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Soberanía y Globalización: Escocia y Más Allá

Cuando en 1648 las potencias europeas se sentaron a negociar la Paz de Westphalia, lo que realmente estaban haciendo (aunque probablemente en ese momento no se diesen cuenta) era sentar las bases para las relaciones internacionales que vendrían a partir de entonces. Y, el más importante de esos pilares era la soberanía: la revolucionaria noción de que los asuntos internos de un Estado eran competencias exclusivas suyas, y que los demás no deberían intervenir en cómo se manejaban. Las relaciones internacionales han avanzado mucho desde entonces, ha aparecido un campo propio de las mismas, y sin embargo (pese a las muchas veces que ese principio ha sido violado) la idea de la soberanía estatal exclusiva sigue siendo el pilar del orden internacional.

Sin embargo, la globalización necesariamente ha ido cambiando eso. En contra de lo que se dice, este no es un proceso nuevo sino que tiene muchos siglos de desarrollo; sin embargo, jamás se había desarrollado a tanta velocidad como la que ha adquirido a partir de la caída de la Unión Soviética y el surgimiento de internet. Cada vez más, los países están más vinculados, las economías se han vuelto interdependientes y las culturas se polinizan las unas a las otras. Cada vez más, la aldea mundial se hace más pequeña. Dice el dicho que “cuando veas las barbas de tu vecino cortar, pon las tuyas a remojo”, y en un mundo globalizado eso es cada vez más cierto porque a través del efecto mariposa y las redes de conexión de personas, empresas, gobiernos, etc. lo que ocurre en un lado del mundo afecta a todos los demás.

Esto ha abierto el debate sobre la soberanía y lo ha puesto sobre la mesa. ¿Cuándo es legítimo y adecuado violar la soberanía estatal para proseguir un bien mayor? ¿Es mejor respetarla o intervenir en un país para evitar un problema? ¿Quien decide cual es un problema válido y cual no? ¿Cuan grave debe ser una violación de los derechos humanos para merecer una intervención estatal? ¿Y cómo realizar esta intervención?

Es un debate que está muy presente en las relaciones internacionales actualmente. Ahí tenemos la intervención de la comunidad internacional en la guerra civil de Libia, pero la incapacidad para intervenir en la de Siria; las sanciones económicas a Rusia por el conflicto de Ucrania, el despliegue/apoyo de tropas en la lucha contra Boko Haram, pero también una infinidad de conflictos olvidados o ignorados, como el golpe de estado militar en Tailandia. ¿Cuando y cómo intervenir? Y, también, ¿cual es el precio por no hacerlo?

Pero lo que ocurre en un lado del mundo, impacta mucho más allá. La vergüenza ante el silencio de la comunidad internacional ante la masacre de Ruanda llevó a que muchos altos cargos, incluido el Presidente norteamericano, pidiesen disculpas a posteriori; poco consuelo para los muertos y los desplazados de una tragedia de esa magnitud.

La injerencia externa, sin embargo, no sólo puede motivarse por tragedias claras, sino que las redes de enlaces van mucho más allá. La votación de Escocia sobre su independencia de ayer resuena en el movimiento independentista catalán, en el de la Liga Norte italiana, en los conflictivos terrenos de Bélgica y Holanda, en las partes independentistas canadienses… ¿Debemos tener los demás derecho a votar la independencia como lo han hecho los escoceses? Desde luego, ahí está el controvertido principio de autodeterminación de los pueblos… pero, incluso más allá, ¿deberíamos tener derecho nosotros a votar en Escocia? Al fin y al cabo, si lo que allí ocurre nos va a afectar directamente, ¿no tenemos voz ni voto?

Esto es muy visible, por ejemplo, durante las elecciones presidenciales americanas. El mundo entero está pendiente del proceso que va a elegir al hombre más poderoso del planeta, el que tiene la capacidad para intervenir y actuar globalmente en economía, política, militarmente… en todas partes. Y, sin embargo, sólo una parte pequeña del planeta (los estadounidenses) tienen el derecho a elegir quien es el hegemón del mundo.

En el caso de la Unión Europea y sus países miembro, el debate es aún más acuciante. Al fin y al cabo, el proceso entero de construcción de la Unión se basa en la renuncia paso a paso de la soberanía estatal, a cambio de construir una nueva soberanía conjunta. No es un modelo federal, realmente, pero si tiene algo similar con él. Pero el referendum de Escocia pone en la mesa muchas cuestiones sobre ese modelo: ¿qué pasa si un Estado se parte en dos? ¿Qué ocurre con sus miembros entonces si uno pide reingresar pero el otro quiere vetarlo? La Unión ha respondido hasta ahora que la respuesta es que, ante esa situación, el nuevo país se quedaría fuera… ¿pero va a bastar esa respuesta ante el ascenso de populismos, nacionalismos y regionalismos?

Parece que, en esta ocasión, la Unión ha esquivado la bala del debate, al ser el resultado de la elección negativo… pero ahora, las preguntas quedan sobre la mesa y la agenda avanza, con la situación catalana camino de su choque de trenes particular. Pero no es la única que va a encontrarse en esta situación, y la cadena de eventos iniciada por la elección en Escocia está lejos de ver su final simplemente porque en este momento la votación haya sido final. Cameron va a tener que ceder autonomía a Escocia, lo cual se refleja en el debate sobre la autonomía catalana y el federalismo, y en la fuerza de la Liga Norte o los separatistas de los Países Bajos.

La carrera es larga y de fondo, y la razón sigue sin ser abordada a fondo: ¿cuándo comenzaremos a construir mecanismos transparentes que nos permitan romper con las barreras que supone la soberanía estatal? Lo siento a los patriotas y nacionalistas acérrimos, pero por mucho que les pese, el modelo de Estado iniciado en el siglo XVI está cada vez más obsoleto y va siendo hora de construir nuevos modelos, más eficaces, más democráticos y más controlados por la ciudadanía.

Costán Sequeiros Bruna

Y tú, ¿qué opinas de todo esto?

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