Para llegar a la intersubjetividad, vamos a tener que dar un pequeño rodeo primero. Empecemos con la Realidad, así con mayúsculas. Dejemos de lado las complicaciones filosóficas que plantea la física cuántica en cuanto a la existencia de una Realidad y partamos del consenso de que existe. Aunque no haya nadie en las cercanías, nuestra cocina sigue estando ahí con sus muebles, herramientas y demás. La Realidad es objetiva, existe por si misma y siempre de la misma manera.
Pero los seres humanos no operamos en base a la realidad, sino a nuestra percepción de esa realidad. Dos personas ante un mismo cuadro, por ejemplo, tendrán experiencias distintas en base a si les gusta o no esa pintura: aunque la realidad es la misma (el cuadro) la percepción de la gente en torno a esa realidad no lo es. Cuestiones como los gustos estéticos modifican la percepción que cada persona tiene de la realidad, creando un espacio subjetivo.
Acaba de estrenarse la nueva temporada de Black Mirror y el primer capítulo de la misma, Joan is Awful, trata un montón de cosas que resultan sociológicamente interesantes en el mundo en el que vivimos. Y todo con un poco de humor y detalles sobre la realidad que sin duda habrían hecho al gran autor de ciencia ficción Philip K. Dick muy feliz. Pero, si no lo has visto y tienes intención de hacerlo, ve a verlo antes de leer este post para hacerte tus propias ideas y porque aquí va a haber unos cuantos spoilers.
Black Mirror siempre ha tratado el impacto de distintas tecnologías en la sociedad y este capítulo no es diferente en eso. El punto de partida tiene que ver con las plataformas de streaming de video (con una muy clara referencia a Netflix) y cómo consumimos los productos allí colgados en variedad de lugares. Esto por si mismo no sería especialmente interesante a nivel social, sino lo que hay detrás de ello, por lo que tenemos que avanzar hasta casi el final del capítulo cuando se empieza a explicar todo.
Desde las ciencias sociales a menudo se han propuesto distintas teorías para intentar entender el mundo en que vivimos y tratar de identificar sus dinámicas principales. Desde la economía se ha llamado al mundo actual una sociedad neoliberal, o de capitalismo tardío. En sociología se la ha llamado la sociedad de la información, donde el centro de todo es el uso y manejo de la susodicha. También se la ha llamado la sociedad del riesgo, acentuando cómo las acciones en el presente a menudo se basan en tratar de prevenir problemas futuros. O se ha dicho que es una sociedad líquida, donde lo que predomina es el cambio y la desaparición de estructuras sólidas. Se ha hablado de sociedades de civilizaciones en choque, de sociedades que han llegado al final de la historia y se preparan ya para el final de la ideología, y al contrario, de sociedades de fuertes valores ideológicos en conflicto. Y muchas más. Hoy voy a proponer quizás una aproximación más micro, la de una sociedad de narradores, de cuentacuentos.
Pero empecemos por el principio. En el pasado ya he hablado sobre cómo la sociedad es intersubjetiva, debido a que no existe una realidad objetiva que todo el mundo vea. Al contrario, cada persona ve el mundo de un modo, su subjetividad. Allá donde los puntos de vista de mucha gente coincide surgen acuerdos sociales y culturas organizadas en torno a esas ideas, que definen que esa sociedad es de tal modo, o que tiene esos valores. Entonces esas subjetividades crean una serie de puntos en común sobre los que asientan esa intersubjetividad, esa percepción compartida de lo que es el mundo en el que viven. Y luego las subculturas lo que vienen es a crear variaciones internas de esos acuerdos, enfatizando ciertos valores, debilitando otros, etc.
Es aquí donde entra la visión del poder de Foucault, cuando dice que el biopoder (el tipo de poder dominante en la actualidad) se basa no en el castigo y la represión sino en la creación de identidades. Nos enseñan a pensar y a sentir de ciertos modos a través de la educación (desde la familia, al colegio, etc.) y, con eso, improntan nuestras identidades para hacernos ver el mundo de cierto modo, acorde en principio con la cultura en la que vivimos. El biopoder se basa así en esa gestión de los sueños, los deseos, etc. que tiene la gente, y en la gestión de los modos legítimos de alcanzar esos sueños. Y aquí podemos apoyarnos en Merton, cuando habla de la desviación en sociedad. Él dice que la sociedad fija unos objetivos para ser una persona “exitosa” en sociedad, y establece unos mecanismos para llegar a ellos. En el momento en que aceptamos esos fines y esos caminos nos conformamos a la sociedad, mientras que aquellos que aceptan unos y no los otros, o no aceptan ningunos, son desviados. Por tanto, vivimos en un mundo donde el poder establece nuestras identidades y donde se define como desviados a aquellos que no siguen las vías establecidas para llevar una “buena vida”.
A menudo, tenemos la sensación de que nuestro pensamiento puede abarcarlo todo, ir de un extremo a otro del mundo de las ideas y ver todos los conceptos y nociones que en él existen. Articularse, responder y negociar con todos ellos, integrarlos y aprehenderlos (y aprenderlos de hecho) para ampliar nuestro conocimiento, porque la mente es libre de toda limitación exterior (no puede ser detenida por la policía o cuestionada por nuestros amigos si no compartimos nuestras ideas).
Sin embargo, esta es una falacia habitual que construye la episteme (en términos de Foucault) en la que vivimos. Hay muchas cosas que en las que, en realidad, no podemos pensar y que bien podríamos llamar impensables. Imaginemos que somos trovadores medievales preocupados por nuestra música… probablemente, seríamos incapaces de pensar que sonaría mejor si en vez de un laúd usásemos una guitarra eléctrica, porque las guitarras eléctricas son impensables en el momento porque no existen.
Debatiendo hoy con unos amigos por facebook, me he dado cuenta de que nunca había hablado aquí de una cuestión aparentemente sencilla como la belleza, así que toca compensar esa deficiencia. El dicho común dice que la belleza está en el ojo que mira, que es este el que decide si algo es bello o no. Y lo cierto es que algo de razón hay en ello, porque al menos parcialmente, la belleza es una cuestión subjetiva. Es el individuo el que, a través de sus experiencias e ideas va configurando su propio gusto y, con ello, su cánon de belleza.
Pero lo cierto es que la belleza no es entéramente subjetiva, como todo lo social, su explicación fundamental se encuentra en la construcción intersubjetiva. El gusto de cada persona es compartido socialmente con los demás, de modo que se van construyendo distintos cánones globales que abarcan a los distintos conjuntos de la población, fruto de cambios en modas, en lo que a la gente le gusta, etc. La belleza está en el ojo que mira, pero en gran medida en el ojo colectivo.
En este blog muchas veces he hablado ya de la percepción, de la importancia de que tiene para la sociedad actual, basada en la intersubjetividad. Así que vamos a ver esta vez desde la perspectiva de la teoría del enmarcado, cómo funcionan esos procesos en el interior de nuestras mentes como ciudadanos y como sociedad/conjunto.
Desde la teoría del enmarcado, lo que se destaca es uno de los fenómenos por el que el cerebro organiza los conocimientos y reacciona a ellos: las relaciones entre términos. Y es que cada elemento de una interacción social varía en función del contexto en el que se de: no es lo mismo ver a un doctor en un hospital, que quedar con tu amigo doctor para tomar unas cervezas. El hecho es el mismo, al fin y al cabo, pero el contexto es el que cambia y, con ello, varían todo el abanico de acciones posibles, los equilibrios de poder en la relación, las expectativas, etc.
Parece que el post de ayer sobre la resistencia al poder levantó bastante debate sobre el poder y mi concepción del mismo. Así que es hora de dedicarle un post, pero antes necesito dedicarle un post a mi concepción de la sociedad, porque uno va inextricablemente unido a la otra. Así que, vamos allá.
Empecemos pues, por el principio. La sociedad está compuesta por actores sociales, que son aquellas personas que la componen, las instituciones de su interior, etc. Los actores sociales interactúan los unos con los otros, se condicionan y se relacionan de modo continuo, cada uno luchando por avanzar sus propios objetivos.
Y este es un punto importante: sus objetivos implica que tienen voluntad. Y que el resultado de esas interacciones es, inevitablemente, el conflicto porque distintos grupos y sectores de la sociedad (especialmente en sociedades plurales como la que tenemos hoy en día). Pero el conflicto no necesariamente es algo malo, al contrario, es de su interior de donde a menudo sale lo mejor de los seres humanos, las ideas más avanzadas que permitan solucionar problemas, y las fuerzas que a menudo nos llevan a trabajar unidos. Por supuesto, el conflicto también es destructivo, de modo que ambas tendencias coexisten en el núcleo de la sociedad y de todas las interacciones entre actores.
Ver Olvídate de Mi (Eternal Sunshine of the Spotless Mind en inglés, una de esas brillantes traducciones de título típicas de los doblajes españoles) inevitablemente nos lleva cara a cara con Memento. Y es que ambas películas juegan con los mismos conceptos centrados en el vital papel que juega la memoria en la construcción de quienes somos, qué pensamos y hacemos, y cómo interactuamos con el mundo que nos rodea. Y ambas, desde perspectivas parecidas y diferentes a la vez, nos permiten enfocar ese elemento clave, cada vez más importante en un mundo donde las enfermedades como el Alzheimer y el Parkinson traen esto al frente en todo momento.
Olvídate de Mi, en concreto, lo que hace es cogernos de la mano y llevarnos en un profundo paseo por la memoria de la relación de una pareja, los momentos buenos, los malos, y como todo ello se trastoca al olvidar uno de ellos al otro gracias a una nueva tecnología (muy heredera, todo sea dicho, de K. Dick en sus historias como Total Recall). A partir de ahí, la historia nos va a ir llevando por cómo la identidad de sus participantes se va construyendo la una en interacción con la otra, y cómo al hacerlo se reconstruyen continuamente en lo que es una relación interpersonal humana normal.
El poder es, sin duda, uno de los elementos sociales que más me interesan, pero que también ha sido clave en todos los análisis sociológicos desde el principio. Sin embargo, normalmente el poder se estudia desde una perspectiva más sistémica, de conflictos dentro de un campo, en esta ocasión voy a meterme con la parte más pequeña del poder, la forma en que se maneja entre la gente en el día a día.
Foucault dice, muy acertadamente, que el poder no es algo que se posea, sino que por el contrario, simplemente se ejerce. Y se ejerce no sólo cuando es obvio, sino que las transacciones de poder se encuentran presentes en casitodas las relaciones entre personas, en casitodos los momentos y ámbitos. Sin embargo, decir que toda persona tiene poder no implica que todos tengan el mismo, y en este sentido la noción de capital de Bourdieu es clave, al indicar la cantidad de “poder” que una persona posee en cada uno de los campos en los que participa, en relación con el resto de los que participan en el mismo.
Es cierto que no saco a menudo el tema del feminismo en el blog, y la razón para ello es sencilla: no me considero ni de lejos alguien experto en el tema. Al contrario que otros asuntos sobre los que he leído más y tengo una opinión más clara, en esta cuestión hay mucha gente más cualificada que yo para hablar, y creo que les corresponde a ellos hacerlo. Sin embargo, tras leer el famoso post del blog de Feministas Ácidas, creo que me toca escribir una respuesta correspondiente mostrando por qué creo que se equivocan.
Empezaré por hacer una distinción, que creo que es importante, entre lo que considero dos visiones distintas y opuestas de lo que es el feminismo, pero que a menudo son englobadas juntas porque aparentemente luchan contra lo mismo: el final del patriarcado.
Por un lado, tenemos el feminismo como tal, que considero la lucha contra la abolición de todas las desigualdades fruto de las diferencias de género en el seno de la sociedad: igualdad de derechos, de oportunidades laborales, de respeto. No implica que hombres y mujeres sean iguales, sino que sus diferencias deben ser respetadas, pero sin que impliquen la sumisión de ninguno de ellos al otro. El principio sobre el que se basa esto es la justicia, porque la sumisión de cualquier persona a otra es injusta.
Fruto de una de las muchas interesantes discusiones con Lucas, hoy toca abordar el tema de la lucha contra el sistema. Después de haber hablado sobre alternativas políticas y económicas al mundo en que vivimos, ¿cómo se llega a ellas?
Lo primero que suele salir a relucir a la hora de que la gente proteste contra el sistema es la clásica “hay que acabar con todos los banqueros”, o “una bomba en el Parlamento y se soluciona todo esto rápidamente”. Estas visiones, fruto de la frustración en la que vivimos al ver cómo opera el poder, son típicas desde hace muchos siglos: el señor feudal nos sube los impuestos y nos rebelamos, el Rey se impone y le cortamos la cabeza, etc. Sin embargo, el sistema ha evolucionado mucho en este tiempo, de modo que las antiguas recetas hoy en día ya no valen.
Con el tiempo, el Sistema ha ido perfeccionándose infinitamente, mejorando, aprendiendo. Y la lección más importante es que ha aprendido a absorber a sus oponentes e integrar sus críticas en su interior como mecánicas normales. Los trabajadores protestaron a finales del siglo XIX por las condiciones laborales, y el capitalismo no acabó sino que surgió la socialdemocracia. El Che se levantó en armas, y lo que consiguió en gran medida es que hoy vendan camisetas con su foto para todos “los jovenes rebeldes” que creen que luchar contra el sistema es llevar la foto del ídolo y decir sus consignas, sin pensar que la compraron en tiendas perfectamente establecidas por el sistema, dentro de la lógica capitalista que perpetúan mientras creen luchar contra ella.
Para responder a esta pregunta, lo primero que debemos decidir que es real. En este contexto, voy a usar real como “objetivo” o “externo”. Una pared es real, independientemente de las personas, la pared está en su lugar. Y si no crees en ella y quieres atravesarla, te vas a dar un buen bofetón. Dicho esto, empecemos por el principio. ¿Cómo se contruye la sociedad? La sociedad se construye de la interacción de dos dinámicas: las personas, y las instituciones. Veámoslas por partes:
La primera parte son las personas. Las personas continuamente interactúan entre ellas, hablan, discuten, negocian, ven qué es válido y deshechan lo que no es, etc. El resultado de todas estas cuestiones es la creación intersubjetiva de consensos, de formas de entender la vida y el mundo que son compartidos por la gente de la sociedad concreta y del momento concreto. Estos consensos cambian con los hechos y con el tiempo, y están continuamente abiertos a negociación. Y la codificación más habitual de este es en el llamado “sentido común”, que describe cómo debemos comportarnos y qué esperar en cada momento dado. Así, el mundo social surge como producto de esas interacciones, construido entre todos nosotros. Las teorías del interaccionismo simbólico, etnosimbolismo, y herederas son muy útiles para abordar esta perspectiva de la sociedad.
Es muy habitual, en los debates de la televisión o en el bar, e incluso en conferencias doctas y discursos políticos, escuchar frases del estilo a “como todo el mundo sabe…” o “como todo el mundo cree…”. Pero lo cierto es que estas son un artilugio demagógico que sólo sirve para intentar ganar peso en las afirmaciones que uno hace. Así, se basan o bien en el sentido común compartido por todos (que se equivoca con una sorprendente frecuencia) o bien en la percepción de esa persona.
El sentido común se conforma con todas esas ideas y frases que flotan en la sociedad para explicarse a sí misma. Dichos, refranes, enseñanzas de los padres, experiencias compartidas… todo ello se une para crear una narrativa que nos explica cómo funciona el mundo a nuestro alrededor, de modo que podamos actuar en él. El problema de esta historia es que es ficticia, y se basa en interpretaciones superficiales de lo que ocurre y por qué ocurre, que se supone que ganan peso porque todo el mundo las comparte. El sentido común, por ejemplo, dice a menudo que los “inmigrantes vienen a quitarnos el trabajo”, ignorando por completo que los inmigrantes son necesarios para sostener nuestro Estado del Bienestar con una población que envejece rápidamente, y que además no suelen competir por los mismos puestos de trabajo que los nacionales. Obviamente, el sentido común no se equivoca siempre pero es, como mínimo, muy poco fiable.
Sé que es un tema que ha aparecido mencionado por estas páginas, pero tras una larga e interesante (aunque quizás un poco frustrante) conversación anoche con dos de mis amigos, es hora de retomar este tema directamente. Pero bueno, al tajo, y gracias a ellos dos que saben quienes son. :)
Hoy voy a romper una de las reglas principales de este blog, que era mi intención de no hablar de mi mismo. Y lo voy a hacer porque creo que mi experiencia de hoy puede servir para ilustrar lo expuesto en este post anterior. En el fondo, voy a aceptar caer en la casuística (el uso de las experiencias propias para explicar la generalidad, algo claramente no científico y a menudo equivocado) porque creo que lo ocurrido hoy puede servir para ilustrar algo. Y es que hoy tuve un día completamente normal para la sociedad, y aunque para contar en los bares a los amigos probablemente sea aburrido, sociológicamente es en cambio interesante precisamente por lo normal. Pero me dejo de dar vueltas. Hoy me he ido de compras.