El Bien Común, esa idea preciosa que supone que existen acciones que benefician a todos los habitantes de una sociedad o colectivo y que, por tanto, son deseables para todos ellos. Acciones que avanzan las agendas de las personas independientemente de sus ideologías, opiniones, posiciones sociales, género, cultura… porque son universalmente buenas. Es uno de los relatos más bonitos que existen en política, y sin embargo es una quimera inventada en el siglo XVIII para convencer y ganar apoyo. Sorprendentemente, en pleno siglo XXI, alguien la usó hoy para intentar convencerme de apoyar una iniciativa en la que no creo.
Pero, empecemos por unos ejemplos. Sería fácil pensar que construir un hospital público es un Bien Común, sin embargo, si todos pagan la construcción del mismo, el rico que tiene sanidad privada no lo considerará un bien sino un gasto innecesario. O la política de discriminación positiva, destinada a eliminar una desigualdad histórica como es el papel inferior de la mujer en el mercado laboral, puede ser vista como un bien común hasta que un hombre pierde un trabajo porque no está dentro del cupo.
Estas dos historias ilustran superficialmente una de las realidades básicas de las sociedades democráticas actuales: son sociedades plurales, complejas, de intereses opuestos y en conflicto. Ante la inexistencia de una autoridad superior (un Rey o un Dios) que pueda decidir qué es lo que está bien y lo que está mal, la sociedad se articula como una red donde los intereses de todo el mundo están en oposición en la arena política del país (y global) mientras cada uno avanza su propia agenda. Los ecologistas chocan con los defensores del libre mercado y la pérdida de regulación en materia económica (y, por tanto, sobre la ecología de las empresas), los feministas chocan con los movimientos a favor de mantener un estilo de vida “tradicional” y patriarcal sin aborto, los defensores de la democracia fuerte chocan con los defensores de los partidos clásicos, ateos contra religiosos, nacionalistas contra globalizadores, etc.
En una arena de choques e intereses contrapuestos, donde cada uno usa su poder para avanzar su propia ideología y sus intereses, no puede existir un bien común como tal. No hay ningún conjunto de bienes e ideas en las que todos estén de acuerdo. Incluso las cosas que más consenso generen (como no acostarse con niños) tienen detractores aunque sean menos (los pederastas, por ejemplo).
El Bien Común, es por tanto una herramienta demagógica, cuya función es que la gente no se pare a ver qué es lo que se está defendiendo y no piense críticamente al respecto. Apoyándose normalmente sobre visiones de la normalidad más o menos sesgadas, lo que se hace es defender agendas políticas concretas y tratar de anular a las demás (al fin y al cabo, si no estás de acuerdo es señal de que no te importa el bien de toda la sociedad). Ello implica que los grupos que usan esas palabras se arrogan el poder y la capacidad para decidir lo que es el bien para todos, más allá de las diferencias, y al hacerlo tratan de someter a todos los demás a su propia visión de la sociedad.
¿Quienes son los que suelen invocar estas palabras? Las élites, que usan el recurso al bien común como modo de anular la oposición a sus ideas y allanar así el avance de sus agendas por encima de las alternativas. No sólo las élites políticas, sino todas en sentido amplio, desde delegados y jefes sindicales a empresarios, líderes de opinión, etc. Todos ellos apelan con frecuencia al bien común para enmarcar el debate según sus términos, de modo que aquellos que no estén de acuerdo con ellos no estén en oposición con ellos en concreto y en igualdad sino que directamente se están oponiendo al bien de toda la sociedad.
Con todo esto no quiero decir que no existan bienes compartidos socialmente. Todos los ecologistas consideran un bien una industria menos contaminante, de modo que ese supone un bien colectivo para ellos. Sin embargo, lo que no existe es el bien común total, para toda la sociedad, pues cada colectivo está en conflicto con los demás.
Es, por tanto, una de las herramientas clásicas de la demagogia, una de las más básicas y, sin embargo, también una de las más efectivas.
Costán Sequeiros Bruna
Y tú, ¿qué opinas del bien común?