Escrito por Santiago Carrillo, este libro es un trozo de la historia española recogida en 260 páginas. Compuesto por 15 biografías de las personas que Carrillo considera clave en la 2ª República, la Guerra Civil y la Transición, nos da una panorámica de casi un siglo de cambios y conflictos que han configurado el presente del país, a través del análisis de sus protagonistas, a muchos de los cuales Carrillo conoció personalmente. Obviamente, y él mismo lo reconoce, la objetividad total es imposible cuando se está tan involucrado en los hechos, pero si creo que ha logrado mediante la reflexión y el tiempo obtener un punto de vista suficientemente neutral como para conseguir quince retratos muy interesantes. Veámoslos brevísimamente, con unas pinceladas para cada uno:
Así, nos encontramos que empieza con Azaña, a quien considera el hombre adecuado para modernizar España pero que llegó siglos tarde; amén de incapaz de manejar una Guerra Civil creciente y aquejado de demasiada soberbia, paralela a su gran capacidad como político y su brillante oratoria.
Le sigue Largo Caballero, que describe como un hombre hecho a si mismo preocupado siempre por aprender, y cada vez más defraudado y radicalizado por la política; cometiendo el trágico error de oponerse al gobierno de Prieto, que Carrillo cree que podría haber tenido más éxito a la hora de defender la República y fracasando a la hora de defender Madrid y, después, como Ministro de la República.
El tercero es Indalicio Prieto, también de origen humilde, que Carrillo retrata como el opuesto a Largo Caballero: el hombre de acción más que de reflexión, presente en todos los movimientos revolucionarios de la época. Capaz, sin embargo, de llegar a ministro y uno de los principales conspiradores contra Primo de Rivera y luego contra la CEDA. Sin embargo, era también un hombre impulsivo y, eventualmente, un hombre derrotista que no cree que la República pueda ganar la guerra que él mismo dirige, y obstaculizando después que las fuerzas republicanas logren formar gobierno unificadoen el exilio.
El cuarto es el oponente, Gil-Robles a quien describe como alguien constante y decidido sobre sus ideas, siempre preocupado por el papel y ascenso de la izquierda; repugnado por un sistema democrático dentro del cual tenía que trabajar como miembro de las constituyentes y del Parlamento, resulta capaz de liderar el movimiento para tomar democráticamente el país y de ahí moverse hacia el totalitarismo y que, al fallar esto, se aleja y deja que sean Franco y otros los que se muevan, gente a la que él puso en esos cargos durante su tiempo como Ministro de Guerra.
Le sigue Jose Antonio Primo de Rivera, a quien Carrillo dedica pocas páginas y retrata como alguien incapaz de disputarle la posición a Franco. Lo pinta como un fascista, que desde la dirección de Falange sólo podía seguir los dictados del Generalísimo.
Tras él viene la Pasionaria, por quien Carrillo demuestra un enorme amor y pinta de la mejor de las formas. La pinta como la voz del pueblo, la eterna combatiente, capaz de dejar de lado su vida privada por defender a la población y a los ideales comunistas. En su retrato, casi sin sombra alguna, narra la fé de Dolores Ibarruri por el ideal comunista-soviético hasta casi el final, permanentemente en contacto con la calle a lo largo de toda su carrera, lo que le permite dar voz a ese pueblo que la reconoce como una de los suyos.
A Franco no lo pinta tan generosamente, sino más bien al contrario, como un hombre ambicioso, ignorante y despiadado, más interesado en su propio beneficio que en el del país. Capaz de irse de descanso y pesca demasiado a menudo y carente de gran ambición o capacidad intelectual que le de ideas de gobierno. Un hombre oportunista, siempre apostando a caballo ganador mientras otros luchaban sus batallas, aunque era el hombre que dominaba el ejército en el momento en que un sector de la sociedad demandaba ese ejército, en una época en que el fascismo crecía en el mundo al que, después de la 2ª Guerra Mundial, abandonó como ideología para mantener su posición en un mundo cada vez más democrático. Dotado de una crueldad y una frialdad que poco menos le hacen dar un cuadro de psicópata.
Juan Negrín resulta, a ojos de Carrillo, el gran olvidado, un hombre de gran capacidad intelectual y analítica que, sin embargo, la historia deja de lado pese a su papel como secundario en muchas ocasiones y su posición como el último presidente de la 2ª República. Capaz de ver más allá que muchos y entender el panorama mundial como pocos, que apoya a Prieto a quien, como vimos antes, Carrillo considera que hubiera sido el hombre capaz de detener a Franco. Un hombre, sin embargo, aupado siempre por las circunstancias, no por sus movimientos, por mucho que su capacidad siempre muestre estar a la altura. Sin duda, es el segundo cuadro más brillante que pinta Carrillo a lo largo de todo el libro.
Le sigue Don Juan de Borbón, el cero más iluestre de la dictadura en palabras de Carrillo, un hombre incapaz de conseguir sus objetivos debido a su poca voluntad y a lo malo de sus consejeros. Al final, se pliega a Franco aceptando siempre promesas lejanas y poco creíbles, incapaz de aprovechar las oportunidades.
Manuel Fraga es el siguiente, a quien Carrillo pinta bien como el más demócrata de los franquistas, o como a un hombre con la capacidad política de entender que los vientos habían cambiado y de adaptarse a los mismos. En cualquiera de los casos, logró situar a la derecha dura dentro del modelo de la Transición. Un hombre autoritario, de difícil trato pero con gran capacidad como político y que, al final, se adhirió de forma sincera a la Constitución. Su principal fracaso durante la democracia: su manejo de la entrada de España en la OTAN, que destruye su capacidad para realmente llegar al gobierno.
Tras él va Tierno Galván, el gran alcalde de Madrid, que describe en la dictadura como un posibilista, alguien que reforma las cosas sin grandes cambios ni conflictos, desde dentro, poco a poco. Un hombre complejo: orgulloso, tenaz, modesto, ambicioso… que le llevan a convertirse en uno de los líderes de la oposición interior a Franco.
Adolfo Suárez es el gran negociador, capaz de conseguir paso a paso que todos los sectores opuestos se sienten a una misma mesa. De su capacidad de colaborar con el Rey y con las fuerzas de la oposición y de dentro del franquismo nace su éxito y, con ella, la Transición. Un hombre seductor, un sincero demócrata, capaz de derrotar al ejército (la institución más opuesta al cambio) mediante una eficaz política de hechos consumados. Su principal error: romper la política de consenso durante su último periodo como Presidente, que eventualmente llevaría a que el PSOE lo superase en votos y la UCD se reventase por dentro debido a las distintas fuerzas que convivían en su interior.
A Felipe González lo retrata como el gran estadista, capaz de entenderse con los gobiernos europeos de tú a tú y manejar el poder. Un hombre de ideología ambigua, capaz de llevar al PSOE a su madurez acercándolo al centro y alejándolo del marxismo; y, claramente, centrado en reducir el papel del Partido Comunista. Su imagen se empaña por la corrupción y el GAL, por mucho que parezca no estar directamente involucrado; la principal crítica, sin embargo, es que transformó el PSOE en un partido personalista, el su partido, dejando desdibujados la ideología y los valores sobre los que se sustentaba.
Si bien todos los demás capítulos son dedicados a personas que, en principio, más o menos mantienen una línea e ideología a lo largo de toda su vida, el de Jorge Semprún es el opuesto. Narra desde su estancia como joven idealista y callado en el PCE hasta su posterior evolución/cambio hacia escritor cada vez más alineado con la derecha anticomunista. Y, en sus pocas páginas, no deja de sentirse el sabor amargo de un Carrillo que ha perdido, en Semprún, a un buen amigo.
Juan Carlos I cierra el libro con el capítulo más corto, aunque en realidad él aparece en la mayor parte de los capítulos de una forma u otra. Y, confesándose republicano, Carrillo no puede más que escribir positivamente del Rey que, en sus palabras, “renunció al poder absoluto heredado para devolver la soberanía a un pueblo que aún no podía tomarla por la fuerza”. Un hombre con una infancia dividida entre los pulsos de deber y lealtad hacia su padre y hacia Franco, quien le tiene “cautivo”. Se convierte así, a ojos de Carrillo, en el hombre que ha conseguido hacer tabula rasa con el pasado de los Borbones y devolverle la legitimidad a la institución gracias a su acción durante y después de la Transición y que ha conseguido acercarse tanto al pueblo que, siendo superior, le considera uno de nosotros.
En resumen, un muy personal vistazo a la historia de España, siempre interesante y mucho más completo de lo que aquí puedo transmitir. Me quedaré con la duda de, ¿qué escribiría si el libro se publicase hoy? ¿Que diría del gobierno de Aznar? ¿De Zapatero? ¿De la desligitimación de la Corona? ¿Y de la corrupción generalizada del PP?
Costán Sequeiros Bruna
Y tú, ¿qué opinas de la imagen de Carrillo? ¿Y de estos personajes históricos?