Tribulaciones de la Clase Ociosa: Sociología para entender el mundo en el que vivimos
Category:Reflexiones personales
Este es el cajón de sastre para aquellas ideas que tengo, y que sin embargo no se refieren directamente a la teoría de ningún autor ya establecido o me cuesta categorizar en otro sitio. En cierta medida, esta es la categoría hecha más desde mi.
Today I’m sharing with you all my latest video, in this case my personal rant on Cyberpunk 2077, Edgerunners and cyberpunk in general and lots of other stuff that comes up. Since it’s a rant, it’s not as focused as my other videos, so it covers a lot of topics and includes some spoilers about quests, storylines, and such. Tried to keep those to a minimum and to talk as generic as possible on the different topics and issues, but there still are some major spoilers none the less, specially on Cyberpunk 2077 and Phantom Liberty. So you are warned, in case you haven’t played them or seen Edgerunners, I trully recommend playing and watching those before so you get the real experience and your own take on the topics and issues the game covers.
Este es un ejercicio que les puse a mis alumnos de la universidad y creo que puede ser de interés para quienes les interese ver mejor cómo se analizan contenidos en busca de mensajes y contexto. Como es parte de la docencia de la Carlos III en una asignatura en inglés, me temo que va a estar en inglés el análisis. En este caso, voy a analizar la escena de apertura de la película de superhéroes Watchmen desde la perspectiva de la globalización cultural y lo que tiene que decir al respecto. Así que empecemos por el principio con la propia escena:
When talking about cultural globalization in regards to a film scene such as this, we’re talking about the message, the ideas it tries to convey. Watchmen was originally written as a graphic novel by Alan Moore and, much like The Boys would do later, it understands the superhero genre in a very cynic way. The core idea this scene portrays is summed at the end, when rioters are about to throw the Molotov cocktail against the store window we can see two different important messages: first the graffiti saying “who watches the watchers?” and second, as the protestors are screaming “badges, not masks”.
Viajemos en nuestra máquina del tiempo un algo más de un siglo hacia atrás, con el surgimiento del Estado del Bienestar en Alemania durante el gobierno de Bismarck. Hubo precedentes, sin duda, en otros tiempos y países, pero se considera las políticas de Bismarck como el comienzo del Estado de Bienestar moderno. La idea era que, mediante impuestos, el Estado proveyese de una serie de condiciones de vida mínimas a todos los habitantes, garantizando a cambio con ello una cierta paz social.
Si pasamos las décadas debajo nuestra con rapidez veremos que el Estado del Bienestar se extendió con rapidez, especialmente por Europa, pero también Estados Unidos y otros sitios juguetearon con él en forma de Keynesianismo y otras políticas económicas donde el Estado interviene en economía activamente. Los Estados fueron creciendo con este aumento de impuestos pero también de servicios, creándose sistemas nacionales de sanidad, educación, seguridad, etc. y requiriendo mayores gastos del Estado que se traducían en nuevos modos de recaudación. Pero cada triunfo en estas décadas forzaba una mayor redistribución de la riqueza garantizando una mejor vida para las clases bajas y medias, menor desigualdad y mayores oportunidades… para los que menos tenían, no para los que más.
Hablar de la rentabilidad de las empresas públicas requiere, antes que nada, hacer una primera aclaración sobre la historia del concepto. En este caso, lo que importa es tener en cuenta que, como Mariana Mazzucatto explica perfectamente, todas estas cuestiones son, ante todo, una cuestión de ideología. La economía no tiene una respuesta “científica y objetiva” sobre multitud de elementos de la misma, sino que sus diversas teorías enfrentadas (desde el keynesianismo al neoliberalismo y, por supuesto, también las más antiguas) se sostienen sobre una percepción ideológica de la realidad, que se usa como punto de partida a la hora de estudiar la economía y asesorar en una dirección u otra.
¿Por qué he dicho esto? Porque lo primero que debemos tener en cuenta es que rentabilidad es un término económico y, por tanto, cargado de ideología. Rentabilidad tiene diversas definiciones, pero en última instancia, es una relación entre lo que algo cuesta y los ingresos que genera. Una empresa económicamente rentable es aquella que tiene más ingresos que costes, con lo que genera beneficios; una inversión rentable es la que se revaloriza, de modo que pasa a valer más de lo que costó y genera con ello beneficios para su propietario. Y así con todo.
Que Matrix es mi saga de cine favorita es un hecho, como lo es que no llega a estas páginas por primera vez, ya que en el pasado ya hablamos de Animatrix y el sistema de dominación dentro del universo de las películas. Hoy he visto la nueva y, aunque no está tan bien como las otras, tiene unas cuantas ideas en la construcción de su mundo que son interesantes para este blog, y para de nuevo coger el tema de los sistemas de control social. Pero, eso sí, os aviso que si me acompañáis detrás del conejo blanco, os vais a encontrar spoilers, así que vais advertidos por si preferís no saber nada cuando os pongáis a verla.
Y para comenzar a analizar la representación del control, hay que empezar por el centro, el personaje del Analista que da sentido a la nueva edición de Matrix. Como él mismo dice, las ediciones pasadas, dirigidas por el Arquitecto, se basaban en el control de las cosas, en los hechos, como una complicada y perfecta ecuación matemática. Una que, como sabemos de películas anteriores, siempre llevaba al error sistémico inevitable fruto de la libertad inherente al ser humano: Neo.
Es un control basado en la vigilancia constante de lo que ocurre en el código, a lo que se suma la disposición y eliminación de todo el que despierta. En términos foucaultianos podríamos decir que se basa en vigilar y en castigar.
Acabo de ver la serie de Fundación y es un insulto a mi inteligencia y la de cualquiera que le dedique un mínimo de atención (y no hablemos de la memoria de Asimov y el significado de su obra). Pero dejando eso de lado, hay un debate social muy interesante en el núcleo de Fundación (que la serie pisotea ampliamente) sobre el que vale la pena hablar hoy un poco aquí.
Fundación fue originalmente escrita en 1951 por Isaac Asimov, en la época que en la sociedad (y la sociología) dominaba la idea funcionalista del mundo. Según esta teoría y visión, si la resumimos mucho, el mundo social es una estructura organizada, donde distintos aspectos de la misma cumplen funciones determinadas. Así el cuerpo de policía por ejemplo garantiza la paz social y el dominio del Estado, las empresas generan riqueza, los estadios de futbol generan entretenimiento, etc. La sociedad tiene una serie de funciones que debe cumplir y cada sociedad concreta difiere en la medida en que crea distintos modos de responder a esas necesidades. Como todo en la sociedad cumple su función, la sociedad es por definición estable. No resulta sorprendente así que, a menudo, a los funcionalistas clásicos (Parsons en especial) se le criticase que su teoría no explicaba una de las partes más importantes de la sociedad: el cambio social.
Pero volvamos a Fundación, que ya estaba perdiendo el hilo por las tierras de la teoría sociológica. El punto de partida de Fundación es la idea de la psicohistoria. Según esta, por medio de complejísimos cálculos matemáticos y estadísticos, se puede crear un modelo que contemple en su interior todas las variables y dinámicas que afectan a una sociedad concreta. Teniendo un modelo tan perfecto, se puede extrapolar cómo ese modelo va a evolucionar porque los errores y beneficios del presente crean tendencias e inercias que se manifiestan en acciones en el futuro. De modo que, siguiendo esta lógica, con ese modelo perfecto (esa “magia” es la parte de ficción de esta novela de ciencia-ficción) por tanto, es posible calcular el futuro. Y lo que Seldon ve en el futuro es que el Imperio galáctico va a colapsar y que se van a venir 30.000 años de oscurantismo, muerte y regresión social y tecnológica.
Desde las ciencias sociales a menudo se han propuesto distintas teorías para intentar entender el mundo en que vivimos y tratar de identificar sus dinámicas principales. Desde la economía se ha llamado al mundo actual una sociedad neoliberal, o de capitalismo tardío. En sociología se la ha llamado la sociedad de la información, donde el centro de todo es el uso y manejo de la susodicha. También se la ha llamado la sociedad del riesgo, acentuando cómo las acciones en el presente a menudo se basan en tratar de prevenir problemas futuros. O se ha dicho que es una sociedad líquida, donde lo que predomina es el cambio y la desaparición de estructuras sólidas. Se ha hablado de sociedades de civilizaciones en choque, de sociedades que han llegado al final de la historia y se preparan ya para el final de la ideología, y al contrario, de sociedades de fuertes valores ideológicos en conflicto. Y muchas más. Hoy voy a proponer quizás una aproximación más micro, la de una sociedad de narradores, de cuentacuentos.
Pero empecemos por el principio. En el pasado ya he hablado sobre cómo la sociedad es intersubjetiva, debido a que no existe una realidad objetiva que todo el mundo vea. Al contrario, cada persona ve el mundo de un modo, su subjetividad. Allá donde los puntos de vista de mucha gente coincide surgen acuerdos sociales y culturas organizadas en torno a esas ideas, que definen que esa sociedad es de tal modo, o que tiene esos valores. Entonces esas subjetividades crean una serie de puntos en común sobre los que asientan esa intersubjetividad, esa percepción compartida de lo que es el mundo en el que viven. Y luego las subculturas lo que vienen es a crear variaciones internas de esos acuerdos, enfatizando ciertos valores, debilitando otros, etc.
Es aquí donde entra la visión del poder de Foucault, cuando dice que el biopoder (el tipo de poder dominante en la actualidad) se basa no en el castigo y la represión sino en la creación de identidades. Nos enseñan a pensar y a sentir de ciertos modos a través de la educación (desde la familia, al colegio, etc.) y, con eso, improntan nuestras identidades para hacernos ver el mundo de cierto modo, acorde en principio con la cultura en la que vivimos. El biopoder se basa así en esa gestión de los sueños, los deseos, etc. que tiene la gente, y en la gestión de los modos legítimos de alcanzar esos sueños. Y aquí podemos apoyarnos en Merton, cuando habla de la desviación en sociedad. Él dice que la sociedad fija unos objetivos para ser una persona “exitosa” en sociedad, y establece unos mecanismos para llegar a ellos. En el momento en que aceptamos esos fines y esos caminos nos conformamos a la sociedad, mientras que aquellos que aceptan unos y no los otros, o no aceptan ningunos, son desviados. Por tanto, vivimos en un mundo donde el poder establece nuestras identidades y donde se define como desviados a aquellos que no siguen las vías establecidas para llevar una “buena vida”.
Lo más probable es que, si estás leyendo esto, te importe más bien poco. Sin embargo, es algo que me lleva pesando tanto tiempo encima, me ha comido tanto la cabeza y me ha jodido tanto, que ahora que finalmente tengo la certificación de ayudante doctor, tengo que gritarlo a los cuatro vientos. ¡Al fin, tras años, lo he conseguido!
Ahora a seguir el complicado viaje que es ser profesor universitario, pero al menos ahora puedo entrar por la siguiente puerta. A ver si hay suerte ahora consiguiendo plaza…
Plusvalía es un término originalmente acuñado y extendido por Karl Marx, a lo largo de sus estudios, análisis y críticas del sistema capitalista. Y es que el concepto de la plusvalía es un concepto central en el sistema económico que vivimos, porque de hecho todo se sustenta sobre él. Pero en vez de explicarlo en detalle desde un punto de vista sesudo, lo que voy a hacer es contaros una historia “totalmente ficticia” para que sirva para que veáis el modo en que se originó y gestó la plusvalía y cómo ha ido evolucionando en el tiempo hasta llegar a ser el monstruo que es.
Nuestra historia arranca hace mucho tiempo, en uno de los talleres gremiales de finales de la Edad Media o quizas a comienzos del Renacimiento. En ese taller encontramos a los primeros protagonistas, la familia del maestro constructor de sillas y su hijos, que son sus aprendices. Van al mercado de su ciudad y se gastan 10$ en comprar materiales, principalmente madera así como clavos y alguna herramienta. Llegan a casa y dedican 1 día de trabajo a esos materiales, transformándolos en una silla. Así que la llevan al mercado donde convencen a alguien de que su silla es algo que solo ellos pueden fabricar, de modo que la persona está dispuesta a pagar 50$ por esa silla.
¡Y voilá, magia! A través de un día de trabajo y una inversión inicial en materias primas, el taller gremial ha generado un valor añadido de 40 $ que se transforman en sus beneficios. Esta es la plusvalía, al fin y al cabo, literalmente se traduce algo así como “más valor”. Así que, colorín colorado, nuestro cuento se ha acabado, ¿o quizás no?
Aunque parezca muy obvia hoy en día, la idea de progreso no nos ha acompañado demasiado tiempo en términos históricos. Al contrario, el concepto de progreso fue inventado a lo largo del siglo XVIII, cuando la Ilustración cambió el modo en que se entendía la vida y la sociedad. En la Edad Media, por ejemplo, se entendía el tiempo en términos estancos, estábamos atados a este valle de lágrimas hasta que finalmente llegase el Fin del Mundo. Los griegos lo entendía en términos de decadencia circular, desde la era de oro de los dioses, a la de plata de los héroes, a la de bronce en la que vivían ellos. Sin embargo, a partir de que el ser humano se ponga en el centro de las cosas en el Renacimiento, la idea de que las cosas pueden cambiar fue surgiendo y para la Ilustración, se colocó en el centro de muchas de las ideologías novedosas, desde la lucha liberal contra la opresión a la idea de derechos inalienables de las personas en jurisprudencia o la creación de la misma idea de la democracia moderna.
La idea de progreso se sostiene sobre dos pilares muy distintos y complementarios. El primero de ellos es la idea de progreso como avance que nos permite llegar a donde nunca antes habíamos llegado. Poner un hombre en la Luna fue un reflejo de esta visión del progreso, que permite que la humanidad vaya más allá de sus límites.
En este sentido, la clave del progreso es el avance tecnológico. La clave para llevar a una persona a donde ninguna ha llegado es precisamente desarrollar los inventos y tecnologías necesarios para que los límites que lo ataban cambien de sitio, se vayan más lejos. No se puede llegar a la Luna sin inventar el cohete espacial, los ordenadores, desarrollar la astrofísica, etc. Nuevos conocimientos e inventos se combinan a lo largo de los años para ir cambiando la sociedad en la que vivimos, permitiéndonos hacer cosas que antes hubieran sido imposibles. Cuando se inventó y empezó a difundirse el teléfono móvil, por ejemplo, era algo carísimo y limitado en sus funcionalidades, en aquellos tiempos difícilmente podrías explicarles a las personas cómo sería el mundo unas pocas décadas después con los smart phone, internet y que todo el mundo tenga uno o más dispositivos.
La imagen más habitual de cómo se produce la muerte de una democracia suele tener que ver con un general inspirado, que saca los tanques a las calles y da un golpe de estado. Ejemplos de esto hay numerosos, desde Franco en España a Pinochet en Chile. Sin embargo, aunque el final pueda ser por medios militares, la realidad es que esas democracias ya estaban heridas de gravedad antes de los eventos que llevaron a su final.
La democracia, como sistema, es al mismo tiempo muy fuerte y muy frágil, y ambas cosas por la misma razón: la legitimidad. La legitimidad, si lo resumimos mucho, es el conjunto de razones que llevan a que la población de un Estado acepte que el gobierno que tiene en un momento dado es válido y aceptable. Sea por motivos tradicionales o motivos legales, porque ha sido elegido por el pueblo o cualquier otra razón, la legitimidad es clave para todo sistema político si no se quiere estar enfrentando a continuas revueltas y disturbios.
La historia es un elemento vivo de nuestro presente. De hecho, muchos de los dichos comunes la incluyen de un modo u otro: “quien no conoce la historia está condenado a repetirla”, “la historia la escriben los vencedores”, etc. Esto implica una cuestión central de la misma: que cuando miramos hacia atrás no lo hacemos de modo objetivo.
La razón de esto es que precisamente porque es en el presente cuando miramos hacia atrás, lo hacemos con una mirada condicionada por los prejuicios y nociones del presente, que busca en el pasado respuestas, ejemplos y casos que nos sean útiles ahora. Por ello, el revisionismo histórico es inevitable, es algo que no es ni de lejos nuevo y nos va a acompañar probablemente durante mucho tiempo.
Hacía tiempo que no me encontraba de cara con el argumento neoliberal clásico, pero hoy lo he hecho porque Diego Davila dejó un interesante comentario al respecto en la página de facebook. Allí ya le respondí en versión abreviada, pero la verdad es que es un tema que merece un post completo para analizar el discurso, sus errores y aciertos. Lo que muestra y lo que oculta, y la tergiversación clave de lo que son los impuestos y la igualdad social. Entonces vamos a comenzar por reproducir su comentario, en respuesta a este link, porque así tenemos una base sobre la que partir.
A menos impuestos. más empresas y mas ricos, a mas empresas y mas ricos, mas puestos de trabajo, mas trabajo mas dinero, mas dinero mas bienestar social.
El mundo avanza a una velocidad apabullante. Durante milenios, la economía se basaba en lo que hoy en día llamamos el sector primario: agricultura, ganadería, pesca… A partir del Renacimiento y, sobre todo, desde la Revolución Industrial el sector primario dejó de ser el centro para ser suplantado por el sector secundario: la industria. Para mediados del siglo XX ya dominaba el terciario (servicios) y para finales de ese siglo ya estábamos transitando hacia el cuarto (la información) como anunció Castells. El primer sector dominó durante milenios, el segundo principalmente siglo y poco, el tercero unas pocas décadas… el mundo cambia a toda velocidad.
Y es aquí donde entra la necesidad de formación permanente. En buena parte del siglo XX se impuso la idea de que había que formarse, que podíamos estudiar una carrera y luego viviríamos bien. Sobre esto se articuló la promesa de que si estudiábamos viviríamos mejor que nuestros padres, que estudiar era una sólida inversión de futuro. Cuando terminases la carrera tendrías un título y una formacion lista para una vida de trabajo estable y bien remunerado.
Si miramos hacia atrás en el tiempo, es inevitable ver que el mundo ha cambiado mucho. Solo contando el breve tiempo en que hemos estado en la Tierra como homo sapiens sapiens, nuestro modo de funcionar, vivir, sentir, trabajar, hacer, competir, colaborar, crear… todo, ha cambiado dramáticamente un montón de veces. Las sociedades resultantes de la combinación de todas esas cosas se vuelven irreconocibles a si mismas según pasa el tiempo y cambian sus valores, sus instituciones, sus ambiciones. Ese es el resultado del cambio social.
Vivimos hoy en día en un mundo de cambio social acelerado, donde proceso se da cada vez con más frecuencia, en intervalos más y más cortos. Si la vida de un campesino medieval probablemente fuera muy similar a la de su padre y abuelo, nosotros podemos notar cambios dramáticos en la nuestra simplemente mirando 10 años hacia el pasado. Para ello, el cambio se genera históricamente (de un modo breve y simplificado) por tres vías distintas.