El mundo moderno es un mundo construido en red, y basado en una serie de flujos económicos, sociales, políticos, migratorios, etc. Esto es novedoso en la historia humana, y exige que encontremos nuevas formas de articular las sociedades de modo que se adapten a las virtudes y corrijan los defectos derivados de esa situación.
Y exactamente este es el marco donde se mueven las megápolis, las Ciudades Globales, las exópolis, o tantos otros nombres que le han dado distintos autores. Estas son las entidades más claramente glocales de todas las existentes en el mundo. Por un lado, son manifestaciones de procesos globales, pero insertados dentro de los marcos locales propios de cada una de esas ciudades y sus entornos; por el otro, son entornos locales que modifican con sus propias características y dinámicas el conjunto de los procesos globales. Están, así, entre dos mundos.
Por su parte, los Estados se encuentran en una fase de cambio precisamente para adaptarse a esa situación. Desde una posición tradicional del Estado Nación propia del siglo XIX y XX, rápidamente evolucionan hacia una nueva inserción en un mundo que ya no sólo se rige por las fronteras dibujadas en los mapas, ni por las decisiones de cada uno de los gobiernos. Por ello, surgen nuevas formas de articular lo político, y con ellas nuevas formas de poder y dominación. En este marco, los Estados europeos han escogido una nueva forma de construirse a si mismos y al mundo que los rodea, articulada en torno al desarrollo de la Unión Europea.
Dentro de esa Unión, los Estados ceden parte de su poder para poder así volverse actores no sólo en su interior, sino de una capacidad de actuación claramente global. Se arman así de herramientas que los permitan manejar las situaciones propias del mundo globalizado; pero lo hacen a base de volverse glocales, pues aunque algunas de las medidas las tomen pensando en la Unión (y, por tanto, lo global), muchas otras son tomadas pensando en los intereses propios de cada uno de esos Estados (y, por tanto, lo local).
Por su parte, desde Europa se favorece la creación de un nuevo espacio europeo, dominado no ya por los Estados solamente, sino por las regiones dentro de un Estado o multi-Estatales. Articulan así un nuevo espacio europeo, fundamentado en las relaciones entre diferentes polos espaciales, construyendo así grandes ciudades que son centro y articulan las áreas que las rodean. Surgen así proyectos como las eurociudades, o las capitales de las eurorregiones.
Por todo esto, lo que aparece es un complejo entramado de relaciones en múltiples ámbitos. Por un lado, las Ciudades Globales son vistas como europeas en lugar de propias de cada uno de los Estados, lo cual produce una cierta tensión en el interior del Estado a la hora de administrarlas. Pero, al mismo tiempo, esas mismas ciudades se vuelven clave en la riqueza y desarrollo del propio estado como conjunto. Por su parte, el Estado se ve también forzado por una parte a europeizarse y ceder poderes, mientras al mismo tiempo intenta reforzarse en su propia especificidad y cultura. Y la Unión Europea, como tal, se ve dividida entre sus propias iniciativas centralizadoras (propias de los organismos claramente europeos, como puede ser el Banco Europeo) con aquellas iniciativas claramente sesgadas por los intereses estatales (típicas de aquellos organismos controlados por los propios Estados, como el Consejo de Europa).
Se construye así una red que lleva lo local de un Estado y una ciudad a lo global de Europa y el mundo, y lo global del mundo y Europa a lo local de un Estado o ciudad. Y para ello se construyen redes de relaciones y poder que no siguen las dinámicas tradicionales de Ayuntamientos-Regiones-Estados-Europa-Mundo. Por el contrario, las redes se vuelven asimétricas, saltando de área en área y de poder en poder en base a las oportunidades y necesidades de cada momento. Así, las Ciudades Globales tienen un fuerte vínculo directo con Europa, incluso saltándose a su propio Estado, y muchas empresas transestatales se relacionan directamente con las de otros Estados sin tener en cuenta los propios intereses de dichos Estados sino los suyos propios.
Esto no significa que las tradicionales redes de poder verticales hayan desaparecido, ni mucho menos. Las decisiones de los gobiernos de cada Estado, las leyes locales, y otros dispositivos claramente locales siguen siendo fuertes condicionantes del desarrollo de cada una de las glocalidades específicas.
Sin embargo, lo que sí significa es que las redes tradicionales ya no bastan para explicar la complejidad del mundo real que tienen que gobernar. Las relaciones de poder, de conflicto, de alianza, de conocimiento, y de interés se establecen ahora también de modo lateral, entre las diferentes verticalidades de los distintos Estados. Tiempo ha que la economía internacional se aleja de los conceptos similares a la Compañía de Indias, que regía el comercio Inglés en interés del Estado y bajo su directa tutela. Ahora cada uno de los agentes es independiente por si mismo, y busca su posición en la estructura.
Esto, por supuesto, es una parte clave de la redefinición moderna de los estudios sobre relaciones interestatales. Así como antiguamente en estas los actores eran únicamente los Estados, hoy en día incluyen a una multitud de diferentes actores como son las empresas transestatales, las Organizaciones no Gubernamentales, las Organizaciones Gubernamentales, las Organizaciones de Estados, etc. Todos ellos, con sus diferentes dispositivos, juegan al juego de la red global de constructos sociales.
Y esa red se juega en las grandes Ciudades Globales, auténtico nexo entre todo ello. En cierta medida, pues, son ellas las señales de un futuro que estamos construyendo desde los años 80, tras la crisis del modelo Keynesiano y el ascenso del modelo neoliberal completamente centrado en las grandes operaciones transestatales de altas finanzas y corporaciones multiestatales.
Las Ciudades Globales se vuelven así nexos que articulan, o deben articular, el conjunto de la red construida en su región con aquella que gobierna el mundo al margen de ella. Debe articular los ayuntamientos, los pueblos, las ciudades medianas o pequeñas, y conectar todo eso con las grandes autopistas, aeropuertos y vías de tren rápido. Así da salida a lo local en un entorno más global. Y debe hacerlo siguiendo un modelo más próximo al Alemán que al Inglés, donde se articulen numerosas Ciudades Globales vinculadas a su espacio, en lugar de una única para todo un Estado que polarice el desarrollo de todo en si misma.
Las “exópolis” deben saber ser al mismo tiempo también “endópolis”, no vueltas hacia si mismas, pero si a las regiones en las que están insertas. Se articularía así un nuevo espacio glocal, donde los flujos podrían ser distribuidos desde estas ciudades a todo el espacio que las rodea, creando un entramado denso no sólo de grandes ciudades, sino de ciudades pequeñas, zonas rurales, y cualquier otro elemento, pero todo ello vinculado a la globalidad por medio de los mejores medios de comunicación que esas grandes ciudades pueden ofrecer.
Sólo así se pueden construir verdaderas regiones europeas, y con ello un modelo de desarrollo de Europa más sostenible, y más extendido al resto del espacio que cubre la Unión, en lugar de centrarse únicamente en unos pocos polos hiper-desarrollados.
Costán Sequeiros Bruna
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