Basta con entrar en un bar y encontraremos a un grupo de amigos comentando sobre una cerveza o un café cómo arreglar el mundo. Todos ellos tienen ideas sobre cómo mejorar el funcionamiento de la política, o dónde invertir los fondos, etc. al margen de que realmente hayan estudiado el tema o no. A nadie se le ocurre decir cómo un ingeniero debe construir un puente, o cómo un matemático debe solucionar un problema. Sin embargo, con la sociedad, todos somos unos expertos. ¿A qué se debe esto?
El cerebro está construido para ser capaz de dar respuesta a todas las situaciones que se le presentan, de modo rápido y ágil. Esto implica aceptar cierto margen de error, a cambio de eficacia de tiempo/respuesta. El mecanismo principal para ello es el de los arquetipos, que son construcciones que hacemos sobre aquellos que nos rodean. Así, si vemos a una chica con cresta verde, camiseta del Che, y pantalones vaqueros desgastados, rápidamente la catalogaremos como una punk.
Cada arquetipo entonces inmediatamente pone en juego una serie de connotaciones para decirnos qué significa que sea una punk y como es ella: será de izquierdas, probablemente rebelde y antisistema, feminista, problemática, etc. Y en respuesta nos dará las pautas sobre cómo interactuar con ella de modo eficaz, diciéndonos por ejemplo que la saludemos con un “hey tía” en vez de un “buenos días señorita”.
Esto consigue así que, con un simple vistazo, sepamos sobre ella todo lo que necesitemos para interactuar con ella del modo más eficaz posible, aceptando que en ocasiones los arquetipos se pueden equivocar (podría ser, por ejemplo, Carnavales, y ella no ir con su look habitual). Y cómo construimos la red de significado también puede ser problemático: el racismo, por ejemplo, implica que en la red de significados de negro, por ejemplo, entren adjetivos negativos como ladrones, asesinos, roba-trabajos, subraza, o cualquier otra de las estupideces en las que creen los racistas; y, al tenerlos integrados en su significado de negro, interactuarán con ellos en base a toda esa sarta de nociones.
Pero los arquetipos no sólo se usan para individuos, sino que son parte importante de la forma en que interactuamos con la sociedad como conjunto. Así, tenemos arquetipos para los políticos, las funcionarias, los empleados de correos, las minorías étnicas, etc. Incluso instituciones, empresas, o países enteros son sujetos a la arquetipización por parte de nuestro cerebro.
Pero los arquetipos siempre tienden al error. En teoría, cada vez que vas interactuando con alguien vas construyendo los arquetipos que usas (que son más moldeables cuánto más joven se es, por ello mismo). Esto debería funcionar para que, cada vez más, los arquetipos se ajusten a la realidad. Sin embargo, no es así, debido a que en realidad no interactuamos con la sociedad en su conjunto. Interactuamos con nuestros compañeros de trabajo (con los cuales tenemos cosas en común como la clase social, el nivel de estudios, etc.), con nuestros amigos (a los cuales elegimos normalmente precisamente por las cosas afines), con la familia (que nos ha criado para ser relativamente similares a ellos), etc. Aunque es cierto que en ocasiones interactuamos con gente de fuera de nuestros círculos habituales, lo cierto es que la inmensa mayoría de las veces lo hacemos con los de dentro. Y estos, precisamente por sus similitudes, lo que hacen es confirmarnos continuamente los arquetipos que usamos, y que no le demos importancia a los “errores” que vemos en ellos (así, es más probable que nos acordemos de la frase antisistema que dijo la punki, que a cualquier cosa que haya hecho pero que no encaje con el arquetipo, que clasificaremos como algo sin importancia, un error, algo específico de esta punki o lo que sea para no someter a juicio al conjunto del arquetipo). Incluso los medios de comunicación, novelas o las películas hacen esto, ya que leemos periódicos que nos gustan (normalmente, de nuestra misma ideología), y las películas y novelas que nos gustan son las que conectan con nosotros y, por ello, normalmente comparten más o menos nuestro universo de significados.
Es así como llegamos a la casuística. La casuística consiste en juzgar al conjunto (a toda la sociedad, en este caso) en base a los casos que de la misma conocemos por nuestra experiencia. Pero, como hemos visto, nuestra experiencia en realidad está muy sesgada, de modo que no es un buen rasero, lo cual hace que extrapolemos sobre el conjunto cosas que realmente no son ciertas. Así, como mucho podríamos decir que conocemos la ciudad donde vivimos, o quizás un par de ellas si nos hemos ido mudando por ahí, e incluso en ellas nuestros arquetipos y vivencias se ciñen a ciertos círculos sociales. Por tanto, cuando extrapolamos, en general incurrimos en errores: “todos los políticos son corruptos” (¿en serio has investigado a todos los políticos para saberlo?), “los economistas son de derechas”, “los tíos son unos salidos”, “España es atea”, etc. son extrapolaciones de nuestra experiencia sesgada, que puede o no encajar con la realidad.
Y, sin embargo, como con los arquetipos individuales, lo que hacemos es extrapolar sobre el conjunto de la sociedad esas ideas y actuar en consecuencia. La única forma de solucionar esto es forzarnos a interactuar fuera de nuestros círculos sociales (lo cual, en el mejor de los casos, es complicado), buscar datos, analizar la situación con conjuntos agregados, hablar con gente escogida de modo aleatorio, etc. de modo que, lentamente, podamos irnos exponiendo a realidades que no hubiéramos visto de otro modo pero que realmente son parte de la sociedad. Y, con ello, poder irnos acercando lentamente a la objetividad de la realidad, inalcanzable siempre, pero normalmente muy alejada de las ideas “de sentido común” que tienen esos amigos en torno a la mesa del bar.
Costán Sequeiros Bruna
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