Esta no es la historia de ningún político concreto, sino una historia genérica que sin embargo encaja con la vida de muchos de ellos. Y eso es importante, porque el itinerario de la vida de un político (como el de todos) condiciona lo que somos con el paso del tiempo; al pasar los políticos por una serie de experiencias comunes, también se generan modelos concretos de políticos que son los que al final llegan al Parlamento o a los Ministerios. Así pues, ¿cómo es la carrera de un político medio en España?
El político medio entra joven en el partido que ha escogido. O bien durante secundaria o durante la universidad se unirá a las juventudes de su partido. Puede hacerlo por presión de sus amigos, por motivaciones ideológicas, por creer que “hay que hacer algo”, porque es una carrera de futuro, etc. Las razones son múltiples, pero la entrada tan temprano es una de las piezas clave de su biografía.
Por supuesto, muchos son los que entran en las juventudes de un partido eventualmente las dejarán por distintas razones, pero el político que llega al final no es uno de ellos. Al contrario, cuando los otros se quedaron sin tiempo, fueron defraudados por el funcionamiento interno de la política, se metieron en otros asuntos, etc. el futuro político mantuvo su apuesta por el partido bien por interés o bien por motivación ideológica. Es más, probablemente lo hizo y al mismo tiempo incluso amplió su compromiso con el partido, aumentando el tiempo dedicado al mismo y sus objetivos.
Y ese es el punto clave. Eventualmente, se presenta la primera posibilidad de tener una responsabilidad interna: quizás es organizar un evento, o controlar la asistencia o coordinar algo. Da igual, el futuro político lo hará y, con esa toma de responsabilidad, abre la puerta a nuevas responsabilidades cada vez mayores que querrá tomar. El objetivo, consciente o inconscientemente, sería llegar a tener un cargo en las juventudes del partido, crecer en la misma.
Pero eso requiere una inversión aún mayor de tiempo, lo cual normalmente redunda en que otros aspectos de la vida se tengan que sacrificar. Y si se sacrifican es necesario invertir más fuerte para que compense. Así que comienza la lucha interna dentro del partido, sacrificando a sus compañeros para poder ser él el que llega al cargo, haciendo favores a los de arriba y movilizando sus recursos para eliminar a la competencia.
Eventualmente habrá conseguido el cargo, quizás incluso remunerado y, con ello habrá iniciado oficialmente su carrera como político. Ahora ya tiene un trabajo que requiere más tiempo y recursos, por lo que si entró en secundaria probablemente ya no vaya a la universidad y si entró desde la universidad es probable que no llegue a ejercer su profesión sino que se dedique cada vez más al partido. Es el camino para poder llegar a los siguientes cargos, mejor remunerados y con más poder, normalmente ya en el ámbito local del partido, fuera de las juventudes.
Pero claro, todos quieren ser concejales, ediles o cualquier otro cargo público, de modo que la competencia se recrudece. La solución a una competencia cada vez más dura y donde el modo de subir es por decisión interna del partido (osea, por ser el que los de arriba consideran el candidato óptimo) implica que el político saca de nuevo los cuchillos y empieza a acuchillar a todos los rivales potenciales para el cargo que él quiere. En una máquina como es el partido, pesa así mucho más la capacidad para poder chantajear a los rivales y eliminarlos de la competición, para hacer favores a los de arriba y poder cobrarlos, para trabajar exitosamente a la hora de encargarse de sus responsabilidades, etc. que el hecho de que se tenga una idea de verdad de cómo funciona la política o qué hacer con ella.
Con el tiempo, el político eventualmente conseguirá un cargo y ahí las apuestas ya son mayores. Con más acceso a empresarios, a la financiación del partido, a un sueldo dentro de la institución, etc. al político cada vez le resulta más difícil abandonar su cargo. Al fin y al cabo, ha dedicado años de su vida a conseguirlo, si sale del sistema político se enfrentaría con gente de su edad que buscase trabajo y que lleva años de formación y trabajo en distintas empresas y, por ello, está mucho mejor preparada. Así que el político de carrera sabe que su juego está cada vez más atado a la esfera pública ya que de ello depende su plato de lentejas. Y, además, a medida que sube, resulta que no es un plato de lentejas lo que tiene, sino que su capacidad económica es mucho más alta.
De modo que el resultado es que se convierte en un mercenario del partido. Al ser el partido el que decide los ascensos (y, por supuesto, él quiere seguir subiendo) y los cargos, es el partido el que controla los sueldos. Por tanto, el político dedica tanto tiempo o más a eliminar a la competencia por los puestos que quiere, y la competencia de aquellos que quieren su propio puesto, como dedica a cualquier otra tarea, probablemente incluso más. Es su vida y ya no puede renunciar a ella, de modo que entra en su propio “juego de tronos” en el que se gana o se muere.
Si le va bien al partido y hay más escaños y cargos que repartir, su subida será relativamente feliz, en la medida en que hay tarta para repartir entre más gente. En cambio, si en las elecciones al partido le va mal y se cierran plazas públicas, el partido se encuentra con el problema de que mucho de su personal profesional (porque la política para ellos es eso, su trabajo y sustento) se va a quedar fuera de los cargos que el partido ha perdido, con lo que las cuchilladas arrecian para no ser el que pierda el puesto. Es el “drama” por el que pasó el PSOE cuando el PP ganó todo en las elecciones autonómicas y locales de 2011 y, de pronto, sus cuadros se encontraron con que su sustento desaparecía y había que buscar otras formas de conseguir dinero.
Por supuesto, precisamente porque no es capaz de competir en el mercado laboral real, nuestro político genérico habrá aprovechado su tiempo en el partido no sólo para medrar en él, sino para conseguirse amigos fuera del mismo o un buen colchón donde caer cuando su tiempo acabe. Si ese colchón es dinero en negro obtenido de prebendas políticas, tendremos entre manos uno de los muchos casos de corrupción en nuestro país; si las prebendas le dan un puesto en el consejo de una empresa cualquiera lo que tendremos será uno de los muchos ejemplos de puerta giratoria que llena nuestra política; y si prefiere quedarse informalmente en la política hasta poder reentrar tendremos uno de los muchos que se quedan en los cargos del partido o como asesores. Y es que el político ya no sabe hacer casi nada por si mismo, no tiene carrera de ningún tipo, de modo que si quiere seguir alimentando a su familia cuando ha caído en desgracia en el partido o este tiene malos resultados, la única opción que tiene es usar su mejor herramienta (su capital político) para hacerse con favores que le garanticen que va a poder mantener su nivel de vida y el de su familia.
Y ahora me diréis que, sin duda, el cuadro que he trazado de la vida de un político es cínico y que no se ajusta a la vida de ninguno de ellos en realidad. Y es cierto, es un relato genérico, pero la mayoría de ellos pasan por él de un modo u otro en gran medida. Siempre hay excepciones, como los que son profesores de universidad reclutados por los partidos y que, a veces, vuelven después a la universidad; o los expertos en derecho que los partidos reclutan no como políticos, sino como asesores internos a la hora de elaborar sus proyectos de ley y sus normativas. Son perfiles que existen, sin duda, pero en realidad son los menos.
Entonces, ¿qué resultado queda de los más? Básicamente, el sistema político de partidos electorales lo que genera no son buenos políticos: gente formada, con intereses amplios y conocimiento de la política y las necesidades sociales, con ideología trabajada y perspectiva crítica, capacidad para negociar y llegar a acuerdos, etc. Al contrario, lo que genera es una serie de políticos profesionales adictos a su partido, del que no pueden prescindir. Y, lo que es peor, que usan como mérito principal a la hora de llegar lejos en política su capacidad para pelearse con sus rivales y ser mejor que ellos, destruyéndolos de un modo u otro. De ahí que continuamente se vean declaraciones de tal o cual político en contra de otro de ellos, filtraciones sobre los fallos de los demás, o vendettas para recuperar posición ante aquellos que han maniobrado mejor. Es una lucha pública que solo refleja las muchas luchas y discusiones internas que tienen los partidos y que normalmente se ocultan del exterior en fotos donde todos están sonrientes y como si fueran los mejores amigos.
El resultado es que no tenemos buenos políticos, lo único que tenemos son buenas máquinas de destruir rivales internos que, una vez en el poder, hacen lo que pueden/quieren por sus propios intereses usando las herramientas políticas a su disposición. Y, ocasionalmente, se acuerdan de que les toca gobernar y que hay una ciudadanía que tiene demandas sociales. Añadid a esto la partitocracia que corroe el sistema y veréis por qué la democracia española (y muchas otras, que esto no solo pasa aquí) tiene los problemas que tiene). Y al ser algo tan extendido, no estamos hablando de un fallo de los políticos en si (que cada uno será responsable de sus propios fallos), sino un error estructural en todo el sistema político del país, el modo en que se seleccionan sus élites y la organización interna y externa del mismo.
Costán Sequeiros Bruna
Y tú, ¿qué opinas de la carrera de este político genérico?