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¿Por qué es necesario regular el mercado?

Imagen del embalse de Ricobayo, con el agua muy por debajo de los niveles donde debería estar. Ejemplo claro de la necesidad de regular el mercado energético.
Embalse de Ricobayo (Zamora) tras ser vaciado en agosto de 2021, ejemplo de la necesidad de regular el mercado energético.

Vamos a empezar por una historia, una reciente que seguro que todos recordáis. Es 2021 y por todo lo del COVID, los problemas de suministros, etc. el precio de la electricidad se está disparando. El que impulsa al alza de precios es el precio del gas, y por cómo funcionaban las cosas por entonces, se pagaba toda la electricidad al precio de la más cara que se comprase. Viendo enormes beneficios en producir más electricidad barata, muchos embalses fueron vaciados para producir hidroelectricidad, mucho más barata que la del gas y, por tanto, con mayor margen de beneficio. Si avanzamos un año, tenemos cambios en el mercado eléctrico y su funcionamiento por intervención europea (la exención de la península) y crecientes discusiones sobre la necesidad de crear un modelo distinto que pueda regular el mercado energético europeo. ¿Y qué más? Un problema de sequías con algunas zonas gallegas (región conocida históricamente por su lluvia) sin agua corriente. Un problema que, sin duda, embalses llenos habrían ayudado a evitar.

Este es uno de los infinitos ejemplos de cómo las empresas no se saben autorregular sino que, sistemáticamente, buscan aumentar sus beneficios lo máximo posible. Los neoliberales dirán que eso se soluciona con la mano invisible, con el impacto de la competencia en el mercado, donde otra empresa ofreciendo el mismo servicio a un precio más bajo hace que los precios se acerquen al punto de equilibrio de oferta y demanda. Y que cuando el Estado entra a regular el mercado, lo que hace es crear irregularidades, distorsiones y otros problemas importantísimos. Desgraciadamente, no es más que una ficción.

Imaginemos que se inventa ahora el Zincoplasto, y yo he montado una empresa exitosa que lo vende. Un producto nuevo, innovador y arriesgado atrae la atención de diversos productores y se establecen varias empresas que me hacen la competencia. Pero, como a mi me va bastante bien, lo que más me compensa es no invertir en inversión y desarrollo, o reducir precios, sino usar el valor de marca para que se paguen mis productos al elevado precio que quiero, y para eso invierto en publicidad. Esto me trae buenos beneficios pero mi competencia también lo hace, así que el siguiente paso natural es o bien comprar a la competencia o bien fusionarme con ella. Esta es la historia de casi cualquier campo de mercado, y a medida que estas empresas crecen y ocupan todo el mercado, se vuelve cada vez más caro y difícil para empresas nuevas entrar a competir en el mismo.

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El mercado financiero es el cáncer del capitalismo

El mercado financiero y las curvas de oferta y demandaEmpecemos por el principio: el capitalismo, como todos los sistemas económicos que han existido, es un mecanismo para gestionar la distribución desigual de unos recursos finitos. La concreción más clara de esto son las dos curvas de oferta y demanda, que estipulan dos cosas: cuantas más copias de la cosa a la venta haya, menos valor tiene; y cuanta más gente quiere comprar esas cosas, más valen. De este modo, el punto donde ambas curvas se cruzan se calcula que es el precio apropiado para ese bien, porque como el dinero que tiene cada persona para comprar cosas es limitado, a mayor sea su coste menor cantidad de gente puede conseguirlo, de modo que a medida que sube el precio baja la cantidad de gente que lo quiere comprar y, al contrario, aumenta la cantidad de gente que lo quiere vender.

Y como sistema de gestión de recursos finitos funciona, más o menos, contando con todas las injusticias que genera un sistema así, que se concretan en las desigualdades de riqueza. Sobre estas curvas se crea el sistema capitalista, donde las fábricas generan trabajo remunerado para sus empleados, pero los bienes que generan valen más que lo que cuesta generarlos, de modo que el dueño de la fábrica se queda con ese exceso como su propio beneficio, la llamada plusvalía.