A principios del siglo XX, la psicología dedicaba muchos esfuerzos a entender qué era eso de la inteligencia. Se propusieron numerosas definiciones que, de un modo u otro, focalizaban el estudio de la misma en torno a la capacidad intelectual, la capacidad de abstracción, la racionalidad, etc. Sin embargo, en esta época inicial había cierta amplitud de miras en torno al entendimiento de la cuestión, con diversas teorías que no estaban necesariamente de acuerdo del todo con esa visión de la inteligencia.
Eso cambió a partir más o menos de los años 20. El auge de los tests de coeficiente intelectual que se estaba produciendo desde 1917 abrió un mundo para explorar y medir la inteligencia. Tests que medían estas características fueron implantados en diversas empresas, en el ejército americano, etc. como modo de saber a priori quienes eran aptos para ciertos puestos. Y, al extenderse, la visión de la inteligencia quedó cada vez más centrada en esa forma particular de entenderla: de hecho, llegó a decirse que “inteligencia es eso que miden los tests” (lamentablemente, no encuentro ahora de quien era la cita).
El auge del conductismo, con su foco en una teoría muy simple y las herramientas para aplicar y cambiar problemas psicológicos, unida al crecimiento de los tests de CI, hizo que el debate de la inteligencia durmiese durante años. Pero a finales de los años 70, esta forma de entender la inteligencia ya estaba mostrando sus fallos, porque cada vez más se encontraban evidencias de que los tests de CI no servían para medir cosas centrales como el éxito. O este no dependía de la inteligencia, o la inteligencia incluía cosas que esos tests no estaban analizando.
Es en este ambiente en el que Gardner publicó su teoría de las inteligencias múltiples en 1983. En su teoría, Gardner explica que la inteligencia en realidad está compuesta de una multitud de distintas aptitudes intelectuales, que conforman los muy diversos aspectos de la inteligencia. Y que toda persona tiene inteligencia de todos los tipos, pero no todo el mundo en el mismo grado ni con el mismo desarrollo. En su modelo original, había estas clases de inteligencia, a las que luego fue añadiendo otras que personalmente ya me parecen más dudosas:
-Inteligencia lingüistica: la capacidad intelectual asociada con aprender idiomas, manejarlos con fluidez, etc.
-Inteligencia lógico-matemática: la que se acerca más a la visión tradicional de la inteligencia que todos tenemos en mente.
-Inteligencia musical: que tiene que ver con la capacidad para entender los sonidos, construirlos, componer música…
-Inteligencia corporal-cinestésica: que tiene que ver con la capacidad para controlar movimientos fluidos y complejos, bailar, hacer deportes, etc.
-Inteligencia intrapersonal: la capacidad para entenderse y conocerse a uno mismo, analizar lo que pensamos y sentimos…
-Inteligencia interpersonal: la capacidad para entender a los demás, empatizar, comprender lo que están viviendo, etc.
Este planteamiento de diversas inteligencias fue determinante a la hora de reventar el monopolio en torno a la inteligencia como una cuesyión de fría y dura racionalidad. Este enfoque ponía el énfasis no en la existencia de gente inteligente y no inteligente, sino en la existencia de personas con distintos tipos de inteligencia, ni mejor ni peor unas que otras, sino que sirven para distintos tipos de actividad. Así, un bailarín puede ser tan inteligente como un físico, simplemente han volcado su inteligencia en controlar procesos mentales distintos, encaminados a diferentes tipos de actividad.
Este énfasis va a ser el que Salovey y Mayer recojan en 1990 para definir la inteligencia emocional, aún cuando quien populariza el término es Goleman en 1995. Cogiendo la idea de las inteligencias intra e inter personales, Salovey y Mayer proponen una inteligencia emocional que se centraría en la capacidad intelectual asociada a tres procesos escalados: percibir, comprender y gestionar.
Estos tres procesos son escalados porque para hacer uno hacen falta los anteriores (no se pueden comprender las emociones si no se perciben, no se pueden gestionar si no se comprenden). Volcadas hacia el individuo estas tres dimensiones hacen las dimensiones de inteligencia emocional interna (percepción emocional, comprensión de nuestras emociones, gestión de nuestras emociones); mientras que volcados en los demás componen las dimensiones de inteligencia emocional externa (empatía, comprensión de las emociones de los demás, gestión de las emociones de otros).
Este enfoque en la inteligencia emocional es el más extendido en los estudios científicos de la psicología, porque no pone el énfasis en rasgos de personalidad, sino en la capacidad intelectual. Igual que Gardner definía los distintos tipos de inteligencia como la capacidad intelectual para procesar distintos tipos de estímulos y gestionarlos apropiadamente (como componer una canción por ejemplo), Salovey y Mayer definen la inteligencia emocional del mismo modo, como la capacidad intelectual para gestionar y comprender los estímulos y procesos emocionales propios y ajenos. Es, por tanto, algo que todos tenemos, aunque no en el mismo grado porque no todo el mundo lo desarrolla, igual que no todo el mundo sabe componer una canción aunque todo el mundo tenga inteligencia musical.
El enfoque más extendido socialmente, sin embargo, no es el de Salovey sino el de Goleman. Y Goleman y muchos otros lo que han hecho es coger el modelo de capacidades/habilidades y añadirle elementos valorativos: ser de cierta manera es ser una persona con buena inteligencia emocional en su visión. Así, a los elementos anteriores se les añaden otros como el afán de superación, el optimismo o la innovación, entre otros. Estos elementos distorsionan la imagen original de la inteligencia pues no son elementos propios del cerebro, de la capacidad de gestión de información, sino que son rasgos de personalidad. En el modelo de Salovey, no tiene por qué tener mayor inteligencia emocional una persona optimista que una persona que no lo es, cuando en el modelo de Goleman si.
En términos analíticos y explicativos, sin embargo, el modelo de Salovey (heredero del de Gardner de inteligencias múltiples) es sin duda mejor. Explica más la realidad, expone mejor las herramientas, lucha por crear un modelo donde todo el mundo es visto sin juicio de valor sobre quienes son. Y, sin embargo, pese a que indudablemente es mejor modelo en todos los sentidos, es el modelo de Goleman el que llena las estanterías de las librerías y vende miles de copias, lo cual hace que sea el modelo que la mayor parte de la sociedad entiende como correcto, aunque sea peor.
El resultado de todos estos cambios en la forma de entender la inteligencia es el que ha hecho que, a partir de finales del siglo XX, los estudios sobre la inteligencia hayan evolucionado. Han pasado de ser solo tests de CI, con claras limitaciones, a incluir el estudio de otras dimensiones que contribuyen a responder a las preguntas que demostraron que el modelo de CI era incompleto. Así, por ejemplo, la inteligencia emocional ha demostrado ser una capacidad muy útil a la hora de medir el éxito personal y profesional de una persona, a menudo en mayor grado que la inteligencia medida por el CI.
Sin embargo, como es obvio, todos estos modelos alternativos han reabierto la vieja pregunta “¿qué es la inteligencia?” y sin embargo aún no han dado una respuesta sólida. Hay muchas teorías, distintas aplicaciones y mucho trabajo realizándose en este ámbito, pero sin duda es un ámbito reciente y, por tanto, aún falta mucho trabajo por hacer. Al fin y al cabo, el trabajo en inteligencias múltiples no se pudo empezar a extender hasta que Gardner escribiese en 1983, y eso en términos de conocimiento científico es prácticamente ayer.
Costán Sequeiros Bruna
Y tú, ¿qué opinas sobre la evolución de la forma de entender la inteligencia?