En principio, esto puede parecer una falacia lógica, y hasta cierto punto lo es. Al fin y al cabo, cuando cualquiera de los elementos que forman un grupo se vuelve más fuerte, el poder del conjunto crece como tal. Lo hemos visto al ver cómo la mejora económica alemana ha abierto la posibilidad de que ellos importen productos del resto de la Unión, o que su dinero pueda cubrir deudas y problemas por todo el continente… y, sin embargo, esto último es buen ejemplo de cómo tampoco es tanta falacia como parece.
La clave del asunto radica en la palabra central: conjunto. Ya hemos visto como, ante la amenaza de la invasión británica, las trece colonias americanas se unieron y dieron pie al conjunto que hoy en día llamamos Estados Unidos. Sin embargo, eso no se produce en el caso europeo, donde el “enemigo” que une a los países del continente no es un enemigo exterior sino uno interior: el espectro de la terrible destrucción mutua desencadenada durante la Segunda Guerra Mundial. Y, a medida que el tiempo pasa desde esa guerra, ese fantasma languidece y se debilita, porque cada vez menos gente queda que haya vivido aquellos terribles años.