Hace muchos años, desde finales de la dictadura pero sobretodo con la llegada de la democracia, el crecimiento económico español era muy fuerte. Un crecimiento que aupaba a las clases bajas y medias en el ascensor social hacia una calidad de vida mejor, basada sobre el hecho de que la tarta de ganancias crecía y por tanto salía más a repartir. Políticas socialistas y redistributivas consolidaron temporalmente esto, fortaleciendo con ello una promesa central con la que mi generación ha crecido y que ha guiado las acciones de muchas de las personas de la generación que me precede: que viviremos mejor que nuestros padres.
Esta promesa de coger el ascensor y subir, se basaba en la conexión entre estudios y éxito profesional o laboral. Si una familia de clase humilde hacía esfuerzos económicos para mandar a sus hijos a la universidad a estudiar carreras como medicina o derecho, ellos viviría mejor y la familia habría medrado. Así, las tasas de acceso universitario en España fueron creciendo hasta un grado muy alto, y sin embargo, la promesa era falsa.
Para que funcione un modelo basado en la formación de los miembros de un país, la economía de ese país debe basarse en esa formación: trabajos creativos, de alto requisito intelectual o de conocimientos, de desarrollo, de I+D+i, etc. Y no lo que por otro lado se estaba construyendo: un sistema económico basado en los servicios, en el ladrillo y en la playa. En un mundo donde crecía el paradigma informacional, España apostó por el sector terciario y la construcción, que son sectores donde no hace falta nada de la alta formación que la juventud estaba teniendo. Y mientras, las familias se sacrificaban pagando carreras y masters, el mercado laboral no se ajustaba para demandar esos perfiles en el grado en el que surgían.
Sin embargo, bajo el crecimiento económico, eso no se notaba. Y con la promesa de que el ascensor social funcionaba, la Transición se hizo de forma modélica. No hubo violencia, las instituciones se fueron democratizando rápidamente, se convocaron elecciones que no fueron cuestionadas, y en muy pocos años España había pasado de una dictadura a una democracia representativa a la Europea. Si, las élites franquistas seguían estando ahí (y siguen), y nunca tuvieron que pagar por los crímenes de la dictadura y aún ahora se movilizan y protestan cuando se habla de desenterrar cadáveres de cunetas o de sacarlo del Valle de los Caídos. Pero no pasaba nada, no hacía falta justicia porque teníamos riqueza creciente.
Pero dejamos avanzar el reloj del tiempo, y lo que vemos es que en buena medida, lo que antes fue un crecimiento de la distribución de la riqueza, pronto fue cambiando. Las élites ricas se fueron enriqueciendo más, mientras vendían el discurso de que todos podíamos hacernos ricos si estudiábamos, emprendíamos, etc. Y cada vez más, la riqueza que ellos tenían era mayor que la que tenían otras clases. Pero como todas tenían más que antes, aunque no fuera en la misma proporción, todo estaba bien. Era la magia del crecimiento. Y la gente se iba de vacaciones al otro lado del mundo, se compraban televisores para todas las habitaciones y se endeudaban para bodas dignas de la realeza.
Y luego llegó la crisis. Con ella, España no solo dejó de crecer sino que decrecíó rápidamente. Paro, rescates a bancos y autopistas, recortes en el Estado de Bienestar… todo el abanico de cosas habituales ante una recesión, manejada con política de recortes en vez de una política keynesiana.
Y es que, como suele ser habitual cuando hay un shock, el neoliberalismo la aprovechó para desestructurar los sistemas de intervención Estatal. Reducción de inversión en servicios públicos, las pensiones no crecen, etc. Y, con ello, las clases bajas y medias se empobrecen. Porque no nos llevemos a engaño, por mucho que los bancos fuesen responsables de parte de la crisis, por mucho que otra parte fuera de las constructoras, etc. esa gente no se empobreció. Los ricos siguen siendo ricos, de hecho durante la crisis creció el número de millonarios, mientras toda la clase media y baja se empobrecía. Porque lo que la crisis hizo, además de empobrecer al conjunto del país, es hacer crecer los índices de desigualdad.
Y aquí estamos en el mundo post-crisis, con una lección dura aprendida: era mentira que viviremos mejor que nuestros padres si nos esforzamos, con suerte no viviremos peor. Los ricos, nacen ricos, y los pobres se quedan en pobres. Esa es la realidad para la infinita mayoría de la gente, más allá de cuatro excepciones que llenan los discursos públicos con ejemplo de “gente hecha a si misma”. La mayor parte de las cuales, o ya empezaron en una situación privilegiada, o pertenece a sectores muy concretos como el deporte.
¿El resto? Esperando tener un trabajo de 1000 € al mes, cuando antes ser mileurista era ser pobre. Y con pocas expectativas de que eso cambie porque la riqueza no se redistribuye como debería, los ricos evaden sus impuestos, y el Estado de Bienestar cae sobre los hombros de las clases trabajadoras. O teniendo que hacer las maletas para emigrar a buscar otros países donde sus altas cualificaciones si tengan valor y reconocimiento.
El ascensor social, desgraciadamente, no funciona. En buena medida nunca lo ha hecho, no al menos en el grado en que se anunciaba, pero ahora desde luego que no lo hace. Y no es cosa solo española, la República Democrática de Alemania (la del Este) soñaba con esa mejoría en condiciones de vida cuando derribó el Muro de Berlín y se reunificó con la República Federal Alemana… y, sin embargo, arrastra unos deficits que la hacen parecer otro país completamente diferente, aún hoy en día.
Y es que, desgraciadamente, el ascensor es un mito. Como el sueño americano. O como que vivimos en una democracia donde manda el pueblo soberano.
Costán Sequeiros Bruna
Y tú, ¿qué opinas del ascensor social?