A menudo, es fácil pensar que el dinero mueve el mundo, de modo que los países más poderosos son directamente los más ricos. Al fin y al cabo, el país más poderoso del mundo es Estados Unidos, y también tiene el mayor PIB del mundo, con lo cual parece que funciona (18 billones de dólares según el FMI en 2016). Sin embargo, si tenemos en cuenta que ahí pesa mucho el factor demográfico, en realidad Estados Unidos no es sino el décimo país más rico en términos de PIB per cápita (59 mil dólares por cabeza estima el FMI para 2017). Por encima estarían países como Catar, Luxemburgo o Singapur, países cuyo poder global es claramente inferior al norteamericano.
Lo que ocurre entonces no es que el dinero no importe, sino que hay muchas otras cosas de importancia a la hora de determinar el poder global de un país en el mundo. La primera de ellas va implícita en el párrafo anterior: la demografía. Uno de los principales recursos que tiene cualquier país es la población que lo habita, y cuanto mayor sea esta más cantidad de trabajo, innovación y genialidad puede realizar ese país. Al fin y al cabo, si el tiempo es igual para todos los Estados, lo que importa es cuánto trabajo se puede realizar en ese tiempo y la demografía es clave para ello.
Igual que la tecnología, el poder de los países depende también de las tecnologías con las que cuenta. A más avanzado sea, más cosas se pueden hacer con el mismo tiempo porque con la automatización se permite más trabajo por persona al haber robots a mayores. Y más información accesible y conocimiento difundido socialmente permiten más innovaciones políticas y económicas, permiten más investigación científica, toma de decisiones conjuntas más eficaces, etc.
Otra dimensión clave del poder de los países es un elemento de continuidad. A la hora de desarrollar un proyecto estatal es imprescindible crear unas políticas que vayan teniendo continuidad en el tiempo. Es necesario así que se fijen unas prioridades claras y que estas perduren en el tiempo, porque en el marco de lo que son los países, la mayor parte de proyectos de importancia (proyectos educativos, grandes infrastructuras, imagen global, etc.) requieren muchos años, a menudo más de los que dura una única presidencia. Así que es necesario que se construya una agenda global para el país que surja de su población y que las distintas administraciones que gobiernen la vayan implementando y manteniendo.
En línea con esto, el poder de un país también depende de su capacidad para gestionar sus contactos y conexiones globales. Al fin y al cabo, la era de la información actual es global, de nada sirven las pequeñas conexiones locales frente a las migraciones de datos y recursos que se producen a nivel mundial. En este sentido, la presencia sostenida y continuada en las instituciones internacionales da un gran poder para construir la agenda internacional y, por tanto, para el país que es capaz de construirla según sus intereses. En este sentido, por ejemplo, los bandazos de Trump en cosas como los acuerdos sobre el cambio climático son un ejemplo del daño que se puede hacer a la posición global de un país en agendas e instituciones clave, reduciendo su poder; no hablemos ya de cosas como el Brexit, claro, con el que un país entero renuncia toda su capacidad de acción global dentro de las instituciones que gobiernan el mayor bloque económico del mundo.
En este sentido es imprescindible que los países sean capaces de generar estructuras diplomáticas fuertes. La capacidad de mantener y crear acuerdos con otros países que se mantengan en el tiempo y sean beneficiosos para ambas partes (a poder ser) resulta clave a la hora de que un país aborde muchos de sus retos con éxito. Sea en acuerdos de comercio o a la hora de proyectar una marca de país eficaz, la diplomacia internacional es una fuerza clave para un país, especialmente para tratar con los problemas de su entorno inmediato.
La capacidad de proyección global de sus productos es también clave, porque las marcas empresariales influyen en la gente. McDonald’s hay en probablemente todos los rincones clave del planeta y, cada vez que una persona ve uno de sus establecimientos está viendo parte de la proyección de la economía norteamericana. Pero esto es especialmente fuerte en el caso de las industrias culturales, con el cine o la música como ejemplos clásicos, capaz de cambiar y construir la percepción que otra gente tiene de sus vidas y ponerlas en base a tus propios valores. Las sociedades aprenden unas de otras, como muestra la secuencia de evolución por ejemplo de la Primavera Árabe, y la capacidad de crear opinión, ideas y valores de las industrias culturales a menudo es más relevante que la cantidad de millones de dólares con las que contribuyen al PIB de un país.
Agenda sostenida en el tiempo, red sólida de contactos e influencia global y una demografía vibrante y tecnológicamente avanzadas se combinan así con la economía para dar la fortaleza global de un país porque contribuyen a su poder blando: su capacidad para convencer, influenciar y atraer a sus posiciones a otros. Y el poder blando es el más importante en la arena global actual, porque es la que permite construir proyectos conjuntos que son clave para la mayor parte de los grandes retos a los que se enfrenta el mundo, desde los riesgos ecológicos al avance científico (por ejemplo, la colaboración internacional fue central en la construcción y ahora en el funcionamiento del CERN).
Pero eso no quita que, a mayores del poder blando, hoy en día los países siguen usando el poder duro como modo de garantizarse poder global. Cañones y armadas pueden no ser tan importantes como en el pasado, cuando los países se enfrentaban en grandes guerras por la hegemonía global, pero el acceso a misiles balísticos, tanques, etc. sigue siendo una capacidad central para el poder de un país y su capacidad de acción global. Y a las armas convencionales, con las bombas atómicas a la cabeza, se le une hoy en día la capacidad para la guerra electrónica e informática, tan presente ahora con las injerencias que Rusia ha llevado adelante en numerosos sistemas electorales. El poder duro, para coaccionar a los demás, sigue por ello siendo una herramienta útil en el mundo del siglo XXI y, por tanto, determina también buena parte del poder de un país.
Todo ello lo que incide es básicamente en dos dimensiones: por un lado, en la cantidad de poder blando y poder duro que tiene un país; por el otro, de la capacidad para utilizar esos poderes en una misma dirección con eficacia y de un modo coherente y continuado en el tiempo. Es así como se construyen las hegemonías globales hoy en día, como se elaboran los imperios del siglo XXI y se condicionan las políticas globales. Porque hoy por hoy los países siguen compitiendo por el dominio, solo que las armas para ello han ido cambiando y evolucionando en consecuencia.
Costán Sequeiros Bruna
Y tú, ¿qué opinas del poder de los distintos países?