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Sociología

Vivimos Engañados

No se trata de ninguna gran conspiración ni nada por el estilo, a menos que consideremos la propia programación del cerebro como una; pero lo cierto es que nos engaña de mil maneras diferentes. La que voy a tratar ahora es una de las falacias más típicas e importantes con las cuales lo hace.

Lanza un dado diez veces sin hacer notas y observarás que tal o cual número sale más o menos veces. Hazlo con cien tiradas, confiando sólo en tu memoria, y luego con mil, y llegarás a la conclusión de que tal o cual número sale más veces. Es falso.

Si hubieras ido tomando notas, con casi completa probabilidad, habrías anotado que en realidad todos salen más o menos igual número de veces (a menos que el dado esté trucado o deformado). El cerebro, por cualquier razón, se ha fijado más veces en un número o en otro, quizás porque salieron muchos seguidos, o porque te gusta más, y les otorga más importancia y más seguimiento, dando así la sensación de que salen más veces.

Hay un millón de cosas así en la vida. Sabemos que muere mucha más gente en la carretera que en los aviones, pero aún así nos da miedo volar. O jugamos a la lotería todos los jueves, aunque sabemos que en realidad la probabilidad de que nos toque no es mayor que un percentil despreciable tras una coma con una larga ristra de cero detrás de ella. Pero claro, quien no juega nunca, nunca le toca, y a alguien le tiene que tocar, ¿por qué no a nosotros?

El cerebro juega hace esto por dos importantes razones. La primera, es que esa capacidad de juzgar los hechos y de intervenir, le da cierta sensación de control sobre los mismos, y con ello seguridad y confianza. Aunque el boleto de lotería que cogemos tiene el mismo número de probabilidades de salir que cualquier otro, nos gusta escoger uno u otro, y siempre nos parece que numeros como “1-2-3-4-5” o “0-0-0-0-0” nunca van a salir, cuando en realidad tienen las mismas probabilidades matemáticas que cualquier otro. Es algo que está en la base del surgimiento de las religiones, cuando aparece el chamán que con su danza trae las lluvias las gentes pasan a creer que pueden controlar algo que está más allá de su control de verdad, y que puede tener efectos drásticos y terribles en sus vidas. Y eso les da seguridad, les reduce el estress, el miedo, la incertidumbre y, en resumen, les hace más felices.

La segunda, quizás más importante, para que el cerebro se engañe a si mismo así es la manera en que se basa para tomar decisiones. Lo hace en base a la memoria. Tú recuerdas que en el accidente de avión que hubo murieron cientos de personas, y eso se queda en tu memoria, mientras que no llevas en la cuenta cuantos cientos de ellas mueren en accidentes de tráfico pequeñitos pero constantes. Y ciertamente no recuerdas que el “0-0-0-0-0” haya salido nunca, pero es que en realidad tampoco recuerdas que el “1-7-4-8-4” lo haya hecho, sólo pasa más desapercibido porque no es tan llamativo.

El cerebro, así, se basa en su experiencia para escoger y predecir lo que va a pasar, independientemente de lo que en cierta medida sabe que es cierto. Y la estadística, a efectos de memoria, es casi invisible porque no se la ve a nuestro alrededor, no sale a tomar unas copas con nosotros ni se ha comprado una casa nueva. Y las verdades que a menudo susurra en nuestro oído quedan olvidadas en base a la experiencia que tenemos, concreta y finita de la realidad a nuestro alrededor. Así, si somos ateos, tendremos la sensación de que en el mundo hay mucha menos gente creyente de la que hay en realidad, porque nos relacionamos con amigos que más o menos son como nosotros, y por tanto, probablemente ateos. Nuestra experiencia, nos engaña.

Pero, ¿por qué? Por algo muy simple. Procesar el mundo a nuestro alrededor es demasiado costoso en términos de recursos y capacidad para el cerebro. Piensa en todos los estímulos visuales que tienes en este mismo momento, todo lo que estás oliendo, todo lo que sientes por el tacto, el sabor de tu propia boca, el latir de tu corazón, el movimiento de los párpados, respirar, digerir, excretar, las sensaciones de todos y cada uno de los nervios y músculos del cuerpo, y así hasta el infinito… Ciertamente, demasiado. En realidad, el cerebro no procesa la mayor parte de todo eso, sería imposible. Así, normalmente no sentimos el hígado a menos que nos duela, o que alguna otra razón nos llame la atención sobre él.

Pues con esto pasa lo mismo, no nos damos cuenta de los procesos más profundos porque ese grado adicional de abstracción es más costoso que simplemente dejarse llevar por la experiencia y los arquetipos/prejuicios. Al fin y al cabo, si antes fue así (o eso creemos) ¿por qué no lo iba a ser ahora? Sólo cuando de pronto cuando chocamos con que eso es obligatoriamente equivocado se produce el shock de tener que retejerlo todo (disociación cognitiva, que se llama). Es lo que se llama casuística, el efecto de cada uno vivir en base a su caso, a lo que ha visto, y no en base a la realidad objetiva, y es una de las cosas que más humanos nos hacen.

Costán Sequeiros Bruna

Estos son los comentarios que tenía el antiguo blog:

post 7-1

post 7-2

Y tú, ¿qué opinas de ello?

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