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Reflexiones personales

¿Tiene Sentido la Independencia en el Siglo XXI?

Dentro de un año exactamente, Escocia se enfrentará al referendum para decidir si quiere permanecer o no dentro del Reino Unido. La Diada acaba de fortalecer ese debate en España. Y en otras partes de Europa, discursos similares se reproducen con menor fuerza, desde la Liga Norte italiana a los diversos grupos independentistas de Bélgica.

La cuestión de la independencia es una cuestión especialmente peliagura, porque es una cuestión eminentemente emotiva: sentimientos de pertenencia, de agravio histórico, de inferioridad o superioridad, etc. A menudo, sobre la independencia no habla el cerebro, sino el corazón, y contra eso es difícil argumentar.

Pero, alejemos la cámara y olvidémonos de cada uno de los procesos concretos en los que estamos inmersos, y miremos el mundo en su conjunto. Desde siempre, el proceso de la globalización se ha notado, desde Alejandro Magno o Roma, al Imperio Español o Británico. Sin embargo, a partir de la caída de la Unión Soviética en 1989 y el auge de los nuevos medios de comunicación con Internet a la cabeza, el proceso se ha acelerado inmensamente. Escuchar música africana, mientras revisas un portal de noticias brasileño y comes pasta italiana ya no es nada raro. Ah, y probablemente, el plato y los cubiertos hayan sido hechos en China.

La globalización pone sobre la mesa una serie de virtudes, pero también una serie de problemas: la globalización y fragmentación de la economía, los problemas climáticos, los paraísos fiscales,… Un enorme conjunto de problemas globales que, cada vez, se hacen más numerosos e ingobernables. ¿Por qué? Porque la única forma de solucionar un problema global es con medidas globales, y no hay nadie con el poder para tomarlas: la ONU es ninguneada a menudo, el G-20 tiene una capacidad muy limitada para actuar, y las grandes potencias siguen siendo sólo países grandes a la hora de tratar problemas globales. Y si no ponemos solución a estos problemas globales, se van a ir agravando.

Aquí es cuando regresamos al nacionalismo y al independentismo. El independentismo lo que logra es fraccionar el poder y localizarlo, hacerlo menos global y con menos capacidad de actuación en el gran marco. A cambio, ofrece mayor control del pueblo correspondiente sobre su destino. El problema, es que ese destino sólo va a reconocer que no puede llegar a ninguna solución, porque los riesgos que debe manejar son demasiado grandes para él. Conclusión, es una medida ineficiente para controlar los problemas de la gente.

La solución debe venir por otro camino. Cada una de esas identidades ofendidas y atacadas por sus gobiernos nacionales debe conseguir ser reconocidas e insertadas de maneras eficaces para ellas y para su Estado. Con eso se evita la fragmentación. Pero el Estado debe aprender la lección: a él también le toca aprender a articularse en algo más global y superior. Como los engranajes de una máquina, la política debe globalizarse para poder manejar los problemas globales, dejando los problemas locales a las políticas locales. Hay que glocalizar la política. El modelo federal puede ser una solución para esto, como puede haber otras. Pero, lo que está claro es que este camino hay que recorrerlo, o el mundo seguirá girando fuera de control.

Costán Sequeiros Bruna

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