Al hilo de la clase de hoy del Profesor Pedro Trinidad Fernández, y de lo que he leído en Saviálogos, creo que es hora de hablar un poco de historia del poder. El poder surge primero de todo como un medio para controlar la incertidumbre, los riesgos y lo desconocido. Es su función solucionar los problemas de la vida de la gente, y darla la posibilidad de tener la estabilidad necesaria para funcionar correctamente.
Históricamente, para hacerlo los gobernantes se relacionaron con la divinidad, pues los dioses respondían a las incertidumbres, y así el sol se convirtió en el carro de Ra. Y por ello, el Faraón pasó a ser el hijo de Ra, el Emperador japonés el de Amateratsu, etc. Y cuando no era así, sus representantes eran los elegidos o los intermediarios con lo divino (la excepción a esto fue la Grecia clásica, y parte de la Roma clásica republicana). Con ello, la propia sociedad entera se sacralizaba. En este marco, la relación de los gobernantes con la divinidad permitía que ellos apelasen a los poderes trascendentes y garantizasen la fertilidad, el crecimiento y la seguridad, y con ello la vida de los pueblos; o, mejor dicho, permitía que la gente creyese que eso estaba solucionado y que esos riesgos estaban controlados. A cambio, esos poderosos veían sus vidas ritualizadas y controladas, porque se suponía que controlando sus vidas se controlaba el universo entero.
Por tanto, desde siempre, Dios está del lado del poder. Los reyes absolutos eran reyes “por la gracia de Dios”, al fin y al cabo. Y en la medida en que era así, ellos controlaban las incertidumbres y la gente no podía rebelarse porque no te puedes enfrentar a un Dios. Por tanto, lograban la estabilidad necesaria y que se buscaba, y lograba que el poder fuera funcional y legítimo. El famoso “opio del pueblo”, como dijo Marx en su momento.
Pero a partir del siglo XVIII, con la Ilustración, el mundo comenzó a desacralizarse. Se separó el poder divino de lo humano, primero entendiendo que lo uno y lo otro no entraban en el mismo nivel (véase el ascenso de la ciencia, por ejemplo), y posteriormente cada vez más el mundo fue perdiendo la fé. Nietzsche mismo llegó a decir que Dios había muerto, precisamente en relación con todo ello.
El lugar de la fe fue ocupado por el nacionalismo, que dejó de sacralizar a los dioses para colocar en su lugar a la Patria. Ella se convertía en la merecedora del sacrificio de los habitantes en guerras y en penurias, y garantizaba que todos estaban de acuerdo porque entre todos se estaba construyendo un futuro mejor. Y la nación era dirigida por iluminados y visionarios (la vanguardia del pueblo, en la Unión Soviética, por ejemplo, por mucho que afirmen que no eran nacionalistas) que se convertían en héroes construidos por los medios de comunicación ya que la gente tenía poca experiencia con ellos. Así, Azaña o cualquiera de los políticos de la República eran conocidos por lo que los periódicos de la época decían de ellos, lo cual básicamente era su campaña de marketing controlado. Y al distanciarse de la gente se desdibujaban sus debilidades humanas, y se permitía la emergencia de un discurso y una imagen semi-heroica. Y además se sacralizaban los símbolos de la unión y del sacrificio por la patria; cosas como la bandera (por ejemplo, la cantante Sinnead O’Connor perdió su carrera como música cuando apareció en una manifestación quemando una bandera americana), la estatua al soldado anónimo que ha dado su vida por la patria, el himno, etc. se convierten en elementos sagrados y ritualizados de la vida.
Sin embargo, casi todo eso ha desaparecido en el mundo moderno de los medios de comunicación masivos y con poco control. Ahora encendemos la tele y vemos a nuestro presidente en una rueda de prensa, o a una ministra, y hay una innumerable cantidad de periodistas, comentaristas, bloggeros,… comentando todos los detalles de sus vidas. Vemos sus fracasos, sus éxitos, sus debilidades y su humanidad, y notamos como ellos no son necesariamente diferentes a nosotros. Su sacralidad desaparece, y por mucho que ritualicen sus comportamientos (mítines, ruedas de prensa con los símbolos del poder, reuniones del Parlamento), siguen sin producir el mismo efecto que los gobernantes divinos porque sabemos que son simplemente humanos. Lo cual engancha con lo discutido ayer.
Esta es una de las razones del desprestigio de la clase política existente en la actualidad. Porque aunque ya no están en sus pedestales, siguen comportándose como si lo estuviesen, y sin embargo todos sólo vemos los humanos que hay en ellos. Ya no son héroes, y ya ni siquiera son los mejores de entre nosotros. Por el contrario, la carrera política está enormemente desprestigiada, el servicio a lo público se considera mucho menos importante y meritorio que los altos directivos de las grandes empresas, etc. Y no siendo los mejores no lo hacen lo mejor que sería posible, lo cual sólo les desmerece y desprestigia aún más.
Y así llegamos al mundo actual, donde hasta los super-héroes (lo más parecido a los semidioses de la antigüedad existente en la actualidad) son cada vez más humanos, con más problemas humanos, y debilidades humanas.
Costán Sequeiros Bruna
Y a ti, ¿qué te parece?