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Reflexiones personales

Pensando sobre Europa

Robert Cooper, en su “The Breaking of Nations”, expone cómo el progreso de una sociedad desde su estado premoderno, al moderno o incluso el postmoderno depene de dos cuestiones: paz y seguridad por un lado, y oportunidades y desarrollo por el otro. En Europa, la paz y la seguridad las ofreció, tras la Segund Guerra Mundial, los Estados Unidos a través de la OTAN; por su parte, las posibilidades de desarrollo pacífico vinieron de la mano del Plan Marshall por un lado, pero también (y más importante en el largo plazo) a través de la Comunidad Europea en diferentes proyectos y programas (la CEE, la PAC, la ayuda al desarrollo regional en sus diversas formas,…) hasta combinarlos con el desarrollo del mercado único y del Euro.

Así, hard power y soft power se dieron la mano para sacar a Francia y Alemania de su antigua enemistad y unirlos, del mismo modo que permitieron que los nacientes proyectos democráticos del Sur (España, Grecia y Portugal) y del Este (Polonia, Estonia,…) se solidificaran en el interior de un marco que los dotase de solidez estabilidad.

Con el discurrir del tiempo, sin embargo, la capacidad y voluntad de los EEUU para jugar este papel de garantes de la paz mundial ha ido menguando. Primero por el final de la Guerra Fría, que permite no considerar cada conflicto del mundo como un punto geoestratégico clave; segundo, y más importante, porque sin Guerra Fría es más complicado justificar la necesidad de dicha intervención, especialmente si la van a cargar por completo o en su mayor parte sobre sus propios hombros.

He aquí que debería entrar la política exterior europea. Los Eurocuerpos y las Fuerzas de Intervención Rápida deberían poder jugar un papel de intervención global. No lo hacen. Y se esperaba que la diplomacia exterior europea (a poder ser unida y común) usase con eficacia su amplio soft power. Pero tampoco lo logra.

El conflicto de la ex-Yugoslavia, que trajo una cruenta guerra al jardín trasero de Europa, es prueba de ello. No sólo la diplomacia europea fue incapaz de solucionar el conflicto, sino que incluso fue incapaz de actuar decididamente en uno u otro sentido. Debió ser la intervención militar, por supuesto americana, la que comenzase a estabilizar la situación, con un apoyo marginal europeo.

No puede haber poderes herbívoros por completo, como a menudo se ha llamado a los Estados postmodernos de Cooper. La UE debe comenzar a articular una política exterior común (ya que única no va a ser) sólida, dispuesta a usar su soft power de modo coherente y potenciar un hard power efectivo (como Lamo de Espinosa recomienda en su libro “Europa Después de Europa”) que le permitan volver a jugar un papel global y entrar en consideración en los asuntos de importancia.

Pero no lo hace; ni, tal como están las cosas, puede hacerlo.

Por útil, eficaz, eficiente, etc. que pudiese ser un ejército europeo, los Estados se amarran ciegamente a los suyos. Y, a menudo, cuando colaboran lo hacen al margen de la UE para no darle más poder (como el reciente caso de Gran Bretaña y Francia). Los Estados se olvidan de que su postmodernidad se basa en la colaboración y en la soberanía compartida, y se agarran a fragmentos de antiguas glorias ya pasadas, y percepciones trasnochadas de su influencia en el mundo. Y sí reproducen los modelos modernos de poder, se atan a un mundo donde la Unión Europea no tiene cabida.

No abogo aquí por un federalismo que se ha quedado tan anticuado como el anti-federalismo (llamado, a menudo, euroscepticismo). No. Hay formas y modelos nuevos, listos para ponerse a prueba en el siglo XXI y que responden al mundo contemporáneo y no al de hace un siglo o más. Pero ya no estamos en el siglo XVII firmando una Paz de Westphalia que crea un sistema de Estados, y tampoco es el siglo XVIII cuando se firmó la Constitución Americana.

“We, the people…” ahora es diferente, ni mejor ni peor, distinto. Y la nueva gente requiere de unas nuevas Instituciones que funcionen con efectividad en un mundo que requiere cada vez más de agentes capaces de aumentar la gobernabilidad mundial (para la cual la UE tiene un gran papel si algún día decide aceptar su responsabilidad como modelo de gobernanza).

Un Consejo Europeo que deje de luchar por migajas de soberanía; una Comisión centrada en los intereses de Europa y con capacidad de negociar “de tú a tú” con los demás agentes sin temor; un Parlamento que defienda realmente los intereses de los europeos. El antiguo equilibrio, en suma, reequilibrado para un nuevo siglo.

Sin embargo, mientras valga más “mi pequeña ganancia” que la “ganancia mayor de todos”, y “mi casa” que “nuestra casa” Europa seguirá siendo relegada (y cada vez más) a los márgenes de la Historia.

El antiguo principio liberal dice que “a cada uno según su aptitud, medida en base al grado de éxito tenido en una sociedad libre que le ofrece iguales posibilidades a todos”. “A cada uno según su aptitud” debería actualizarse para Europa, refiriéndose a cada uno en base a su capacidad y pertinencia para manejar un problema. Si Francia y Alemania no van a ir a la guerra con España o Gran Bretaña, o cualquier otro miembro, ¿para qué ejércitos locales centrados en necesidades anticuadas? Por el contrario, uno único que atienda de modo adecuado a las necesidades de todos. Y si las culturas son locales, ¿por qué llevarlas al seno europeo cuando son cosas específicas de cada Estado? El principio de subsidiariedad no significa, según a menudo parece, “intentemos hacer todo lo posible desde los Estados”, sino también que lo que se puede hacer mejor desde Europa que desde los Estados debe hacerlo la UE. Es un principio importante, y uno con el que debemos ser consecuentes hasta el final.

Tenemos por delante penosas modificaciones a un mundo que ya no es Atlántico sino Pacífico (como la reciente gira de Obama muestra claramente), modificaciones que van a doler y requerirán un sacrificio de todos, independientemente del país. Y si no las hacemos nos convertiremos cada vez más en un cero a la izquierda. Recuerdos, historia, folclore,…. pasado.

Hemos de fortalecer el Paralamento y la Comisión lograr una Constitución sólida, dar más recursos (ya muy escasos) a las Instituciones Europeas, introducir un control centralizado de la fiscalidad, controlar al mercado financiero,… Muchas cosas (y más que vendrán) para las que se nos va acabando el tiempo.

Pero los Estados no cederán poder, no lo entregarán a la UE, si el pueblo no lo reclama. Nadie renuncia a su poder si no es necesario, al fin y al cabo. Y como dijo Edgar Morin en su “Pensar Europa”: gran parte del sentimiento europeo dependió del enemigo (comunista) exterior y la historia de las masacres internas (Segunda Guerra Mundial en especial). Las nuevas generaciones ya no tienen esas Espadas de Damocles, y deberán obtener otras motivaciones, y rápido. Con Europa puede haber futuro, sin ella sólo nos quedan muchos pasados.

La ampliación al Este debe servirnos de faro. Los países del Este miraban a Europa con esperanza y expectación. ¿En qué momento perdimos las nuestras? Allí, Europa es sinónimo de paz y progreso. ¿Cuándo olvidamos eso aquí? Cuando se amplió, Europa estuvo dispuesta a hacer un sacrificio por otros. ¿Dónde quedó esa capacidad?

Con todo ello, nos importó más lo que nos unía, lo que significaba, lo que queríamos ser, los valores,… que lo que nos separaba, los costes y beneficios. Europa es, desde siempre, una idea, y las ideas y valores siempre son más que cosas cuantificables y notas contables. Los problemas y lo que nos hace rendir por debajo es que hemos perdido la idea, se aleja y la dejamos marchar. ¿Cuánto sacrificaremos en nuestra ceguera?

Monnet, Adenauer, Spinelli, Delors,… ellos tenían la idea, y la voluntad y el liderazgo para llevarla adelante. Quizás, como dice la anécdota de Alexandre Marc , “hemos llegado tarde… demasiado tarde”. O quizás todavía dancemos en el filo de la navaja. Quizás aún quede sitio para el sacrificio y la esperanza.

Sólo el tiempo lo dirá, y bien pronto además.

Costán Sequeiros Bruna

Estos son los comentarios del antiguo blog:

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