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Reflexiones personales

A Favor de la Injerencia Humanitaria

En su obra clásica “La Sociedad del Riesgo”, Ulrich Beck nos habla de un mundo que está afectado por enormes corrientes de riesgos globales: cambio climático, proliferación nuclear, corrientes económicas opacas… Estos riesgos afectan por igual a la población de todo el planeta, y para poder lidiar con ellos hay que actuar de modo global pues no reconocen los límites de las fronteras políticas ni los acuerdos internacionales.

El problema por tanto es que los países son incapaces de controlar esos riesgos y actuar sobre ellos, pues no pueden actuar a una escala tan mundial, lo cual deja a sus poblaciones desprotegidas ante ellos. Surge así una agenda del desgobierno, que incluye una serie de asuntos que los Estados no pueden manejar, y que no existen alternativas realmente sólidas y viables para hacerlo.

Y todo se debe a la soberanía en gran medida. Pensada originalmente por Bodino, debía traer al mundo una paz que no había conocido antes. Así, con Estados soberanos e iguales, que no podían introducirse en los gobiernos de los demás ni en su forma de manejar sus asuntos, surgía un mundo donde cada uno se dedicaría a sus asuntos domésticos y a relaciones internacionales pacíficas e iguales. La Paz de Westphalia debía consumar eso y establecerlo para siempre; la guerra franco-prusiana, las guerras napoleónicas, la Primera Guerra Mundial y la Segunda, así como infinidad de otros conflictos sangrientos demostraron que la paz de la soberanía se regaba con sangre.

La alternativa que se plantea a este modelo es el de establecer una gobernanza mundial efectiva y práctica que permita tratar con los riesgos globales allí donde se produzcan. Para esto las instituciones internacionales deben garantizar que se puede intervenir allí donde los derechos humanos estén siendo amenazados, independientemente de que el Estado que corresponde esté dispuesto a ser intervenido o no, ya que la población es más importante.

Obviamente, no se puede intervenir simplemente “porque si” y de cualquier modo en un país, sino que se debe hacer de un modo adecuado. Para esto hace falta el acuerdo de una amplia parte de la comunidad internacional a la hora de desarrollar el plan de intervención y cuidado a la hora de aplicarlo. En su “Libro Blanco Sobre la Gobernanza”, la Comisión Europea da cinco características que toda acción de gobernanza debería cumplir: apertura, participación, responsabilidad, eficacia y coherencia. Si una acción internacional cumple con las cinco condiciones se puede decir que es justa y transparente.

El problema es que la ONU, que debería ser la institución encargada de manejar este tipo de deberes es incapaz de hacerlo. La razón de esto es que la ONU es un organismo que se construye sobre el principio de soberanía, es su elemento central en toda su composición. Al respetar la soberanía, no puede intervenir en la manera en que debería y cuando debería, a menos que logre alcanzarse un acuerdo internacional muy amplio. Y, aún así, carece de los recursos propios para llevar adelante las acciones, necesitando que sean los Estados o las organizaciones a las que se lo solicita las que pongan los medios.

La mayor prueba de esto se dio durante la Guerra Fría, cuando los vetos cruzados de Estados Unidos y la Unión Soviética paralizaron la acción de la ONU por completo siempre que consideraban que se dañaban los intereses de sus Estados. Sus soberanías. Así que la ONU no hizo nada, con la excepción de aprobar la intervención en Korea gracias a que el Embajador Soviético, Malik, se encontraba ausente. La ONU pudo hacer lo que debía hacer precisamente cuando no funcionó como estaba diseñada. ¿Tiene sentido mantener sus esfuerzos, los recursos que se le destinan, si no puede cumplir su misión? ¿Para qué les pagamos entonces?

Hay que reformar la ONU, y las demás organizaciones internacionales, para dotarlas de los medios que las permitan crear una gobernanza efectiva y práctica. Que las permita intervenir en un Estado, quiera este o no, cuando las poblaciones están desprotegidas, o cuando requieren de acciones globales. No debe ser producto colateral y ocasional que se intervenga en la protección de ciudadanos, sino que debe ocurrir siempre que sea necesario, allá donde sea necesario, en la medida en que sea posible.

Gramsci dice que el lugar de la sociedad civil es la de actuar en el medio entre un Estado y su población. En el mundo está emergiendo una sociedad civil global, que abarca a los que usan internet, los que trabajan en ONGs globales como Green Peace, e incluso a aquellos que simplemente se sienten y participan en sus foros y lugares de debate. Esta sociedad civil carece de un Estado global que la pueda proteger y garantizar sus recursos y derechos, necesita que alguien lo haga. Para eso es requisito una gobernanza global con capacidad de intervención global, allá donde sea necesario y donde estos derechos estén siendo amenazados.

Tenemos los recursos en la sociedad occidental y del primer mundo para hacerlo, y los actos poseen la legitimidad de la justicia. Quedarse al margen cuando los derechos de otros son vulnerados en masacres o violaciones masivas es no sólo injusto, sino vergonzoso. La historia nos mira desde el futuro, y nos juzgará no por nuestros valores ni por lo que creemos, sino por lo que hacemos al respecto. Hablar de derechos humanos y quedarnos al margen de Ruanda demuestra que, hoy por hoy, son mucho más palabras en papel que hechos reales. Y es algo que debe cambiar, y para ello debemos eliminar o redefinir la principal traba: la soberanía estatal.

Costán Sequeiros Bruna

Y tú, ¿qué opinas sobre este tema?

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