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¿Por qué Rusia invade Ucrania?

Imagen del Kremlin al atardecer
El Kremlin es una de las mejores representaciones del pasado y presente de Rusia.

Para entender el presente, como a menudo ocurre, hay que echar un vistazo al pasado. Rusia tiene una larga tradición autoritaria, al fin y al cabo durante buena parte de su historia (desde Iván el Terrible en el siglo XVI) ha estado dominada por zares. El régimen zarista sería destruido en 1917 con los levantamientos de la Revolución Roja que seguían una interpretación “marxista” pasada por los ojos de los avanzados rusos, especialmente Lenin y Stalin. Y una de las cosas importantes de esta modificación de la visión original marxista es que abole la idea de que todo el mundo es igual, para instalar la “vanguardia del proletariado”, que a efectos prácticos se transforma en el aparatchik soviético: una serie de presidentes soviéticos elegidos por sus propios órganos (como ocurre aún en China) que consolidaron una burocracia y un aparato estatal por encima de la igualdad. A su forma, una nueva forma de zarismo.

El régimen soviético es destruido dos años después de la caída del Muro de Berlín, cuando Boris Yeltsin ataca la Duma (el Parlamento) con tanques y destruye la URSS. Eso abre un periodo “democrático” que oficialmente dura hasta el presente, que durante su etapa temprana se caracterizó por la masiva privatización de todo lo que el enorme Estado soviético consideraba propio. Esta privatización creó una nueva clase social, los oligarcas, que se hicieron con la industria y los recursos rusos y los explotaron para su propio beneficio, mientras Rusia como conjunto se volvía capitalista a marchas forzadas, con una población base que nada sabía de capitalismo. Y a Yeltsin, a partir de 1999, le sucedería Putin que ha permanecido en el poder desde entonces (con un breve intervalo de Medvedev para hacer que parezca que cumplen con la Constitución rusa y sus limitaciones de mandatos). A grandes rasgos, especialmente con el paso de los años de gobierno de Putin, Rusia ha vuelto a ser un estado autoritario.

Pero, ¿quien es Putin?

Para entender Ucrania, hay que entender a Putin. Como es obvio, no le conozco personalmente, pero le sigo de cerca desde hace años y he ido juntando las piezas de un retrato que creo que se acerca razonablemente a la realidad. Putin, según todos los informes, era durante el régimen de Yeltsin un agente del FSB (el antiguo KGB) de poco renombre y posición. En los años noventa, muchos agentes del KGB habían visto caer el mundo como lo conocían, con sus ideales y su guerra fría, y pusieron sus habilidades al servicio del beneficio económico, sirviendo como base para muchos de los grandes jefes de la mafia rusa (el vory). Putin, en cambio, no fue así sino que medró en política hasta que Yeltsin acabó nombrándole como su sucesor.

Putin en una imagen oficial.
Putin es el jugador en el centro de esta complicada partida.

Pero esta trayectoria es importante, porque Putin no entra al poder por ser un miembro fuerte del partido, sino por su trayectoria en el servicio de inteligencia. Esto le da una personalidad mucho más dura y autoritaria, heredera de la filosofía soviética de Guerra Fría, centrada en devolver a Rusia la grandeza perdida. Y una personalidad que ha ido cambiando con los años. El Putin del comienzo de su mandato no es el actual, era mucho más suave y paciente. Pero tienen el mismo sueño, el de ver a una Rusia fuerte en pie de igualdad con el resto de grandes potencias del mundo.

Sin embargo, Rusia no estaba en pie de igualdad cuando él llega al poder, expoliada por sus propios oligarcas y los inversores extranjeros. Volverse capitalista y hacia occidente no ha conseguido cumplir los objetivos que se describían con la apertura primero pacífica de Gorbachov y luego más abrupta de Yeltsin. Por ello surge un nuevo paradigma, que pasa del europeísmo pretendido de los zares, al ruso-centrismo de la URSS y el nuevo aperturismo democrático a formar una posición euro-asiática. Eso significa configurar una región en torno a Rusia que sea directamente su jardín propio, sin permitir interferencias extranjeras y sin tratar de volcarse hacia occidente. Un área que básicamente cubre las antiguas repúblicas soviéticas más cercanas a Rusia, ya que las europeas para entonces ya se han ido uniendo tanto a la UE como a la OTAN.

Para configurar este bloque, Putin recurre a una política internacional basada en el choque y en el conflicto. Los recursos naturales que Rusia produce (especialmente los energéticos) se convierten no en un elemento de comercio internacional, sino en una herramienta de presión política, jugando con cortar o no los suministros y gestionar los precios para conseguir concesiones de otros países. Una estrategia especialmente útil contra Europa central y del este, que depende del gas ruso en gran medida. Esto le permitió jugar un papel muy activo en su área de influencia, desde Chechenia a Crimea, con un occidente que se ve forzado a negociar y jugar con cuidado debido a que las importaciones rusas son necesarias y un conflicto directo es imposible debido a que tiene demasiadas armas nucleares. Y, con eso, llegamos a la Segunda Guerra Fría en la que vivimos actualmente.

El Emperador está desnudo

Como vimos antes, Rusia tiene una larga tradición de dictadores y hombres fuertes al frente. Buena parte de la población (especialmente en las cohortes mayores, menos formadas y más rurales) responde muy positivamente a la presencia de un líder fuerte que les devuelva la gloria perdida. Putin sabe esto y, si bien varias personas que le conocen directamente cuentan historias de su inseguridad personal, él se encarga de proyectar ese aspecto de fuerza siempre que puede: sale sin camiseta cabalgando, hace videos de judo, muestra posiciones duras y gestos severos, etc. Y, durante un tiempo, esto funcionó.

Putin a caballo, sin camiseta.
Putin proyecta una imagen de fuerza que no encaja con la realidad de Rusia.

Pero la apertura de Rusia la había unido a los cauces globalizados y estos, como ocurre en todo el mundo, debilitan la imagen/cultura de cualquier país al exponerlo a ideas, eventos e historias de todo el planeta, más amplio y diverso. La primera respuesta a esto es una posición militar más activa y dura que configure su espacio bajo su control, interviniendo directamente en las zonas cercanas, colocando presidentes títeres en naciones vecinas, etc. Y, con el crecimiento de Internet, surge una respuesta típica de espía: el control de la información. El ejército ruso tiene una de las mejores divisiones del mundo en inteligencia y espionaje cibernético y su capacidad de crear desinformación ha sido más que demostrada con las elecciones de Trump en Estados Unidos o el progreso del Brexit y el caso de Cambridge Analytica.

Putin no vuelve las armas cibernéticas únicamente contra el exterior, sino también contra el interior. Porque con el paso de los años y la globalización, la población rusa ha ido cambiando demográficamente. La gente mayor, crecida y educada en la URSS va dejando paso a unas generaciones que han crecido escuchando música americana y jugando a videojuegos en servidores europeos. Han estado masivamente expuestos a ideologías democráticas occidentales, a nuestra forma de ver y sentir, y han visto que no es lo que tienen en casa. Así que, con el paso de los años, en el propio interior de Rusia ha ido creciendo cada vez más una oposición democrática a Putin, desde las Pussy Riot a Alexey Navalny, que organizan manifestaciones y protestas que lentamente van erosionando la imagen de Putin en el interior.

Así que de nuevo sale el espía en él y se dedica a envenenar a los agentes clave que están en el exterior y asesinar de modo más directo a los que están en el interior. A esto se une el control de la información que se dedica a desinformar y censurar las noticias que no son deseables para el gobierno, con unos medios de comunicación controlados cada vez más desde el Kremlin. Y a unas acciones cada vez más fuertes en el exterior, desde Crimea a Siria, donde no tiene problema en aliarse con dictadores siempre y cuando avance eso la agenda rusa de oponerse a las corrientes democratizadoras que amenazan su estabilidad interna. Al fin y al cabo, si Siria se hubiese convertido en una nación democrática como querían los revolucionarios, quizás las gentes de Rusia tendrían ideas peligrosas para Putin.

Esta política del choque, que lleva a la intervención en Crimea como modo de demostrar fuerza y garantizar la aprobación de parte de la sociedad rusa, llevan a que se le impongan sanciones a Rusia desde 2014. Y junto a esto, comienzan a cambiar las condiciones económicas rusas a lo que Putin responde intensificando su control. Pero en el entorno internacional, su posición cada vez se ve más aislada de buena parte de los países, a medida que los escándalos y el autoritarismo ruso crece y la represión de las manifestaciones internas se endurece.

Y entonces llegamos a Ucrania

En 2014, las acciones rusas en Ucrania fueron muy diferentes a las actuales. Oficialmente, Rusia no se involucró en aquellos eventos, sino que fueron “tropas sin bandera ni identificación” las que ayudaron a los rebeldes del Donbass y animaron a la gente de Crimea a cambiar pacíficamente su pertenencia de Ucrania a Rusia. Esto era posible por una acción planificada y porque, desde tiempos de la URSS, buena parte de Ucrania (y muchas otras ex-repúblicas) fue poblada por rusos, haciendo que las regiones más cercanas a Rusia tengan una población pro-rusa fuerte. Y cuando el dictador local fue expulsado en 2013 con el euromaidan, Rusia usó esa población para hacerse con la estratégica provincia de Crimea y apoyar los conflictos indirectamente en el Donbass. Y recibió las sanciones que han afectado a su economía desde entonces.

Volodimir Zelenski, en una rueda de prensa oficial.
Volodimir Zelenski, la voz de la unidad ucraniana contra la invasión rusa.

Pero Ucrania desde entonces no ha estado quieta y ha continuado presionando en torno a volverse hacia occidente, hacia la UE y la OTAN. Y los países occidentales han respondido tibia pero favorablemente al respecto, con cierto medio de enfadar a Rusia y que ocurriese lo que ha ocurrido. El deterioro interno de la situación de Putin en Rusia y el in crescendo en el que ha sumido su política de confrontación han hecho que el ejército ruso esté ahora mejor preparado y equipado que nunca y muchos de sus oficiales y personal se hayan curtido en las cinco guerras que Rusia ha disputado (y ganado) desde que Putin está en el poder.

Y a esto hay que sumar otro importante factor interno del que aún no hablamos: el propio entorno de Putin. Si resumimos mucho, se podría dividir a su círculo interno en dos bloques de gran poder e influencia: los oligarcas y los nacionalistas. Los oligarcas son los dueños de las grandes empresas que se privatizaron con el final de la URSS, son hombres de negocios a su manera que gustan de tener sus yates en los puertos españoles, ir de compras a París, etc. Del otro lado, los nacionalistas suelen mantener sus posesiones dentro de Rusia y suelen estar vinculados al aparato militar en lugar del económico. Debido a su grado de globalización tan dispar, las sanciones afectan siempre más a los oligarcas que a los nacionalistas, que paso a paso se ven alejados del círculo interno de Putin y (tras el surgimiento de varios líderes pro-democracia de entre sus filas) se han visto forzados a someterse al poder del Kremlin de modo cada vez más directo.

Entonces, a la hora de tomar la decisión de intervenir en Ucrania, la mayor parte de las voces que estarían en contra (los oligarcas, que tienen mucho que perder con nuevas sanciones y bloqueos) hace tiempo que han sido silenciadas por las voces más duras de los nacionalistas. Pero una cosa que ocurre en todo régimen autoritario si deriva con el tiempo (como es el caso) es que el líder se ve rodeado cada vez más de personas que le dicen que si a todo, que le dicen que “el Emperador está vestido” cuando no es el caso. No hacerlo, al fin y al cabo, podría llevar a ganarse la ira del líder y perder los privilegios conseguidos con la cercanía… o incluso la vida propia y de la familia.

Por ello, tenemos a un Putin rodeado de nacionalistas que le dirán siempre lo que quiere oir. Y lo que quiere oir es que intervenir en Ucrania será fácil, una victoria rápida ya que el pueblo ucraniano ama a Rusia y se rendirán como ocurrió en Crimea. Y que Occidente no se atreverá a hacer nada al respecto, por miedo a las represalias y su dependencia energética. Y tomando Ucrania demostrará una vez más su fuerza y poder y engrandecerá a la nación rusa que, en este momento, tiene su ejército en el mejor momento de su historia reciente.

El cóctel explosivo

Imagen de una casa de Ucrania bombardeada por las tropas de Rusia.
La guerra de Ucrania se ha transformado en una guerra clásica.

Por supuesto, más de dos semanas después, sabemos que la historia de momento no ha sido como Putin esperaba que fuese. El pueblo ucraniano se ha unido en la resistencia y está consiguiendo inflingirle muchos más daños y bajas a las fuerzas rusas de las esperadas, lo que ha transformado una guerra rápida en una guerra prolongada y clásica con bombardeos de ciudades civiles, asedios y muchos muertos. Los intentos de asesinar a Zelensky han fracasado, con lo que ha podido unir a su gente en la resistencia contra Rusia. Del otro lado, la respuesta occidental ha estado lejos de ser tibia y, si bien no se ha recurrido de momento a la intervención militar, las sanciones económicas nuevas son durísimas y le están enviando recursos militares a los ucranianos en la lucha. La OTAN, que llevaba una prolongada crisis de identidad después del fin de la Guerra Fría, de pronto ve su sentido revitalizado ante el resurgir del antiguo enemigo, como atestigua el cambio de opinión de la población de países como Finlandia, tradicionalmente opuestos a entrar en la alianza y ahora favorables a la misma.

Pero una Rusia cada vez más aislada globalmente es una cosa peligrosa. Las sanciones económicas pueden ser muy duras pero no actúan con rapidez, la guerra económica (una de las nuevas formas de guerra del siglo XXI) no actúa con la inmediatez necesaria para parar una guerra, en especial porque Rusia había creado reservas previas y además occidente sigue dependiendo del gas ruso. Y si la opinión pública global ya está toda en contra, entonces Putin puede dejar cualquier pretensión democrática de lado y transformarse por completo en el dictador que es. Ya ha comenzado, con las detenciones masivas de manifestantes contra la guerra en toda Rusia y el cierre de los medios de comunicación que no estaban directamente controlados por el Kremlin.

La realidad, sin embargo, es que como decía antes, “el Emperador está desnudo”. Rusia no es una gran potencia: no tiene una base económica fuerte más allá de sus recursos naturales, su ejército no está tan preparado como quiere aparentar y su capacidad diplomática cada vez está más limitada. La guerra en Ucrania puede ir de muchas formas distintas, desde una victoria rusa convertida en una ocupación imposible contra una insurgencia sostenida (como la presencia americana en Oriente Medio pero probablemente más violenta) a una solución negociada o una guerra total que deje destruida Ucrania. Y seguro que hay más escenarios que esos y la realidad no acaba siendo nada de lo que inicialmente imaginemos.

Pero, como el poder ruso real es inferior al que quiere proyectar, acabe como acabe la guerra de Ucrania, Putin se juega su posición y su poder, e incluso el modelo de Estado que lleva décadas construyendo. Una situación insostenible en el exterior prolongada durante años, una crisis económica interna cada vez más fuerte debido a las sanciones y las incipientes labores de independencia energética europea, y un sometimiento de la población masivamente por medio del shock y el terror llevan a altos costes en apoyo social. Y si se ve incapacitado para encauzar ese desafecto, la respuesta cada vez más brutal lleva a dos posibles caminos: la instauración de una dictadura completa o la revolución (y, como suele ocurrir con las dictaduras, la llegada de la revolución es solo una cuestión de tiempo).

Este bucle de desesperación, donde cada acción daña más el apoyo interno y la posición exterior, llevando a mayor disensión que requiere nuevas acciones que continuan la espiral… este sendero es un sendero peligroso para todos. Porque cuando alguien no tiene nada que perder, cualquier opción sobre la mesa es viable, y Putin tiene en sus manos un enorme arsenal (no solo nuclear). Yo personalmente no creo que se llegue a ese extremo, en buena medida por el modo no intervencionista (en términos militares) que occidente está tomando en el asunto, pero esta historia ya me ha llevado la contraria una vez (yo no pensé que llegasen a invadir Ucrania), así que no os fiéis de mis predicciones (ni las de nadie en realidad).

Lo que sí está claro es que este conflicto ha cambiado de nuevo el panorama político global, como antes hiciese el 11-S, el surgimiento de la trágica Primavera Árabe y ahora esto. Un enemigo externo fuerte es uno de los motores más fuertes que hay de unidad, y bien podría ser el impulso necesario para un crecimiento y fortalecimiento de una UE que se creó precisamente para estas situaciones. La revitalización de la OTAN y la apertura de la misma cada vez más al este están cambiando los equilibrios geopolíticos y el hecho de que China se niegue a intervenir (tienen una muy fuerte política de defender la no intervención de países terceros en asuntos de otros, como Rusia acaba de hacer invadiendo Ucrania) continua aislando a una Rusia que bien puede entrar en una decadencia de enormes proporciones. Una decadencia que tendría consecuencias centrales en el ordenamiento de la ONU, pues Rusia es miembro permanente del Consejo de Seguridad con derecho a veto; y afectará el ordenamiento y la forma en que se produce el comercio mundial, reforzando la necesidad de cosas como la independencia energética con respecto al exterior.

Así que, como dice la antigua maldición china, “ojalá vivas tiempos interesantes”. Y, con una historia mundial que se acelera, un cambio tecnológico vertiginoso de consecuencias muy profundas, y una crisis tras otra (terrorismo a principios de siglo, dos crisis económicas, crisis democráticas tanto a favor como en contra de la misma, pandemia…) está claro que pocos tiempos en la historia de la humanidad han sido tan interesantes como estos. Y está claro que, de un modo u otro, nos hemos adentrado de lleno en una Segunda Guerra Fría, como si no se hubiesen aprendido las lecciones de la anterior.

Costán Sequeiros Bruna

Y tú, ¿qué opinas del conflicto entre Rusia y Ucrania?

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