
La vida, si la resumimos mucho, es una sucesión de tomas de decisiones. Ante una situación, tenemos que escoger qué hacer buscando con ello un resultado lo más positivo posible para nosotros, nuestros objetivos, la gente que queremos, etc. Estas decisiones, sin embargo, existen en un entorno básicamente opaco, porque en la mayoría de casos tenemos que escoger desconociendo las consecuencias de lo que vamos a hacer.
Usemos un ejemplo sacado del videojuego Get Even. En él, nos encontramos en algunas escenas en un psiquiátrico, y en una de ellas estamos ante una celda donde hay un paciente. No vemos bien lo que hay dentro, pero tenemos al lado un interruptor eléctrico, sin ninguna explicación. En el mundo normal, podríamos imaginar que es el interruptor de la luz que nos permitiría ver bien lo que hay en el interior de la celda, pero en un juego que tiene un componente de terror podrían pasar otras cosas… podría abrirse la puerta de la celda y dejar libre a un loco peligroso, o quizás podría electrocutarse el interior matando al paciente en un loco experimento. O muchas otras cosas. Y no lo sabremos hasta que le demos al botón.

Quizás, de todos los temas por los que se ha debatido en política, el de la libertad sea uno de los que más ríos de tinta haya vertido. Desde los antiguos discursos griegos a favor y en contra de los tiranos o de la democracia, a la redefinición de la libertad en la Edad Media, la posterior reconstrucción en la Ilustración, y su conversión en pieza central del discurso del individuo y del Estado a partir de entonces. Hoy en día, pocos discursos, debates y autores escapan a discutir el significado y los límites de la libertad, y a lo largo de los años este es un tema que ha aparecido muchas veces en este blog. Pero, tras tanto tiempo, es hora de retomarlo y volver a analizarlo.