He de reconocer que este post tendría que haberlo escrito ya hace días, pero lo cierto es que no se muy bien cómo enfocar este asunto. Las posiciones están tan enfrentadas y tan politizadas que es muy difícil obtener un análisis coherente de lo que hacen los distintos actores, porque incluso los medios de comunicación tienen claras directrices y posiciones editoriales al respecto. El resultado es el caos del choque dentro de la sociedad civil, empujada a una polarización forzosa por quienes en teoría deberían buscar una solución a los problemas comunes.
Empecemos por el principio. Sobre la historia de la independencia catalana ya escribí dos posts en 2014 y ya entonces se veía claramente el inevitable choque de trenes que se aproximaba. Y así ha sido. Desde hace tres años que escribí aquello, la situación se ha ido tensando cada vez más, sin que ninguno de los poderes que deberían mediar se esforzase lo más mínimo por entender a la otra posición y buscar un acuerdo que evitase la crisis. A los gritos de un lado de “¡independencia!” el otro bando respondió únicamente con “¡tribunales!”. Y así, obviamente, no hay forma de que se entiendan, porque uno no quiere dar un paso atrás y el otro no quiere debatir, solo forzar la mano de su rival con el peso de la ley.
Pero echemos un vistazo desde un paso más atrás. La sociedad civil catalana ha sido en buena medida la impulsora del crecimiento del independentismo, defendiendo sus postulados e ideas en las calles con manifestaciones, debates, etc. Sobre esa ola, Mas primero y después Puigdemont han construido un discurso de avanzar hacia la independencia sin que importasen las trabas y barreras que surgiesen. En respuesta, el otro bando ha construido el discurso opuesto: no vamos a debatir porque todo eso es ilegal, inconstitucional y siquiera pensarlo es poco menos que anatema. Esto cae en espiral sobre la sociedad civil catalana en general (no solo la independentista) que se encuentra con que aunque se supone que vivimos en democracia, el gobierno parece no tener ningún interés en escucharla. Así que se polariza aún más ante el rechazo y más gente pasa a entender que la independencia, o como mínimo el derecho a decidir, es algo que merecen y debe ser obtenido, y que no puede ser bloqueado por los tribunales. Es justo, al fin y al cabo, somos una democracia. En frente, durante todo este tiempo, la sociedad civil del resto de España no ha sabido tampoco dar una razón y una réplica a Cataluña para animarla a permanecer con la demás, sino que observaba impasible enfrascada en sus propios asuntos.
Y así llegamos al momento en que se sacan las urnas a la calle, Cataluña se llena de policía y surgen altercados y heridos por doquier. Y más allá, con un referendum de dudosa validez y una participación ciertamente escasa Puigdemont procede a declarar la independencia más breve de la historia, al quedar instantáneamente “en espera”. Ahora se habla de nuevos debates, de activar el 155, de forzar al gobierno de Cataluña a unas elecciones plebiscitarias… en resumen, más pelea y menos debate, más opresión y menos diálogo, lo cual inevitablemente va a aumentar la confrontación.
Eso si, hay que reconocer que la sociedad civil pro-unión ha despertado finalmente y cada vez se ven más banderas españolas en balcones y calles. Algo que antes hubiera sido tachado rápidamente de facha, como es nuestra bandera, ahora finalmente ha sido redefinida como lo que tiene que ser, un símbolo de unión de todos los españoles independientemente de su ideología. Un flaco favor, eso si, ya que aunque se hayan llenado un poco más los corazones de amor patrio, la situación en Cataluña lejos está de desatascarse.
Sin embargo, si nos centramos en la historia desde fuera de la misma, la única conclusión posible es que es una historia en la que todo el mundo está equivocado. Equivocado, pero muy apasionado, también sea dicho, lo cual genera unas emociones muy fuertes que son fáciles de capitalizar por los partidos políticos en busca de control del poder.
¿Por qué están equivocados los independentistas? Primero, por las formas. Esperar que, visto lo visto, no se entrase a sangre y fuego en Cataluña para mantener el orden constitucional no era ingenuo, era vivir en la negación de la realidad. Pero, más importante que eso, que al fin y al cabo solo es estrategia, es el hecho de que es un ideal estúpido. Vivimos en un mundo cada vez más globalizado, donde la interdependencia a nivel planetario continua creciendo y queda menos sitio para los países y potencias pequeños. El Brexit es un buen ejemplo de cómo un país decide suicidar su capital político y económico, y una eventual independencia de Cataluña sería lo mismo. El sino de estos tiempos no es ir hacia una balcanización, por mucho que las voces populistas clamen contra lo global, sino ir hacia una creciente convergencia global. Los que apuesten por el camino contrario van a verse cada vez más alejados de los centros de decisión de los asuntos que importan a todos, más lejos de los flujos económicos y comerciales (no en vano rápidamente han empezado a salir de Cataluña varias empresas importantes), etc. La historia del siglo XXI no es la de la división de la Tierra sino, probablemente, la de una lenta emergencia de un centro de toma de decisiones mundial, organizado por las grandes potencias y las grandes instituciones internacionales. Puede dar miedo, sin duda, porque es algo nuevo y distinto, pero la lucha no está en salirse de ello sino en construirlo de forma que sea democrático y justo.
Pero no sólo la sociedad catalana se equivoca, sino que lo ha hecho en igual medida el gobierno español. El deterioro de la situación en Cataluña es, en buena medida, el resultado de la ceguera de Rajoy a la hora de negociar. Está claro, lo ha demostrado en todos los sentidos posibles, que el Presidente no sabe negociar y buscar puntos intermedios ni en este ni en ningún otro campo, favorecido en ello por lo que fue una legislatura en mayoría absoluta. Y esta situación la manejó como maneja todo: no haciendo nada hasta que llegue el último momento, esperando que se resuelva sola. Supongo que sin sorpresa para nadie, la situación no se ha resuelto sola y el presidente ha tomado la posición clásica de la derecha: la represión. Pero no se puede reprimir a un pueblo que demanda ser escuchado, no sin destruir la democracia y la libertad de expresión y acercarnos a una dictadura. El resultado es que la única solución ha sido intervenir judicialmente y desplegar a la policía en lo que claramente ha sido un despropósito y un abuso de fuerza. Todo para no cambiar nada, el referendum tuvo lugar igual y la situación ha escalado de todas formas. Algo que debería haberse solucionado con un diálogo productivo entre ambas partes, sabiendo escuchar, se ha enconado hasta el choque actual.
Y aquí estamos hoy, esperando que se invoque el 155 y se anule el estatuto de autonomía de Cataluña, mientras unos pocos dicen que es una locura y otros muchos dicen que sigamos igual. Claro, porque al fin y al cabo nos ha ido muy bien para solucionar el problema. Así que en vez de sentarnos a debatir, sacamos la porra; en vez de pensar en lo global, dividimos. Y así, hasta el final de esta historia.
La respuesta en realidad a esta situación es sencilla. La Constitución está desfasada en muchos puntos y requiere numerosos cambios y ajustes de calado, desde en el sistema electoral al reparto territorial o el funcionamiento de derechos y deberes. Seguir retrasando el debate en su puesta al día solo hace que el conjunto del sistema se resienta, porque la ley magna ya no encaja con la realidad en la que vivimos. Es necesario ponerla al día y dotarla de una verdadera estructura federal donde Cataluña tenga un encaje claro con sus responsabilidades, derechos y deberes, igual que el resto de comunidades. Donde el Senado sirva de verdad para representar a los distintos territorios, mientras el Congreso sirve para representar al conjunto. Y donde los tres poderes estén realmente diferenciados y separados y no está unión donde desde el Ejecutivo se controla el Legislativo y desde este el judicial. Hay que terminar con esta partitocracia.
Pero no va a ocurrir, al menos no sin una enorme presión social al respecto. ¿Por qué? Porque no les interesa a los que deciden. El conflicto en Cataluña y el choque de trenes ha beneficiado electoralmente tanto a los independentistas que veían su historia validada (¡España no nos escucha, España no nos quiere, vámonos a donde podamos ser libres!) como al gobierno del PP que veía como buena parte de España aprobaba la mano dura como respuesta… al menos la parte de España que conforman sus votantes, al fin y al cabo el PP no hace sus políticas para el conjunto del país sino en defensa de los intereses de sus electores (o, mejor dicho, de sus propios intereses, encajándolos como pueden dentro de los de sus electores). Un choque que les interesaba tanto que ni siquiera pudieron articular una posición en común tras los atentados en Barcelona. Así que el enfrentamiento en Cataluña ha beneficiado mucho a ambas partes mientras los dos trenes se dirigían hacia la colisión.
Ahora claro, la cosa es quien demonios se hace cargo de los heridos y busca cerrar una herida que se ha ido agrandando por la ceguera y los intereses de unos cuantos.
Costán Sequeiros Bruna
Y tú, ¿qué opinas de la situación en Cataluña?