no decir lo que los que tienen el poder no quieren oir. Podría ponerte en su lado equivocado, y que duden de tu lealtad al fin y al cabo. Y, ya puestos, mejor que aquellos de tus subordinados tampoco hablen de más… y ya que estamos, tratemos de que nadie hable en contra. Silenciemos las estadísticas que critican la gestión de nuestro Emperador, reduzcamos los números de gente que asiste a una manifestación para poder decir que son menos que la “mayoría silenciosa”, reduzcamos el poder de la oposición y de las alternativas hasta que no puedan ser una alternativa bajo el poder del rodillo político.

El resultado final, inevitablemente, es la construcción de una torre de marfil en torno al Emperador, que lleva a que este cada vez se aleje más de la realidad. Ahí tenemos un Zapatero, incapaz de decir el coste de un café. Una torre de marfil, además, construida en base a la lealtad y no a la eficacia (al fin y al cabo, si son demasiado listos o capaces, podrían tratar de destronar al Emperador), lo cual acaba llevando a una torre de marfil llena de incompetentes, o gente sólo parcialmente capacitada. La gente que no oirá las alternativas, no verá la realidad, no dirá lo que no debe ser dicho. Los seguidores del “si, señor, lo que quiera, señor”.

Y, con ello, a un sistema político crecientemente ineficaz, ilegítimo, cegado a la realidad que debe gobernar y que camina directo, lentamente, hacia un precipicio que su propia inutilidad ha generado. Más allá de ideologías, más allá de errores debido a las creencias de verdad, el problema del poder es que sólo se rodea de aquellos que dicen, ven, oyen y hacen lo que el poder quiere.

El Emperador está desnudo pero… ¿dónde están los niños para poder decírselo? Y, aunque estuvieran delante, ¿acaso les escucharía?

Costán Sequeiros Bruna

Y tú, ¿qué opinas al respecto?

One reply on “No ver, no hablar, no oir”

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