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Reflexiones personales

Unanimidad, o el Lobo Disfrazado de Cordero

En principio, siempre que se habla de la decisión por unanimidad, a todos nos parece perfecta. Al fin y al cabo, ¿qué mejor modo de proceder puede haber que el que exige que todo el mundo esté de acuerdo? ¿Qué mejor forma de conseguir generar consensos y de asegurarse de que todo se debate hasta el final en busca de la mejor salida?

Al menos, eso es lo que aparenta. En realidad, sin embargo, el método de decisión por unanimidad es más un problema que una solución y un modo eficaz y efectivo de toma de decisiones.

La primera y principal razón es que da a todas las partes el derecho efectivo a veto a cualquier acción. Con lo cual, obviamente, a poco que se formule en contra de lo que interesa a alguna de ellas, rápidamente esta vetará la medida en su conjunto. Esto además implica que todos tienen la capacidad de extorsionar a todos los demás, negándose a votar a favor a menos que consigan ciertos beneficios específicos para sí mismos.

Pero incluso cuando no hay una intención tan maquiavélica detrás, el voto por unanimidad resulta enormemente lento. A mínimo que alguien no esté de acuerdo ya hay que volver a discutir, a reformular, y a replantear el conjunto de la medida, buscando una nueva forma en que todos estén de acuerdo; y a esta segunda forma le puede surgir otro en desacuerdo, y así una vez tras otra, en un proceso de continua retroalimentación de lentitud.

Finalmente, la unanimidad destruye la diferencia y fuerza a la creación de un todo homogéneo, porque si alguien habla en contra de una decisión la paraliza. Las continuas discusiones y debates sirven para generar esta opinión única, que entonces es impuesta por el “peso de todos”. Un sistema clásico de los totalitarismos, que se perpetua así incluso dentro de las democracias.

A cambio, ¿las decisiones tomadas son mejores? No necesariamente. Primero, porque a menudo el mínimo común denominador de todos no es la mejor opción para el conjunto, que podría beneficiarse de que una pequeña parte del mismo se sacrificase para ganancia de todos. Además, la lentitud del proceso puede hacer que llegue tarde a las situaciones que debería resolver, o que cuando llegue estas hayan cambiado ya y las decisiones tomadas resulten inadecuadas.

Y, sino son mejores, ¿son más legítimas? En principio, el estar todos a favor diría que si. Sin embargo, la legitimidad surge de que todos acepten las medidas y el modo en que estas son tomadas, de modo que si todo el mundo aceptase un mecanismo diferente y sus resultados, la realidad es que resultaría igual de legítimo.

Así pues, la corriente actual en todo tipo de organizaciones y movimientos es a ir reduciendo los ámbitos en los que se decide por unanimidad, y sustituyéndolos en cambio por mayorías cualificadas amplias. Estas aseguran que la amplia mayoría de los participantes están de acuerdo con lo que se decide, negándoles a cualquiera de ellos la capacidad de veto. Y al exigir mayorías tan numerosas, requieren igualmente un alto grado de debate y compromiso entre las partes, consiguiendo de modo efectivo que todo funcione básicamente bien.

Costán Sequeiros Bruna

Y tú, ¿qué opinas?

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