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Reflexiones personales

Progreso, la idea en el centro del mundo

Imagen de la revolución francesa, momento clave para el desarrollo del concepto de progreso.
El progreso es una idea central del siglo XVIII y desde entonces, presente en todas las grandes revoluciones

Aunque parezca muy obvia hoy en día, la idea de progreso no nos ha acompañado demasiado tiempo en términos históricos. Al contrario, el concepto de progreso fue inventado a lo largo del siglo XVIII, cuando la Ilustración cambió el modo en que se entendía la vida y la sociedad. En la Edad Media, por ejemplo, se entendía el tiempo en términos estancos, estábamos atados a este valle de lágrimas hasta que finalmente llegase el Fin del Mundo. Los griegos lo entendía en términos de decadencia circular, desde la era de oro de los dioses, a la de plata de los héroes, a la de bronce en la que vivían ellos. Sin embargo, a partir de que el ser humano se ponga en el centro de las cosas en el Renacimiento, la idea de que las cosas pueden cambiar fue surgiendo y para la Ilustración, se colocó en el centro de muchas de las ideologías novedosas, desde la lucha liberal contra la opresión a la idea de derechos inalienables de las personas en jurisprudencia o la creación de la misma idea de la democracia moderna.

La idea de progreso se sostiene sobre dos pilares muy distintos y complementarios. El primero de ellos es la idea de progreso como avance que nos permite llegar a donde nunca antes habíamos llegado. Poner un hombre en la Luna fue un reflejo de esta visión del progreso, que permite que la humanidad vaya más allá de sus límites.

En este sentido, la clave del progreso es el avance tecnológico. La clave para llevar a una persona a donde ninguna ha llegado es precisamente desarrollar los inventos y tecnologías necesarios para que los límites que lo ataban cambien de sitio, se vayan más lejos. No se puede llegar a la Luna sin inventar el cohete espacial, los ordenadores, desarrollar la astrofísica, etc. Nuevos conocimientos e inventos se combinan a lo largo de los años para ir cambiando la sociedad en la que vivimos, permitiéndonos hacer cosas que antes hubieran sido imposibles. Cuando se inventó y empezó a difundirse el teléfono móvil, por ejemplo, era algo carísimo y limitado en sus funcionalidades, en aquellos tiempos difícilmente podrías explicarles a las personas cómo sería el mundo unas pocas décadas después con los smart phone, internet y que todo el mundo tenga uno o más dispositivos.

Neil Armstrong posa en la Luna, uno de los mayores hitos del progreso tecnológico.
Neil Armstrong en la Luna es uno de los mejores ejemplos de progreso tecnológico.

La tecnología se va desarrollando paso a paso, normalmente en centros específicos vinculados a las grandes empresas o al Estado. Internet, inventada originalmente por el ejército americano, es un perfecto ejemplo de cómo el verdadero potencial de las cosas no se descubre hasta que los inventos se difunden en la sociedad y todo el pensamiento colectivo de la misma comienza a trabajar en encontrarle nuevas funcionalidades a ese invento. Y, por el camino, se transforma, pudiendo hacer nuevas cosas que habilitan nuevos inventos, que a su vez permitirán nuevas funcionalidades que abrirán nuevos inventos… y así, en bucle, camino del progreso que, paso a paso, nos va llevando más allá de nuestros límites. Ya lo dijo Armstrong al pisar la Luna, “un pequeño paso para un hombre, un gran paso para la Humanidad”; así es como funciona el progreso tecnológico, a base de pequeños pasos que cambian las posibilidades que tiene la humanidad a su alcance.

Si el pilar del progreso tecnológico es la idea de ir más allá que nunca, el otro pilar de la idea de progreso es el progreso social, centrado en el concepto de ir mejor que nunca. Por supuesto, mejor se puede definir de muchas maneras, según las ideas de cada persona, y precisamente esa es la clave fundamental. Cuando los pensadores del siglo XVIII hablaban de una democracia censitaria, donde solo los hombres ricos pudiesen votar, estaban avanzando el pensamiento social y haciendo que el mundo funcionase mejor que nunca… aunque hoy en día lo veamos como un enfoque limitado e inadecuado de la idea de democracia, que por definición debería incluir a todos los ciudadanos y, por tanto, a todos los niveles de renta, a todos los géneros y razas.

El progreso en términos de mejor vida, es un progreso social que se construye sobre la lucha en torno a los valores que rigen cada sociedad. Esto condiciona el avance tecnológico, porque precisamente esos centros sociales son los motores del mismo cuando se difunden los inventos a lo largo de la población: de este modo, si la sociedad cree en los valores ecológicos, invertirá en investigación y desarrollo que busque mejorar el estado del planeta. Los valores guían toda acción social al fin y al cabo, y la invención es una de ellas. Magallanes solo pudo dar la vuelta al mundo porque había cierto nivel tecnológico en la industria naval que lo habilitaba, pero sobretodo porque existía la idea en los círculos adecuados de que era posible dar la vuelta al mundo.

Un colectivo ayudándose entre unos a otros para llegar más alto en una tabla de barras.
El progreso social implica el mayor desarrollo para la mayor cantidad de personas posible.

El centro del progreso social es una lucha de valores concreta y extremadamente importante: la lucha en torno a las desigualdades sociales. La idea de la democracia que permitiría un mundo mejor para la gente se enfrenta frontalemente a la desigualdad de clases, configurada en aquellos tiempos en torno a la nobleza de ciertas familias. Esto surge, de nuevo, a partir del siglo XVIII con fuerza con la idea central del utilitarismo, que dice que el bien mayor, el objetivo social a alcanzar, es “la mayor felicidad para el mayor número de personas”. Pese a que es una idea que plantea muchos problemas filosóficos, el núcleo de la misma es algo suficientemente claro como para haberse convertido en el centro de la narrativa en torno al progreso social, el conseguir un mundo mejor.

Pero claro, una de las luchas centrales es qué consideramos personas. ¿Incluimos solo a los hombres ricos? ¿También a las mujeres? ¿A las minorías étnicas? ¿A otras minorías? A medida que vamos dándole vueltas al concepto de “persona”, la idea de progreso entra en una espiral que amplía cada vez su espacio, porque cada vez se van detectando nuevas y diferentes desigualdades contra las que combatir. Si la nobleza de sangre ha dejado de marcar las grandes diferencias en términos de igualdad de una sociedad, ¿por qué no vivimos en una sociedad justa? Porque la gente sigue sin ser tratada de modo igualitario, sigue sin tener el mismo número y tipo de oportunidades, etc. por cuestiones que son de nacimiento y como lidiamos con ellas.

En nuestras sociedades actuales, la mayor desigualdad que existe (la desigualdad que domina tras las revoluciones liberales del siglo XVIII) es la desigualdad de clase, o de riqueza. Vivimos en un sistema capitalista, quien más riqueza tiene, puede conseguir cosas que quienes no la tienen no puede. Y esta riqueza, como la sangre azul de la nobleza, se hereda de una generación a la siguiente. Que no te engañen con la idea de ascensor social, lo cierto es que este lleva tiempo averiado y hace mucho que no sube a la gente de clase social. La desigualdad en términos económicos no solo implica tener más dinero, implica mejor educación que conlleva mejores oportunidades laborales para hacer dinero; implica mejor salud, que permite de nuevo una mejor vida y mejores oportunidades económicas; implica una aprobación social que da autoestima y confianza, lo cual genera status. Y así con todas las cosas que se os ocurran.

La desigualdad económica, hoy en día, es el centro de todas las desigualdades en la sociedad. ¿El racismo? Sin duda hay factores ideológicos y culturales, pero principalmente lo que existe es una segregación económica en el acceso a ciertas partes del sector productivo, que garantizan que la gente de las minorías étnicas esté en una posición sumisa frente a los colectivos dominantes, más ricos. ¿La desigualdad de género? Más allá de los discursos trasnochados de los conservadores, en el centro de la misma existe una disparidad de acceso al mercado laboral, de sueldos, de expectativas, de trabajos que puede hacer o no cierto género, etc. que garantizan un acceso desigual a la riqueza.

Con todo esto no quiero decir que toda desigualdad se reduzca a la desigualdad económica, porque no es así. Hay factores ideológicos y culturales a mayores que no son económicos y no por ello son menos reales. Pero sí que, en un mundo capitalista, toda otra desigualdad lleva asociada la desigualdad económica. Y, a menudo, cuando un individuo sale de su “espacio económico asignado” (por ejemplo, Michael Jordan haciéndose rico pese al color de su piel) puede ganarse el respeto y admiración de mucha gente que empezará a pensar que él es la excepción que confirma que el sistema funciona y que el racismo no es real.

La idea de progreso social, de construir una sociedad más justa, se basa precisamente en la lucha por una mayor igualdad. Muchos de los derechos más importantes, aunque más débiles en términos legales, van en línea con garantizar una mejor vida, más igualitaria, al mayor número de personas: el derecho a la vivienda, a la educación o la sanidad, etc. Estos buscan sentar una base de mínimos, que garantice una vida de calidad a la mayor cantidad de gente posible, siguiendo la antigua máxima utilitarista.

Imagen de dos barrios separados por un abismo, un barrio rico y otro pobre, como muestra de la desigualdad económica que impide el progreso real.
El progreso social implica una lucha central contra la desigualdad económica y las barreras sociales que la defienden y perpetúan.

Esto implica que hay sectores de la sociedad muy volcados en hacerla progresar a base de luchar contra las desigualdades e injusticias sociales, al mismo tiempo que hay otros muy interesados en defender y mantener esas desigualdades. Cuando la extrema derecha ataca a los inmigrantes, por ejemplo, no sólo es una posición racista, sino que busca debilitar la posibilidad de esas personas para acceder a la sanidad, a la educación o al trabajo digno (“que vienen a robarnos” de una forma u otra) y, con ello, cerrarles las puertas a una integración que les garantice una vida adecuadamente feliz. A cambio, con eso se preserva la posición de hegemonía de las otras clases que si tienen acceso a esas cosas, garantizando así que la riqueza se mantiene repartida de modo desigual: si un inmigrante no puede acceder a un trabajo digno, por ejemplo, tendrá que seguir de temporero en una granja en condiciones de explotación salvajes, garantizando con ello un mayor beneficio económico para el dueño de las tierras.

El progreso real, por tanto, se da cuando estos dos pilares coinciden. Es entonces cuando se nos permite llegar más lejos que nunca, y hacer que la gente viva mejor (¡incluyendo de paso a más colectivos dentro de lo que definimos como gente!). Después de la Segunda Guerra Mundial, por ejemplo, Estados Unidos vivió un proceso de progreso acelerado aupado por unos avances tecnológicos que eran la envidia del mundo al mismo tiempo que unos avances sociales que garantizaban la subida del nivel de vida de una buena parte de la sociedad y abrieron las puertas a reivindicaciones como el movimiento por la igualdad de derechos civiles (contra el racismo), el feminismo, el pacifismo, etc.

En cambio, otros periodos como los años 80-90 en esa misma región, pueden tener un gran progreso en términos tecnológicos pero, si no va acompañado de progreso social, lo que eso genera es un crecimiento de la desigualdad. Y no nos llevemos a engaño, la desigualdad ha crecido más que la igualdad desde el establecimiento del neoliberalismo económico como la teoría dominante, dejando de lado el keynesianismo previo. El mundo, actualmente, camina hacia una mayor igualdad en términos de valores, acompañada de una mayor desigualdad en términos materiales, porque los ricos son cada vez más ricos y los pobres más pobres. La desigualdad económica crece, llevando al aumento de la polarización, la debilidad del Estado de Bienestar, y el crecimiento de los conflictos sociales.

En nuestra mano está luchar por una mayor igualdad y restaurar, con ello, la idea de progreso al lugar que le corresponde. Más allá de los inventos nuevos y las nuevas máquinas, que son importantes, para incluir nuevas formas de vivir en comunidad que sean más justas e igualitarias para todos los seres humanos.

Costán Sequeiros Bruna

Y tú, ¿qué opinas de la idea de progreso y su plasmación en el presente?

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