Hoy he tenido ocasión de ver el programa de Jordi Évole de este domingo sobre la clase media y me ha inspirado para tratar esa cuestión de nuevo aquí. Baste señalar de antemano que el trabajo de Salvados es excelente, como siempre, pero creo que en este caso, de cara a construir un argumento claro, han simplificado numerosas cosas. Y es sobre esto sobre lo que voy a incidir de modo complementario (espero) a lo dicho allí.
Así pues, empecemos por el principio: el término clase es popularizado por Marx en el siglo XIX y refleja la sociedad de su época. Era una Inglaterra que se industrializaba a toda velocidad, de capitalismo creciente, de campesinos incultos que debían mudarse a las ciudades, etc. Por ello, el modelo se divide en dos grandes grupos no en términos económicos y de riqueza, sino en realidad en términos de poder e independencia: los que en su trabajo dependen de otro (los obreros, que dependen del salario) y los que son dueños de los medios de producción (los capitalistas); junto a estos, existían algunas clases menores que Marx describe, como los burócratas, que no encajaban en esa separación nítida, pero que en el XIX eran colectivos minoritarios.
Las clases tenían dos atributos: la conciencia en si y la conciencia para si. La primera implica una cuestión estructural: gente que comparte unas condiciones de vida, intereses y demás, parejos. La segunda, que depende de la primera, parte de la base de que esas similitudes sean asumidas como una identidad compartida: la famosa conciencia de clase. Puedes ser un obrero sin darte cuenta de ello, como muestra Évole en los primeros compases del programa, y el poder te va a animar a ello, pero también puedes ser un obrero con conciencia de serlo y voluntad de luchar por tus verdaderos intereses.
Sin embargo, la sociedad del siglo XXI no se parece demasiado a la del XIX aunque tenga las mismas letras. La primera cuestión importante es que, hoy en día, muy poca gente es dueña de los medios de producción. En realidad, la mayor parte de las grandes empresas son dirigidas por ejecutivos escogidos por una junta de accionistas compuesta por inversores de fondos financieros de todo tipo, interesados en las ganancias inmediatas por medio de la especulación y no en el desarrollo y éxito de la empresa. Técnicamente, por la definición marxista, el presidente contratado para dirigir la empresa sería realmente un proletario o trabajador, pero en realidad la diferencia entre ese “trabajador” y el que opere la línea de montaje es abrumadora.
A mayores, a medida que la sociedad ha ido ganando complejidad, nuevos elementos se han añadido. Frente al capital económico, se añade la importancia de la formación, de los contactos, de la capacidad de moverse, etc. Hoy es perfectamente posible encontrar como dependientes en un McDonalds a una licenciada con master que tiene ese trabajo de modo temporal mientras busca otra cosa, al lado del que no llegó a terminar la secundaria y es todo lo que tiene. ¿Son realmente la misma clase aunque cobren el mismo sueldo y estén en la misma relación con el empresario? Difícilmente.
De hecho, es una de las simplificaciones que hacen que el programa de Évole funcione: ya desde el principio, la explicación de clase se ciñe a unas variables económicas, el sueldo en gran medida. El resto de elementos aparecen mencionados en el debate del aula (como la movilización, el consumo, la identidad, etc.) pero como elementos subsidiarios de los ingresos. Sin duda, los ingresos son una parte importante de la definición de una clase social, pero creo que están lejos de ser la única pieza… o si no, el ejemplo que pone Owen Jones del becario de derecho que trabaja sin cobrar sería correspondiente a una clase inferior a la del empleado de McDonalds, cuando es la constatación de lo contrario porque puede permitirse no cobrar por unas expectativas de futuro que exigen ese paso (amén de una familia que lo mantenga).
La realidad social, como suele ocurrir, es más compleja. Nuestras sociedades están compuestas de infinidad de clases sociales que articulan estos distintos elementos: si son o no los propietarios de los medios de producción (¿es lo mismo el dueño de un bar que el dueño de Zara?), los niveles educativos de sus miembros, la movilidad geográfica, la amplitud de miras, los contactos en unas u otras esferas, la cultura, etc. Infinidad de dimensiones dispares que conjugan grupos relativamente pequeños.
Así, una sociedad compleja se ha dotado de una estructura compleja. La cual permite que unas clases compartan intereses y objetivos en muchas dimensiones (como, por ejemplo, los dos cajeros del MacDonalds a la hora de negociar con su jefe sus salarios) pero también pueden entrar en conflicto sobre otros (por ejemplo, la chica del MacDonalds puede estar interesada en que se invierta en I+D que podría suponer un trabajo para ella, mientras que el chico sin formación preferiría inversión en la construcción). Es una estructura en red como la define Castells, con todo lo que ello implica de cambios, ajustes, relaciones complejas, etc.
El poder ha aprovechado esta enorme división para trazar líneas que separan estos grupos. No sólo en la demonización de la clase baja que expone Évole, si no también en otros colectivos de todo tipo, que fomenta la sensación de desunión. Esto, combinado con el discurso individualista que el programa tan bien refleja, no solo implica el desamparo de los necesitados y la desaparición de las condiciones estructurales de la desigualdad (bajo el lema de que cada uno llega a lo que se merece por su trabajo), sino que se lleva a un grado de atomización enorme de la sociedad.
Por tanto, aunque en términos marxistas existen muchas clases en si (o sea, basada en compartir posiciones y elementos estructurales) lo que se imposibilita es la aparición de una conciencia de clase trasversal que permita articular esas posiciones. La destrucción de los sindicatos es buena muestra de esto, incapaces de organizarse de cara a defender elementos dispares pero que deberían estar bajo su cuidado como los parados, los estudiantes, etc. (a mayores de los problemas que narra el programa).
Pero Marx se equivocaba en un punto, el hecho de que la conciencia de clase dependía de compartir la misma clase. Si algo hemos aprendido con la sociedad red es que, sobre una marea fluida de relaciones, los grupos diversos y dispares pueden cooperar para defender sus intereses compartidos. Da igual que sean presidentes o dueños de empresas, los ricos hace tiempo que han aprendido a conectar entre si mientras enseñaban a los demás a que no conectásemos. Pero podemos hacerlo. Que el cajero sin estudios y la cajera con ellos no sean de la misma clase no impide que puedan negociar colectivamente por una mejora de sus condiciones laborales, una misión en la que bien pueden cooperar los grupos de profesores, de médicos o avogados, panaderos y taxistas. Las mareas del 15-M mostraron que eso era posible, por ejemplo, y si bien nunca se dotaron de una estructura permanente, si que puede que hayan servido para volver a despertar la conciencia de que todos estamos en el mismo barco.
No solo hay una clase baja, media y alta, pero que la variedad y la complejidad sea mucho mayor no debería evitar que cooperemos para defender nuestros intereses frente a aquellos que ya lo están haciendo para defender los suyos. Porque la enorme variedad de clases sociales existente no debería ocultar las enormes desigualdades en poder que hay entre unas y otras.
Costán Sequeiros Bruna
Y tú, ¿qué opinas de las clases sociales?