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Reflexiones personales

Democracia y primarias

Resulta curioso como las voces cada vez más escandalizadas reabren viejos debates sobre la democracia. Y ciertamente, es probable que no sea para menos en muchos sentidos, habiendo visto los resultados del brexit o de la elección de Trump en Estados Unidos. Como señala Carlos Yarñoz, incluso estos debates se extienden a elecciones menores, como las primarias, que han visto en Francia caer a Sarkozy o a Hollande (que ni se ha presentado) y en Inglaterra a Corbyn mantenerse pese a la oposición de todo el aparato de su partido. Las elecciones han demostrado ser peligrosas para los partidos políticos.

El problema, sin embargo, no radica en la democracia, las elecciones primarias o cualquier otra. Es irónico, de hecho, que se entienda que la población (ese ente soberano) tiene la capacidad para escoger a sus cargos principales (presidentes, primeros ministros y demás) y sin embargo no tiene capacidad para escoger otros asuntos como referendums o primarias. No es un problema de la participación, del interés o de la capacidad, ni siquiera sobre los resultados que se obtienen en esas elecciones. No, el problema está en otro sitio.

La democracia arroja unos resultados porque los partidos han sido un mal necesario que ha dejado de ser necesario. En el siglo XVIII, cuando imperaba el mandato imperativo, eran necesarios para aglutinar los intereses de una población muy dispersa, con niveles muy inferiores a los actuales en formación y conocimiento. Los partidos podían unir eso, crear grandes coaliciones que favoreciesen el gobierno, y transitar al actual modelo de mandato representativo con éxito para ellos y para sus sociedades.

Pero el siglo XXI no es el XVIII, ni siquiera es el XX. Vivimos en democracias donde el nivel de formación y conocimiento de la población es muy superior, donde el acceso a la información de actualidad está más extendido, etc. Ha llegado a un extremo que, en buena medida, muchos de los electores no están menos formados que aquellos a los que eligen para representarlos, ni son tan necesarios esas aglomeraciones simplonas de intereses.

Sin embargo, a lo largo del camino, esas aglomeraciones se han ido corrompiendo en sus funciones originales, dejando de representar los intereses de sus votantes para a menudo representar sus propios intereses. La lucha intestina por el poder en los partidos es una constante, como muestra el PSOE en la actualidad, con distintos personajes luchando unos contra otros por el control de unas herramientas con tanto poder. Porque el poder corrompe, y en el mundo actual vivimos en una partitocracia, de modo que quien controla esas herramientas controla muchas otras (el poder judicial, buena parte de los medios de comunicación, algunas empresas grandes, etc.).

Nadie está dispuesto a abandonar ese poder, y la lucha por conquistarlo a menudo no pasa por aceptar la injerencia externa de factores como la democracia de verdad o la opinión del electorado. Eso son solo interrupciones en la lluvia de puñaladas cruzadas por controlar los partidos, interrupciones que no desean. Y, cuando el partido está controlado, esos ejercicios de democracia solo exponen a la luz que la población a menudo no quiere aquello que el gobierno desea, y como se supone que vivimos en una democracia, toca fingir que se acepta la opinión ciudadana. Así que mejor no preguntar, para luego no tener que fingir que se hace lo que se ha votado.

La democracia en si misma nunca es un problema. Si las propuestas que se votasen fuesen explicadas adecuadamente a la población por unos medios de comunicación imparciales y que se esfuerzan en exponer la verdad, la gente haría elecciones bien fundadas para defender sus ideas e intereses. Si los partidos representasen y transmitiesen bien esas ideas e intereses, entonces no habría un desajuste tan claro entre lo que desean que salga votado y lo que luego realmente ocurre.

El problema, por tanto, no son las medidas de democracia, sino las enormes sombras que existen en nuestro sistema donde no hay democracia. Los sindicatos, los medios de comunicación, las grandes empresas, el poder judicial, las cúpulas internas de los partidos políticos, etc. En esos recodos de sombra es donde se esconden aquellos que defienden que la democracia es mala… porque suele ser mala para ellos.

Costán Sequeiros Bruna

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