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Reflexiones personales

World War $

A menudo, se escucha el argumento de que, cada vez más, la política importa poco; así, el argumento continúa, en lugar del peso de esta, cada vez más la que manda es la economía. Los centros de decisión políticos se inclinan ante las bolsas, ante las primas de riesgo y las agencias de rating, que cada vez más dominan el mundo, desdemocratizándolo en el camino. Y todo con el simple objetivo de aumentar sus ganancias privadas y enviarlas a paraísos fiscales por todo el mundo.

Aunque hay mucho de cierto en el argumento que acabo de resumir, lo que no es cierto es el modo en que este mecanismo funciona o, lo que es similar, el por qué.

Por tanto, cambiemos un poco el prisma. Vamos a jugar al juego de “dónde se deciden las cosas”. La respuesta tradicional desde el siglo XVI en adelante es que la decisión se toma en el seno del Estado (monárquico o democrático), y que es el poder político el que decide cómo y cuando actuar. Si observamos el hoy en día, lo que encontramos es que, en efecto, el poder político sigue siendo el que decide, el que hace las leyes, el que aprueba medidas. Sin embargo, si comparamos las medidas que se toman con su efectividad, lo que vemos es que existe un abismo: las medidas de reforma del mercado laboral, por ejemplo, siguen sin reducir el paro, ni las medidas económicas están paliando la crisis. Se deciden cosas, pero estas son incapaces de detener o modificar la voracidad de los mercados financiero, del poder económico desatado que ha iniciado esta crisis. Así que, si se decide, pero importa poco.

¿Por qué existe esta brecha? Es hora de mencionar a la manida globalización. Esta es, en resumidas cuentas, el proceso por el cual todos los ámbitos de una sociedad (economía, política, cultura, etc.) se mundializan, y surge en gran medida como respuesta a la aparición de riesgos globales (ecológicos, pero también políticos, tecnológicos o demográficos). Todos estos riesgos aparejan con ellos nuevas fuentes de poder, nuevos centros de decisión, nuevas oportunidades. Sin embargo, para poder aprovechar todo esto, hay que actuar de modo global.

Las empresas han sido las primeras en ver esto con claridad: producir bienes se ha convertido en una larga cadena de piezas fabricadas en distintos sitios, con campañas publicitarias diseñadas en otros, y con sedes y cuentas bancarias vinculadas a otros. Operan, compiten, luchan y crecen globalmente, aprovechando las opciones y oportunidades que mejor les convienen independientemente de dónde se encuentren.

Así, aunque sus decisiones a menudo son menos importantes que las tomadas por los centros políticos, son mucho más eficaces. Y, con ello, el mundo empresarial y financiero va desarmando al político y cultural.

La respuesta, para poder rearmar a la política y la sociedad frente a la economía, requiere que estas se globalicen. Sin embargo, si echamos un vistazo a las instituciones de gobernanza globales de corte político (la ONU, la Unión Europea, etc.) lo que vemos es que siguen sin funcionar. Esto se debe a que todas ellas siguen basándose en el pacto Westphaliano que consagró la soberanía estatal como la mayor de las virtudes. Al hacerlo, al ser cada país el centro de decisión, todos ellos se quedan pequeños para actuar globalmente, y se obstaculizan unos a otros buscando defender sus propios intereses… lo cual, por cierto, beneficia enormemente al mundo económico.

Es por todo ello, que en la actualidad se está viviendo un conflicto sin igual entre las esferas económica y política, para determinar a cual pertenecerá la élite dominante del mañana. Y mientras los países sigan pensando y actuando de modo local, centrados en sus propios intereses, las empresas y las bolsas seguirán jugando con ellos como quieran, acrecentando su poder e influencia frente a una sociedad política incapaz de defenderse contra ella.

Costán Sequeiros Bruna

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